Cuando el mercurio era oro
La famosa explotación de azogue de Ciudad Real muestra sus entresijos al visitante un año después de su cierre
"Quítense todas las joyas". El que así avisa, en plan bandolero, es el guía del parque minero, prudente guardián de un cajón lleno de mercurio en el que flota una gran bola de hierro. "Es como carne de hígado", observa la primera turista que se aventura a palpar aquel líquido denso, frío, viscoso... "Y no moja", añade el cicerone, quien, para demostrarlo, sumerge un billete de 20 euros y lo saca seco. En el azogue se refleja, como en un espejo, la cara congestionada de un musculitos que ha intentado levantar con una mano un frasco de mercurio de 2,5 litros, sin sospechar sus 34 kilos de peso. Y la faz contrita de una mujer que, tras ignorar la advertencia inicial, mira y remira su reloj de oro arruinado por una salpicadura grisácea, recuerdo imborrable de su visita a Almadén.
Por ahora sólo se visita el exterior. Se prevé que en 2005 ya se pueda circular por las galerías
Los romanos, tan prácticos como eran, no le hallaron utilidad al mercurio y se limitaron a moler los cinabrios de Almadén para hacer tinte bermellón. Los árabes, que bautizaron el lugar -al-madin, la mina-, tampoco usaron el azouc para nada memorable, salvo para llenar aquella fuente de pórfido de Medina Azahara en la que Abderramán III "contemplar solía la imagen pura de la noble esclava". Y aunque ya era conocida su enérgica tendencia a amalgamarse con la plata y el oro, no fue hasta el siglo XVI cuando se supo aprovechar esa cualidad como de sabueso para multiplicar el rendimiento de las minas argentíferas americanas. De ese amor del mercurio por los metales preciosos puede dar fe la señora del reloj.
Almadén, la más rica mina de mercurio del orbe, se convirtió entonces en la perla de la corona; una joya que se empeñaría para evitar la bancarrota del país, primero a los Fugger (1523-1645) y luego a los Rothschild (1835- 1921). No sólo España: el mundo entero está en deuda con esta mina, que, excavada en un área comparable a la de la madrileña plaza de Cibeles, ha producido la tercera parte del azogue consumido por la humanidad a lo largo de la historia.
Catástrofes ecológicas acaecidas en China e Irak por el mal uso del mercurio causaron el desplome de su precio en el último tercio del siglo XX y el cierre definitivo de su mina más importante en 2003. Mas ésta -célere como el dios que da nombre al metal- sólo ha tardado un amén en abrir de nuevo sus puertas transformada en parque minero, a fin de mostrar a los curiosos un patrimonio intacto de cinco siglos de antigüedad.
Por ahora, sólo se visita el exterior, pero está previsto que en 2005 se pueda circular por las galerías soterrañas en tren y con casco, algo que gusta mucho a los que no tienen que hacerlo todos los días para ganarse el pan.
Jalonan el recorrido pozos como el de San Joaquín, de 675 metros de profundidad, o el de San Aquilino, con su grúa antediluviana, detenida desde la mañana de 1955 en que dos mineros se precipitaron con la jaula al abismo; los modernos hornos Pacific y los históricos de Bustamante (1720), donde los niños se desriñonaban retirando el hollín de los aludeles; el almacén de azogue (1941), en el que los visitantes pueden manosear el insólito mercurio, y la puerta neoclásica de Carlos IV (1795), por la que salían los carros de bueyes con su pequeña pero pesadísima carga, la cual tardaba justo un año en llegar a las minas de plata de México.
La visita concluye en el Real Hospital de Mineros de San Rafael, de 1752, hoy un espléndido museo que alberga curiosidades como la vieja sala destinada a los trabajadores forzados, o un bolígrafo digital que permite experimentar, en mano propia, el tembleque de los afectados por el mal del azogue. Muy cerca se alza la Plaza de Toros, también de 1752, un extraño híbrido de coso taurino y residencia de mineros que ahora es, rizando el rizo, un elegante hotel: se duerme bien en las antiguas viviendas y se desayuna mejor en el tendido, admirando el albero hexagonal. Un buen lugar, por lo que tiene de simbólico, para cavilar en las cornás que daba la mina.
Dormir en el ruedo
- Cómo ir. Almadén (Ciudad Real) dista 290 kilómetros de Madrid yendo por la A-4 hasta Puerto Lápice y siguiendo a partir de aquí las indicaciones viales hacia Daimiel, Ciudad Real, Puertollano, Corral de Calatrava, Cabezarados, Abenójar y Saceruela.
- Qué ver. Parque Minero de Almadén (teléfono 926 26 50 00): visitas concertadas; entrada, 10 euros. Real Hospital de Mineros de San Rafael (teléfono 926 26 45 20): entrada, tres euros, incluida en la visita al parque. Además, plaza de toros hexagonal, antigua Academia de Minas y celdas de forzados en los sótanos de la Escuela Universitaria Politécnica.
- Alrededores. En Chillón (a tres kilómetros): pueblo medieval, ermita de la Virgen del Castillo, pinturas rupestres del Calcolítico y calzada romana. En Almadenejos (a 10 kilómetros): enclave minero del siglo XVIII.
- Restaurantes. El Lago (926 71 25 07): bufé libre con cochinillo, oreja, pescaíto, mariscos y guisos tradicionales; 11 euros. Salmur (teléfono 926 71 00 16): perdiz de campo en escabeche, lomo de orza y flamenquines; 15 euros. Plaza de Toros (926 26 43 33): almoronía de berenjena, cuchifrito y chorizo de jabalí; 30 euros.
- Alojamientos. Plaza de Toros (teléfono 926 26 43 33): 23 hermosas habitaciones en un coso declarado Monumento Nacional; doble, 108 euros. El Patio (teléfono 926 71 18 04): casa céntrica y colorista, con aire acondicionado e hidromasaje; 40 euros. El Cordobés (926 71 00 16): modesto hostal familiar de cinco habitaciones; 27 euros.
- Actividades. Centro Ecuestre El Pinar (teléfono 670 32 00 53): paseos a caballo por los alrededores de Almadén. Multiaventura Almapaintball (teléfono 650 70 07 44): rutas culturales, en quad y a caballo.
- Compras. Taller de Rufa y Juan (teléfono 676 83 80 39): cerámica creativa. Y en numerosos comercios: berenjenas, alboronía, miel, queso manchego y embutidos de cerdo ibérico.
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