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Columna
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Asuntos sociales

El marido de la concejal "hace cosas que antes no hacía, como colocar sus libros"; el marido de Ana Botella, concejal de Empleo y Servicios del Ayuntamiento de Madrid, se queda en casa cuando ella sale a trabajar y pasa las horas muertas colocando y descolocando sus libros, como un Sísifo encadenado en infernal rutina, los ordena como piezas de un puzzle que nunca termina de encajar con la imagen deseada. El concejal consorte pasa también las de Tántalo, hambre y sed insaciables de justicia que la crónica política, antesala de la historia, niega a su personaje.

Ana Botella habla de sus cosas en una entrevista publicada el pasado domingo en estas páginas, de cómo se adapta la pareja ex presidencial a la vida lejos de La Moncloa. Ella se adapta bien, "muy bien. He estado muy bien allí, pero la normalidad me gusta". La normalidad de la concejal consiste en ir a la compra con guardaespaldas que al mismo tiempo ejercen de asesores y monitores, porque cuando ella estuvo "allí" perdió el hábito de realizar por sí misma las tareas cotidianas más sencillas, como poner en marcha el carrito: "Ahora he recuperado la compra, el carrito..., aunque en eso tuve que pedir ayuda a los escoltas. El primer día no me acordaba de cómo se metía la moneda".

El marido de la concejal no colabora en las tareas domésticas, se encierra en su babélica biblioteca y se niega a empujar y guiar el carrito con sus manos, hechas a rubricar decretos y sellar pactos, por los pasillos del centro comercial. El marido de la concejal sólo frecuenta los hipermercados para firmar el libro, siempre los libros, de sus memorias y desmemorias; al menos en este campo el concejal consorte lleva la delantera a su cónyuge y ella, generosa, lo reconoce y proclama: "José vendió 100.000; yo llevo unos 63.000".

Ana y José podrían vivir tan ricamente de sus ahorros, de los derechos de autor y de esas clases de política europea, como no hay que hacerla, que José impartirá en la Universidad amiga de Georgetown, EE UU. Pero Ana no ha hecho más que empezar en política y se merece una oportunidad, y José debería ayudarla más, salir con ella más a menudo, aunque sólo fuera a sacar la basura, ser más comprensivo con una mujer que afronta situaciones difíciles: "Ha sido un año muy peculiar para mí, no sólo por mi irrupción en la política (irrupción: acción y efecto de irrumpir, ataque brusco y violento. Irrumpir: entrar violentamente en un lugar). Doña Ana irrumpió en la concejalía de Asuntos Sociales y la dejó irreconocible, transformada en concejalía de Empleo y Servicios al Ciudadano". Con lo que costó la mudanza, del barrio de los Austrias al del marqués de Salamanca, casi 15 millones de euros, dicen los del grupo socialista que se podrían haber construido "dos centros de mayores, una escuela infantil y una residencia de ancianos tutelada". Pura demagogia, pan para hoy y hambre para mañana. La irrupción de Ana Botella en el Ayuntamiento es una nueva frontera; no se construirán ni uno, ni dos, ni tres centros, ni escuelas, ni residencias, se construirán muchos más, tantos como requiera este floreciente mercado de educar niños y cuidar ancianos. El plan de la Botella es abrir a la iniciativa privada la gestión de los centros y residencias, privatizar la infancia y subcontratar la ancianidad.

La oposición municipal está ciega (no hay peor ciego que el que se niega a mirar); socialistas e izquierdistas critican a la concejal por hacer una política de mercadotecnia y organizar saraos benéficos en el Ritz sin caer en la cuenta de que a los empresarios interesados en los contratos de almacenamiento de niños y ancianos no se les puede invitar a tortilla de patata en un merendero de la Casa de Campo. Tampoco entienden que Botella niegue a las prostitutas los beneficios de la Seguridad Social, que, aparte de curarlas, podría significar para ellas su "rehabilitación" y reinserción en el mercado laboral. La política de la concejalía no lucha contra la prostitución, se limita a marginarlas aún más y a quitarla de la vista de las personas decentes, política farisaica y saducea de prostíbulos blanqueados; pero con carné o sin carné, "las prostitutas os precederán en el reino de los cielos". Jesucristo no era precisamente un entusiasta de lo políticamente correcto.

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