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Columna
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Copa

El humo de la pólvora envuelve al principio en un aroma de euforia la improvisación y el oportunismo. Pero se disipa, y el panorama recupera sus contornos ásperos. A estas alturas, la magna perspectiva de la Copa del América presenta, todavía, un perfil muy precario. Queda todo el trabajo, algo que en proyectos de esa envergadura quiere decir racionalidad y eficiencia. Pero queda también la política, lo que implica moderación y consenso. Se hartó Rita Barberá la semana pasada de pedir "serenidad" ante su entrevista de mañana con el vicepresidente del Gobierno Pedro Solbes. La alcaldesa de Valencia sólo pide serenidad cuando la excitación no beneficia a su popularidad estridente. Y es el caso, porque la transformación urbana de Valencia para 2007, con la excusa de la madre de todas las regatas, depende, y mucho, de un Gobierno socialista que no está dispuesto a lanzarse por el tobogán del triunfalismo. Menos cuando los bocetos conforman por ahora un inextricable borrón de ocurrencias, especulaciones, incertidumbres y codazos. Más allá de lo que está comprometido con los suizos de la America's Cup Management, que es un canon económico fijo, un conjunto de instalaciones y los derechos de imagen de la competición propiamente dicha, y más allá de la elaboración de un plan maestro del Balcón al Mar razonablemente encarrilado, está el Puerto, que busca imponer a la ciudad una bocana del nuevo canal a la dársena interior que deja maltrecha la Malva-rosa (la única playa urbana que le queda a Valencia) para propiciar una ampliación de los muelles más que discutible. Está también el Ayuntamiento, que no tiene un duro y aspira a que Fomento pague, entre otras cosas, la prolongación hacia el sur del túnel ferroviario del Marítimo. Y está la Generalitat, cuya estrambótica aportación parece ser la esfera armilar, un costosísimo artefacto, completamente inútil, cuya maqueta lleva años paseando despachos hasta que Francisco Camps ha decidido comprarla. No es de extrañar, en fin, que la plataforma ciudadana Pel Litoral que Volem denuncie la confusión y el ruido, entre tanto rumor de operaciones inmobiliarias. Suerte que el Gobierno de España no está dispuesto a hacer sólo de patrocinador y quiere poner orden.

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