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Tribuna:FÓRUM DE BARCELONA | Opinión
Tribuna
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Salud y desarrollo: retos para el siglo XXI

En los países de baja renta la salud es uno de los principales condicionantes del desarrollo económico y social. Salud y pobreza constituyen un verdadero círculo vicioso. La falta de salud priva a extensas poblaciones del mundo de dignidad y las somete a una permanente e injusta situación de dolor y sufrimiento. En efecto, la falta de salud reduce la esperanza de vida y las posibilidades de acceder a una mínima educación, cuando existe. La falta de salud afecta a la capacidad de trabajar, cuando no a la capacidad de producir bienes para la subsistencia. Los padres dejan de invertir esfuerzos hacia los hijos, mientras que, a su vez, aumentan las tasas de fertilidad, puesto que sólo una parte de la descendencia sobrevivirá. En definitiva, la falta de salud exagera las desigualdades sociales e, indirectamente, mina cualquier intento de estabilidad política y social.

"Prima un poco el caos en cuanto a estrategias se refiere, y surgen nuevas iniciativas que se solapan, cuando no interfieren"

Cualquier enfoque político, económico o social dirigido a minimizar las grandes desigualdades que existen entre una minoría de países ricos y el resto del mundo exige poner una atención especial en los problemas de salud, unos problemas poco coincidentes con los de los países más desarrollados. Por ejemplo, la desnutrición o las enfermedades transmisibles como la malaria, el sida o la tuberculosis constituyen los mayores acicates de los países de baja renta y, muy en particular, de la mayoría de países del continente africano. Pongamos un par de datos, mientras que en los países ricos la esperanza de vida al nacer ha alcanzado una media de 78 años en las mujeres, en el África subsahariana ha retrocedido a menos de 46 años en los hombres, principalmente debido a la epidemia del sida. Además, uno de cada cinco niños menores de cinco años que muere en África es debido a la malaria. Estamos, pues, ante un problema global, de forma que la población mundial -es decir, los más de 5.000 millones de habitantes que viven en los denominados países en desarrollo- no consigue mejorar sus tasas de morbilidad y mortalidad. Es un desequilibrio profundo que, además, viene favorecido por el asimétrico esfuerzo que se realiza en el campo de la investigación científica en biomedicina y ciencias de la salud. Es el denominado gap 10 / 90, es decir, sólo el 10% de los recursos mundiales que se invierten en investigación científica biomédica se destina a los problemas que genera el 90% de la carga mundial de enfermedad.

Mientras tanto, en los países ricos que conservan los instrumentos del denominado Estado de bienestar, los niveles de salud son progresivamente mayores, como también lo son los gastos de su manutención y las exigencias de la población para que se atiendan los costes que comporta la progresiva y acumulativa introducción de nuevas tecnologías y procedimientos. Siguiendo con los contrastes, esta situación se acompaña hoy de la cada vez más frecuente aparición de epidemias globales, unos fenómenos que tienen gran difusión en los medios de comunicación y mayor impacto en los mercados y en la opinión pública mundial. Este sería el caso de la crisis de las vacas locas o el más reciente del SARS, fenómenos nuevos y muy importantes aunque desencadenantes de unas alarmas internacionales desproporcionadas en comparación con los efectos lacerantes que, día tras día, tienen las enfermedades consideradas endémicas en la mayoría de países del hemisferio sur.

El diálogo Salud y desarrollo se concentrará especialmente en los problemas del continente africano, en tanto que región paradigmática de todo análisis que relaciona los problemas de salud con los niveles de desarrollo económico y social. Pero no se trata de dedicar mucho tiempo a describir el diagnóstico de la situación, un análisis ya existente y excesivamente repetido en foros internacionales. El objetivo es debatir soluciones sobre la base de exponer y compartir experiencias entre los propios protagonistas. En realidad, los modelos de cooperación caritativos o asistencialistas están totalmente en crisis, ya que solucionan problemas concretos pero no influyen en soluciones permanentes a largo plazo. Mientras tanto, los países africanos son cada vez más dependientes de los recursos económicos que provienen de los países ricos, dependencia de la que no son ajenas las políticas recientes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. A finales de la década de 1970, tras la conferencia de Alma Ata y como alternativa al asistencialismo, los programas de cooperación promovieron la participación de los receptores en la toma de decisiones, una estrategia que, finalmente, tuvo sólo un éxito moderado. Con posterioridad se exigió que los receptores de ayudas pagaran los costes de la atención sanitaria como mecanismo de toma de conciencia, estrategia que ha conducido a unos endeudamientos aún más empobrecedores. Actualmente se intentan desarrollar nuevos y amplios programas de cooperación, proyectos multidisciplinares, estrategias de partenariado entre iniciativas públicas y privadas. En realidad, prima un poco el caos en cuanto a estrategias se refiere, y continuamente surgen nuevas iniciativas que se solapan, cuando no interfieren. Este diálogo se ha organizado para recapitular y, en la medida de lo posible, para contribuir a simplificar la confusión existente.

Jordi Camí (IMIM-UPF) es director del diálogo Salud y desarrollo

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