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Crítica:LOS LIBROS DE LA FERIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El escándalo de renunciar

Fernando Savater

Un pensador colombiano que se declaraba reaccionario, Nicolás Gómez Dávila, dejó escrito este escolio: "Para escandalizar a cualquiera basta hoy proponerle que renuncie a algo". Si aceptamos tan lúcido veredicto, el presente libro de Jorge Riechmann -que es poeta, traductor, investigador sobre temas ecológicos y profesor de filosofía moral- puede ser calificado sin rodeos de francamente escandaloso. Gente que no quiere viajar a Marte es la tercera obra de una trilogía -aunque puede perfectamente ser leída de modo autónomo- que su autor denomina Trilogía de la autocontención, cuyas dos primeras partes son Un mundo vulnerable (Catarata, 2000) y Todos los animales somos hermanos (Universidad de Granada, 2003, con segunda edición en prensa en Catarata). Esta saga reflexiva y documentada aboga por la autolimitación de la osadía prometeica humana: seamos audaces, muy audaces

GENTE QUE NO QUIERE VIAJAR A MARTE

Jorge Riechmann

Catarata. Madrid, 2004

247 páginas. 17 euros

... pero no demasiado audaces. Dicho en un breve apotegma: no todo cuanto puede técnicamente hacerse debe hacerse y la ética tiene algo que decir sobre esta cuestión. Es el momento de plantearse necesarios límites e impostergables renuncias. ¿Renuncias? Menudo escándalo...

Pese a su (excelente) título, Gente que no quiere viajar a Marte poco tiene que ver con la ciencia-ficción y mucho en cambio con ciertas ficciones presentadas como inapelablemente "científicas". La obra es ante todo una reflexión sobre la finitud humana, no sencillamente para deplorar nuestra contingencia o para recusarla desde el idealismo religioso o tecnofantástico sino para intentar proponer reglas de razón práctica adecuadas a ella. La actual sociedad capitalista rechaza cualquier limitación voluntaria o impuesta por la naturaleza al único imperativo categórico que sigue universalmente vigente: el crecimiento arrollador de la producción, del consumo, de la velocidad, de la acumulación, de la prótesis artificial... Su máxima es: "Actúa en toda ocasión como si los recursos naturales fueran inagotables, cualquier deseo humano inapelablemente lícito y la maximización de beneficios el gran principio esclarecedor de la evolución humana". Pero no sólo los plutócratas que dirigen las multinacionales suscriben este imperativo, también -con unas argumentaciones u otras- gran parte del llamado pensamiento progresista, del que puede legítimamente ponerse en cuestión el calificativo y echar en falta el sustantivo. Jorge Riechmann es uno de esos pensadores críticos, de indudable raigambre marxista, que se niegan argumentadamente a aceptar la obligatoriedad irrestricta de la clonación humana, la manipulación genética o transgénica, el desarrollismo energético, la invasión de todos los espacios y todas las realidades por nuestra tecnopotencia, etcétera. Está en juego no ya la supervivencia del único planeta que tenemos sino la propia cordura del ser humano finito... sobre todo el que se pretende democrático. Si esta actitud le granjea a Riechmann su derogación como "reaccionario" por parte de algunos creo que no se considerará moralmente aniquilado. Más bien todo lo contrario, porque una de sus fundamentales advertencias es la de que "no nos asustamos lo suficiente".

En su argumentación -torrencial, acumulativa y apasionada- el autor recurre lo mismo a informes científicos y estadísticas que a Manuel Sacristán, Hans Jonas, Pier Paolo Pasolini o escritos budistas. Uno puede simpatizar básicamente con el ánimo que le motiva sin compartir -como es mi caso- todos sus planteamientos respecto a la armonía ecológica de las culturas primitivas o a la relación con los animales como índice privilegiado de nuestro respeto al otro, al diferente. Quizá lo que se echa en falta en su libro es un análisis más profundo de la naturaleza de la insatisfacción humana -¿acaso no es "natural"?- o, si se prefiere, del aburrimiento como motor menospreciado pero omnipresente de la historia y de la economía.

Hace años leí el testimonio de un joven inglés enrolado por la fuerza en un ballenero americano del siglo XIX, relato que Kipling elogiaba como el mejor a su juicio sobre tema marinero. En él se narraban elocuentemente las miserias, agobios y sevicias de quienes se sometían en los mares a tan duro comercio. Al final de su periplo, el ballenero arribaba a una isla del Pacífico cuyos habitantes vivían en la holganza y la complacencia sensual, lo que a los forzados del barco les pareció un auténtico paraíso. Tras varios días de estancia relajada entre ellos, los nativos mostraron interés por saber cómo se viajaba en la nave de los extranjeros. Los marineros les embarcaron y durante una semana de travesía experimental les mostraron con cierto regodeo cruel todas las penalidades de la vida y la disciplina a bordo. Luego regresaron a la isla bienaventurada, recogieron provisiones y se despidieron de sus huéspedes. Para su desconcierto, la mayoría de indígenas que les habían acompañado les pidieron por favor que les llevaran con ellos. Me temo que, a pesar de habitar en el Edén o quizá precisamente por eso, no renunciaban a viajar a Marte...

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