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Columna
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La foto

José Luis Ferris

La imagen publicada el pasado martes en la página 5 de ABC en la que aparecían dos ciudadanas kuwaitíes con el rostro cubierto por un velo negro disparando la cámara de sus Nokias última generación contra los tres ejecutados frente al Ministerio del Interior (disculpen la longitud de la frase y la cacofonía) me parece una metáfora sublime, un símbolo perfecto de esa gran paradoja que resulta la vida en ciertas partes del mundo. Puestos a hablar de civilización y de sociedades civilizadas, Kuwait, precisamente Kuwait, ha sido el ejemplo esgrimido por el primer mundo para demostrar que existen musulmanes moderados, prooccidentales y, cómo no, desarrollados según reza su alta renta per cápita. Pese a ello (o quizá por ello), un país tan bien arropado por las grandes potencias, tan puesto al día en tecnología y recursos, ha sabido mantener tradiciones tan ancestrales como la pena de muerte, las ejecuciones públicas ante cientos de espectadores que jalean la escena y la registran en la memoria virtual de un móvil para enviarla a cualquier lugar del planeta junto a una frase feliz y macabra.

Para gran parte del pueblo kuwaití, el linchamiento público auspiciado por las leyes es algo quizá natural. Si el reo ha cometido una vileza, un homicidio o una violación imperdonable, les parece hasta coherente, consuetudinario, que su cuerpo se cimbree descoyuntado en la horca, sobre un tingladillo instalado por cuatro funcionarios en una concurrida acera de la ciudad. Para ellos no hay espanto ni horror, sino castigo necesario. Y no hay crueldad porque en su mundo de bienestar y avances tecnológicos sigue habiendo sitio para el Talión, para los primitivos códigos de conducta de Oriente Próximo y para la venganza de sangre con las que se regían las tribus preislámicas.

El lunes fueron ahorcados en una plaza de Kuwait dos ciudadanos saudíes y uno kuwaití. Dos forenses con bata blanca les asistieron tras expirar. Les comprobaron el no pulso y el tono azul de la lengua. Luego vinieron las fotos del respetable y el envío oportuno e instantáneo a algún pariente de América del Norte, el país de la civilización. Eso fue todo.

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