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Tribuna:
Tribuna
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Una piedra en el zapato

No creo que nadie se atreva a negar que, examinados individualmente, un cierto número de consejeros y consejeras han desarrollado, en el breve tiempo que llevan en el cargo, una actividad con notable eficacia, respondiendo con eficiencia y sentido común a los retos que sin lugar a tregua alguna les han planteado sus responsabilidades de gobierno.

Esta afirmación, que en algunos casos incluso podría permitir hablar de gestión sobresaliente, no debe dejar de lado dos aspectos que no pueden considerarse positivos. Uno, el retraso en la elaboración de propuestas legislativas, hecho que tal vez una aceleración eficaz puede superar en un periodo aceptable. El otro, más preocupante, es la falta de una imagen global coherente que, sin disimular las diversas identidades que confluyen en él y que en principio pueden incluso ser enriquecedoras, dé ante la opinón pública la sensación y -mejor aún- la tranquilidad de que la más alta autoridad ejecutiva está formada y encabezada por un equipo bien ensamblado que emprende con naturalidad y con seguridad las tareas cotidianas de gobierno, de acuerdo con el programa con el que se comprometió ante el electorado.

Tras renunciar a su escaño en Madrid, Carod se ha convertido en vigilante de su Gobierno

Vaya por delante que el ejercicio eficiente de esta autoridad colegiada es un deseo político que estoy seguro que compartimos todos los ciudadanos que con nuestro voto contribuimos a la formación de la mayoría parlamentaria en que se sustenta el Gobierno tripartito de la Generalitat. Y lo que desea la inmensa mayoría de los ciudadanos, más allá del voto emitido, es un buen gobierno para Cataluña.

Sin que seguramente sea justo someter a nuestro gobierno a un juicio crítico severo, lo cierto es que, contemplando con objetividad su trayectoria hasta este momento, uno no puede librarse de la imagen de que está caminando como si llevase una piedra en el zapato. Los diversos episodios que han ido sobresaltando su caminar, sin ser ni mucho menos catastróficos, al tiempo que no han facilitado valorar con serenidad el excelente trabajo de algunos consejeros, tampoco nos han proporcionado la tranquilidad necesaria para instalarnos en una nueva y esperanzada situación proyectada sobre una perspectiva de futuro que abarque los cuatro años de legislatura. Tiempo habrá, no hay que impacientarse. Pero es necesario no minimizar su impacto y preguntarse si hay alguna causa común, más allá del comprensible aprovechamiento instrumental que hace la oposición.

Sin ánimo de agotar el análisis, quizá hay tres elementos que pueden merecer ser tenidos en cuenta. El primero es la solución parcial dada a la crisis generada por el desafortunado viaje de Carod Rovira a Perpiñán, que trabajosamente encontró una salida con la candidatura del líder de ERC al Congreso de los Diputados, hecho que le confería el papel nada despreciable de convertirse en el sólido dirigente que vigilaba ante el Gobierno del Estado el cumplimiento de los acuerdos del tripartito, al mismo tiempo que le daba la oportunidad de desautorizar la demonización a la que había sido sometido por el PP ante el conjunto de las fuerzas políticas españolas e indirectamente le permitía preparar con cautela su regreso para la próxima contienda electoral catalana. Su decisión de renunciar al escaño de la Carrera de San Jerónimo en favor del escaño del parque de la Ciutadella le convirtió de hecho en el vigilante de su propio Gobierno, con el agravante de que escogía este terreno para preparar su legítima pero prematura candidatura a la presidencia de la Generalitat, instalando de hecho, al margen de su buena voluntad, un clima de conflicto permanente con capacidad de condicionar toda la vida política catalana.

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Un segundo aspecto que me parece no menos importante es el viaje inverso de José Montilla con destino al Gobierno de Madrid, dado que en todo el complicado proceso para llegar al compromiso del tripartito se ha revelado como un timonel a la vez firme y capaz de valorar sin prepotencia a los interlocutores, una ausencia que no parece que hayan suplido la mayoría de los transeúntes habituales de los pasillos del Palau. Y por último, tampoco puede desdeñarse en este contexto la falta de un mayor papel de Joan Saura, que desde su serena naturalidad es una fuente inapreciable de sentido común, lejos de salidas genialoides, y con los pies muy bien asentados en el suelo, como lo demuestra ahora la forma en que está dirigiendo el proceso de la reforma estatutaria, con rigor, consenso y, a la vez, participación, y como lo ha demostrado anteriormente, con su actuación determinante en la superación de las crisis y en la definición de las grandes orientaciones estratégicas del Gobierno.

Caminar con una o más piedras en el zapato, a la corta o a la larga, acaba agujereando el pie si no se tiene el acierto de sacarse el zapato a tiempo, aun corriendo el riesgo de tener que seguir caminando descalzo.

Antoni Gutiérrez Díaz fue vicepresidente del Parlamento Europeo.

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