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Reportaje:

Carcajadas medicinales

Un taller de risoterapia, impartido en el centro de mayores en Lebrija (Sevilla), redescubre el juego a sus participantes

Tereixa Constenla

En la planta baja del centro de día de mayores de Lebrija (Sevilla) suenan los golpes secos del dominó. De la primera, donde está el salón de actos, salen trombas de carcajadas. Si alguien se sienta a observar al grupo de 13 mujeres repartidas en dos filas enfrentadas, que juegan a hacerse reír con la misma espontaneidad que emplean los niños, le resultará difícil abstraerse y permanecer al margen de la hilaridad general. Resulta extraño que los jugadores de dominó no salgan corriendo escaleras arriba para sumarse al coro de carcajadas.

Elena González, la psicóloga que dirige el taller de risoterapia al que acuden las 13 mujeres, decide concederles un respiro con juegos de mímica, antes de poner en marcha una variante del tradicional juego de la silla que obliga a las perdedoras a pagar "una penitencia" destinada a divertir a las demás. Algunas cuentan chistes, otras bailan sevillanas y una emuló los buenos años de Sara Montiel y su famoso cuplé. Despiden la sesión con unos minutos de relajación, sentadas junto a la pared, con los ojos cerrados y la voz suave de la monitora guiando su dejarse ir.

Al finalizar, Carmen Sánchez-Barahona López, que aparenta una década menos de los 76 que tiene, asegura que ha aprendido a "dejar las angustias en la puerta". "Porque yo tengo muchas", agrega.

"Yo me he reído muchísimo de joven", aduce Francisca Ruiz Ortega, de 70. ¿Después? "Después me he parado un poquito", replica. Las respuestas son similares. Los elogios a los beneficios del taller de risoterapia proliferan, al igual que la queja respecto a su brevedad. Las participantes han respetado fielmente su cita con Elena González, incluso haciendo piruetas con sus obligaciones. "Yo limpio una óptica por las tardes, y los miércoles lo he cambiado, no he faltado ni un día", expone Rosario Rodríguez Catalán, de 62.

Desde que acude al taller, Rosario se levanta cada mañana estirando los brazos y el torso hacia el cielo diciéndose que está contenta. "Mi marido dice que estoy más loca que un trillo, pero desde que vengo aquí me río más aunque en mi casa no me río así", señala.

Elena González trata de mentalizarlas de que la risa "depende de una misma". "Nos han enseñado que reírse es malo, se consigue que se abran a la risa", expone. La psicóloga destaca que el grupo de Lebrija ha respondido de forma entregada y participativa, a diferencia de otros donde los asistentes se han cortado por pudor. Y añade: "Ellas se lo pasan bien, pero yo me lo paso mucho mejor. Yo aprendo de ellas una barbaridad, ves su vitalidad y te dices que de mayor quieres ser como ellas".

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Además de soltar la risa con más facilidad, las mujeres de Lebrija que acuden al taller del centro de día han recibido mensajes permanentes de la monitora para encarar la vida con optimismo. "Lo fundamental es intentar cambiar la mentalidad de las cosas, darle la vuelta a la tortilla, porque creen que ya no pueden divertirse porque son mayores", indica la psicóloga.

Francisca Benítez Zambrano, de 63, recaló en el taller buscando un curso de relajación. Ahora es de las más encantadas con las técnicas para carcajearse y divertirse, aunque la capacidad para aprender a desconectar no es baladí. Y, sobre todo, volver a jugar sin sentimiento de culpa. "Te liberas, no piensas nada", concluye una.

Asuntos Sociales ofertó el curso en 31 residencias

La inclusión de los talleres de risoterapia en la oferta de los centros de mayores de Sevilla ha sido una iniciativa de la delegación provincial de Asuntos Sociales, que se pone en marcha por vez primera gracias a una subvención de 11.442,50 euros. Elena González Iglesias ha sido una de las cinco psicólogas que se ha encargado de dirigirlos en alguno de los 31 centros donde han funcionado.

A la propuesta se han apuntado más de 700 alumnos, entre los que han primado las mujeres de forma rotunda. "Los hombres tienen más vergüenza, son menos participativos", explica la monitora. Casi todos los talleres están ya en la recta final, como es el caso del curso de Lebrija, en el que se inscribieron 23 personas aunque la asistencia regular se ha reducido a 18. Ningún hombre ha participado en las ocho sesiones que ha durado el taller.

El objetivo es más ambicioso que divertir y hacer reír a los asistentes. "Soy consciente de que en tan poco tiempo es difícil cambiar la forma de vida, pero al menos pretendo que se planteen otras cosas, que adopten una visión positiva y activa, que piensen que tienen cosas que decir", señala González.

En los talleres, las monitoras usan técnicas que ayudan a liberar las tensiones del cuerpo para provocar la carcajada. Gracias a la risa, a su vez, se pretenden "eliminar bloqueos emocionales, físicos, mentales y mejorar la salud". Al menos, es el objetivo perseguido por los promotores y organizadores de la iniciativa, que recuerdan el poder terapéutico atribuido a la risa por diferentes corrientes filosóficas.

En la documentación aportada por Asuntos Sociales, se recogen ejemplos antiquísimos sobre la importancia concedida a la carcajada, como templos chinos de hace más de 4.000 años "donde las personas se reunían para reír con la finalidad de equilibrar la salud" o hechiceros "payaso" en algunas tribus que recurrían al humor para tratar de curar a los enfermos.

En el repaso histórico sobre el poder de la risa, señalan que Freud atribuyó a las carcajadas "el poder de liberar al organismo de energía negativa" y recuerdan que, desde que un médico californiano, comenzó a usar el buen humor en la recuperación de enfermedades "se comenzó a utilizar la técnica de la terapia de la risa en hospitales de Estados Unidos, Suiza, Alemania y Francia".

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Lisboa desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera en Andalucía. Es autora del libro 'Cuaderno de urgencias'.

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