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Cómo montar un conflicto idiota

El escritor Raymond Chandler es uno de los clásicos de la novela negra. Su suprema habilidad no radica en la trama, sino en sus sarcásticos diálogos, a veces autoinfligidos. Un rasgo recurrente en sus novelas es la pasión por las rubias despampanantes, de las que ofrece una larga taxonomía en El sueño eterno. En Adiós, muñeca se refiere a una en términos entusiastas. "Cualquier obispo -asegura- haría un agujero en una vidriera para verla". Y concluye: "Fueran las que fueran tus necesidades, dondequiera que estuvieras, aquella mujer tenía la solución". Como parecía corresponder a sus características, la rubia en cuestión atendía al exótico nombre de Velma.

Al cabo de ocho años cabe preguntarse si será imprescindible una rubia despampanante para resolver el problema de los archivos de la Guerra Civil en Salamanca. Como en estas líneas se va a proponer una solución concertada, no se trata aquí de recordar los errores cometidos. Basta con mencionar que en más de una ocasión se superó la barrera de lo grotesco. En su momento, los especialistas que habían -habíamos- propuesto una solución de transacción fuimos fusilados al amanecer para ser sustituidos por algún aristócrata gangoso o bondadosos colaboradores con el sello de la adhesión inquebrantable.

Del conflicto hubieran podido surgir resultados positivos para todos. La transición fue un ejercicio de reconciliación y de voluntad de no repetir el pasado. En el caso que nos ocupa hubiera tenido sentido un serio reconocimiento de que entre las herencias penosas del pasado permanece la incautación de papeles de instituciones e individuos como consecuencia del desenlace de la guerra civil. Habría sido lógico, además, que se creara una institución destinada a tratar de este período de nuestra historia con amplitud, precisión y deseo de concordia. Desde ella se podría llevar a cabo una "política de la memoria", ponderada y galvanizadora de la moral colectiva, que, a diferencia de otras transiciones, a nosotros nos ha faltado.

Vuelve a plantearse la cuestión y las impresiones no son, de momento, positivas. Lo idiota en sí no es el conflicto, sino su apariencia irresoluble. Hoy se erizan barricadas en Barcelona y Salamanca peleando por documentos convertidos en símbolos y olvidando la necesidad de entender las razones del otro. ¿Volveremos a repetir aquella situación descrita por Unamuno a comienzos del pasado siglo, de acuerdo con la cual, habría en uno y otro lado, "junto con no poca soberbia, ignorancia y culto a la mentira"? Resulta muy poco serio juzgar que unos son objeto de despojo por castellanos de lo que les es propio y que los otros ven amenazado un patrimonio histórico estrechamente vinculado a su pasado. Mientras prosigue la guerra dialéctica, el Archivo de Salamanca sigue siendo una institución que esta lejísimos de tener la trascendencia que le podía corresponder. En otros archivos estatales hay más documentación decisiva sobre el periodo que en él y no se ha emprendido la imprescindible labor de recogida de la información dispersa de otra procedencia.

Ya empieza por ser absurdo que aliados políticos hayan impuesto al Gobierno un debate parlamentario sin consulta previa. El resultado tuvo una consecuencia positiva, dilatar la solución seis meses. Pero la idea de que quienes debían negociar eran la Generalitat y el ministerio ha provocado los efectos previsibles en Salamanca. Allí el desvarío ha llegado a la reclamación de la gestión del Archivo, lo que equivale a mantenerlo en la insignificancia actual. El Gobierno anterior pretendió dejar atada y bien atada la situación actual a través de un Patronato adicto en el que quien ha escrito una línea o visto un papel acerca de la Guerra Civil es una brillante pero también resonante excepción.

Llama la atención hasta el momento el olvido de los intereses estrictamente culturales. Consisten en tener disponibles y consultables más documentos y mejor clasificados, estudiarlos mejor desde criterios científicos y hacer una labor de divulgación que sirva para construir, con la memoria, la convivencia presente. Y para resolver problemas como éstos no se necesitan rubias despampanantes como la Velma de Chandler. Basta con historiadores castigados por la alopecia y la grasa abdominal o historiadoras con las inevitables arrugas que acompañan a la sabiduría y la experiencia.

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