Empecemos por Montera
En relación a la operación contra la prostitución que el alcalde Ruiz-Gallardón ha puesto en práctica en Madrid en la calle Montera, que consiste en hostigar la prostitución mediante la vigilancia policial exhaustiva, hecho éste que me parece muy fuerte, y siento mucho expresarlo así, tal cual. Sinceramente, no creo que sea la mejor manera de terminar con dicho problema o cualquier otro. Desde mi trabajo directo con estas mujeres, como miembro de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, he sentido mucho todo esto, al conocer esta forma de actuación, pues en mi cabeza solamente veía rostros con nombre y apellido, vivencias y experiencias que responden a situaciones problemáticas individuales con realidades distintas, cuya base común es la prostitución.
Parece que no es suficiente con que se endurezca la Ley de Extranjería, sino que, con "palmaditas en la espalda" se les invita a salir del país, con una estupenda obra social: "billete gratis de vuelta a su tierra"; pero, eso sí, con un apoyo psicológico para que acepten de buen grado que ya no es que no tengan derecho a trabajar en lo que sea por ganarse la vida, no, sino que no tienen cabida en este país.
Creo que se olvidan de que son personas y que detrás de éstas hay otras muchas que dependen de ellas para subsistir; y, aunque no fuera así, ¿quiénes somos los demás para juzgarlas? Los problemas no se arreglan con expulsar a los que nos causan el problema. ¡Como esto me molesta o me desagrada verlo, lo aparto, o lo tiro a la basura, así de simple! Sin pensar en nada más, ni en qué sienten, ni qué les ocurre, ni en qué ni quiénes las han llevado ahí; ni qué responsabilidades tienen a su cargo, tanto extranjeras como nacionales.
Éste es el maravilloso ejemplo que les damos a las nuevas generaciones, ¿verdad? Les enseñamos a ser radicales, moralistas escrupulosos de miras estrechas que tranquilizan sus conciencias dando un ultimátum, posicionándose desde arriba y no de igual a igual. Ojalá pudiéramos conseguir trabajo para todos, vida digna y papeles a quien no lo tenga, niños que jamás tuvieran que trabajar porque no tienen que comer, y personas que no actúen desde la violencia y la radicalidad para solventar los problemas que nos atacan de lleno.
Pero la realidad es muy diferente, y me pregunto: ¿por qué nos asusta tanto el mundo de la prostitución o del sexo? ¿Por qué la moral nos impide tener una mentalidad más abierta? Una realidad que desde siempre ha existido y que con limpiar las calles, las casas o demás, no se soluciona el conflicto, sino que se traslada de lugar e incluso se agrava. ¿Por qué nos da miedo asumir que el mundo está cambiando? Y que de seguro en ese cambio van implícitos la interculturalidad, la pluralidad y la integración social y laboral de todos los ciudadanos. De nuevo afirmo que me parecen muy fuertes las medidas que están tomando.
Desconozco cuál sería la solución, pero sé que la que están teniendo no lo es, y es un tema complejo y difícil que debería abordarse desde otro punto de vista. Alguien a quien he querido mucho me dijo en cierta ocasión: "Yo podré o no estar de acuerdo con la decisión que tomes, pero de seguro que no te dejaré sola". Cuando pienso en estas personas, sé que una de las cosas que más demandan es sentirse como tales, y ser tratadas con cariño, intentando evitar la soledad que les caracteriza. Y eso es justo lo que van a conseguir, dejarlas aún más solas de lo que ya se sienten.
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