Suicidios a cámara lenta
El desencantado es varias cosas y todas ellas son cosas buenas. El desencantado es: a) un gran relato "de Hollywood"; b) una sabia investigación sobre aquello que Henry James bautizó como "la locura del arte"; c) una lograda novela de iniciación; d) un pequeño clásico de la literatura norteamericana, y e) un notable ejercicio bio-autobiográfico donde se narra el crack-up de un hombre hermoso y maldito llamado Francis Scott Fitzgerald. Los cómos y porqués de todo esto son fácilmente rastreables en pocas páginas de cualquier biografía del autor de El gran Gatsby -buscar Schulberg, Budd (Nueva York, 1914) en el índice onomástico- o, con triste lujo de detalles, en Domingos locos: Scott Fitzgerald en Hollywood, de Aaron Latham (Anagrama, 1974).
EL DESENCANTADO
Budd Schulberg
Prólogo de Anthony Burgess
Traducción de
J. Martín Lloret
Acantilado, Barcelona, 2004
536 páginas. 24 euros
El desencantado -fitzgeraldiana ya desde el título- cuenta la amistad peligrosa entre un joven y promisorio guionista de cine y aspirante a novelista (Schulberg muta a Shep Stearns) y (Fitzgerald es Manley Hallyday) de una gloriosa ruina literaria. Ya se sabe: la decepción de descubrir que Sunset Boulevard no es la Tierra Prometida sino el Infierno Realizado, situaciones lamentables frente a los magnates locales, una esposa alucinada por los dorados fantasmas del pasado (que aquí se llama Jere, pero que no puede ser sino Zelda), sus libros descatalogados, días de resaca, y noches que ya no son ni jamás volverían a ser tiernas. Se sabe también: la caída de Scott Fitzgerald -y su resplandeciente redescubrimiento posmortem- es uno de los clásicos a la hora de "enseñar" las glorias y miserias y glorias de la vida literaria. Su equivalente pictórico es, claro, Van Gogh.
Y hay que decir algo a favor de Schulberg: El desencantado no fue ni es un libro oportunista sino oportuno. La novela fue publicada en 1950, apenas diez años después de la muerte de su inspirador -sus obras aún no habían ingresado en el paraíso del canon, Hemingway hacía todo lo posible para hundir la memoria de su alguna vez amigo y benefactor- y, además de ser un éxito de crítica y ventas, contribuyó a que arrancaran los motores de la justa canonización de Fitzgerald. Hay en ella, también, algo de sentido exorcismo del viejo demonio: Fitzgerald elogió la primera novela de Schulberg -la también hollywoodense ¿Por qué corre Sammy?- con una frase de contraportada. De ahí que lo que el aprendiz recuerda y noveliza sea materia sórdida pero filtrada por el afecto y el privilegio de haber vivido pequeñas aventuras junto al gran maestro.
El grueso de El desencan-
tado es un viaje de Hallyday y Stearns -en 1939, pero puntuado por flash-backs del primero recordando los buenos tiempos- rumbo al invernal noreste donde se están filmando los exteriores del guión en el que ambos están trabajando. Algo sale mal y Hallyday -como Fitzgerald- pierde los papeles. En realidad, uno y otro están muy cansados de la película de su vida, de ese suicidio en cámara lenta. Y la nota sin puntos ni comas que Fitzgerald le dejó a Schulberg en un cuarto de hotel define a la perfección el "tono" de El desencantado: "Colega no deberías haberme dejado colega porque me sentí solo colega y bajé al bar colega y empecé a beber colega y ahora nunca me encontrarás colega".
De regreso en Hollywood, el estudio conservó a Schulberg -era hijo del jefe de la Paramount y, con el tiempo, escribió los guiones de La ley del silencio y de Más dura será la caída, y participó de rojos y negros episodios durante las brujeriles cacerías del senador McCarthy- pero prescindió de Fitzgerald. Lo mismo le ocurre a Hallyday, quien, resignado, sonríe triste "en América nada fracasa tanto como el éxito". Y si bien Stearns menciona a Fitzgerald para así separarlo de Hallyday -y en un prefacio que escribió para una reedición de El desencantado, Schulberg aclaró que Hallyday no era sólo Fitzgerald sino que representaba "el Tipo Fitzgerald. O el síndrome. O la herida"-, lo cierto es que aquí no hay dudas. Hallyday puede ser muchos hombres a los que Hollywood les dio el tiro de gracia, pero un solo drama: el de aquel que dijo "muéstrame un héroe y te escribiré una tragedia" y aseguró que "no hay segundos actos en las vidas americanas". El desencantado confirma lo primero y contradice lo segundo.
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