Entre Bakunin y Michael Jackson
Harald Szeemann aborda la crisis de las utopías artísticas en la Fundación Miró
Malevich, el gran pintor suprematista ruso, yace en forma de hiperrealista figura de cera en un geométrico ataúd bajo el cuadrado negro sobre fondo blanco con el que que entró en la historia. El colectivo de artistas eslovenos IRWIN ha titulado irónicamente la instalación Cadáver artístico (2003). Se presenta en una sala en la que pueden verse también numerosas fotografías de los anarquistas Bakunin, Kropotkin o Carlo Cafiero y piezas de Artaud, Mondrian, Kandinsky o Duchamp. Lo de Malevich ya es un aviso de que la mirada sobre las bellas y esperanzadoras utopías sociales y artísticas de los siglos XIX y XX que propone la muestra tendrá un regusto amargo. Y, efectivamente, al final del recorrido, cuando el espectador ya se ha atragantado con un ufano Bush enseñando la Casa Blanca, se encuentra con un vídeo de Una Szeemann, Trhill Me (2004), que narra en seis minutos la monstruosa transformación física de Michael Jackson, icono del "sueño americano" del todo es posible si se tiene dinero, al ritmo de su famoso Thriller.
Casi cada obra tiene una historia, y hay unas 150. Harald Szeemann, veterano comisario de exposiciones suizo, ha desplegado muchas de sus obsesiones en esta exposición que ha titulado La belleza del fracaso / El fracaso de la belleza y que se presenta hasta el 24 de octubre en la Fundación Miró de Barcelona. Se incluye en el programa de ciudad del Fórum, que ha asumido el 75% de los 929.000 euros que ha costado.
La exposición combina obras históricas con piezas contemporáneas, miradas poéticas con documentos puros y duros; en fin, arte y provocación en un recorrido temático y cronológico abierto a múltiples transgresiones. Los ámbitos más históricos, llenos de sorpresas, están dedicados, por ejemplo, a la búsqueda de la obra total de Richard Wagner -se exhiben algunos de sus dibujos para escenografías junto a los de Adolphe Appia y a cuadros de Füssli y Beckmann-; las arquitecturas utópicas de Albert Trachsel o Bruno Taut; los idealismos de la comunidad de Monte Verità o el accionismo vienés de Otto Mühl.
Entre las piezas destacadas figuran, por ejemplo, una enorme instalación del suizo Thomas Hirschhorn, titulada Stand-in, que alude al interior de una hamburgueseria y que está abarrotada de objetos, textos, televisores, muñecos y pintadas en las que mezcla guerra y moda como partes de un todo globalizado que se consume igual que el fast food. Ocupa el centro de la muestra, pero antes de entrar, en un patio de la fundación, el español Fernando Sánchez Castillo realiza lo que parece ser toda una proclama republicana con una instalación en la que fragmentos de la estatua ecuestre barroca de Felipe IV comparten espacio con cascotes, restos de pancartas y la bandera tricolor en el suelo. Y cuatro conejitos (en alusión a Hispania, conocida por los romanos como tierra de conejos) campan a sus anchas sobre las ruinas de una revolución inexistente.
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