Marchando otra de lo mismo
"Lo poco agrada y lo mucho enfada". Así de sabio es el refranero. El director de la Compañía Nacional de Danza (CND), Nacho Duato, presenta estos días en el Teatro Real de Madrid a sus coreógrafos favoritos: Forsythe, Kylián y, por supuesto, él mismo. Tres espadas para un cartel demasiado trillado. El 95% de las obras programadas por la CND desde la reapertura del coliseo madrileño llevan su firma.
Nadie discute sus méritos -Forsythe y Kylián son dos pilares de la danza contemporánea mundial-, pero en un país donde el ballet es una anécdota, donde vivimos en un páramo artístico y donde muchos bailarines huyen al extranjero en busca de un futuro mejor, ofrecer siempre la misma cara de la moneda resulta, cuando menos, preocupante.
Compañía Nacional de Danza
Director artístico: Nacho Duato. Workwithinwork: William Forsythe / Luciano Berio. Falling angels: Jirí Kylián / Steve Reich (estreno en España). White darkness: Nacho Duato / Karl Jenkins. Teatro Real. Madrid, 25 de mayo.
Pero en este desaguisado las culpas son compartidas. ¿Qué criterios inspiran a la dirección del Real a la hora de diseñar la temporada? Existen otros coreógrafos y otras sensibilidades igual de interesantes e igual de contemporáneos que este trío de lujo. Los aficionados y el público necesitan salir de este sota, caballo y rey por muy maravilloso que sea.
La noche del estreno tuvo alguno de esos instantes maravillosos. La pieza Falling Angels (1989), de Kylián, inunda el teatro de magia. Unos haces de una luz casi solar invaden el escenario. Ocho bailarinas en maillots negros se posan sobre ellos con unos movimientos llenos plasticidad. El trabajo gestual del coreógrafo es brillante -muy original la unión de los brazos en una pieza única y muy sensual el cimbreo de los hombros-. La obra viaja sobre un tejido rítmico creado por cuatro percusionistas. Su sonido sólo acompaña a la coreografía, sin condicionarla. Y así surge una danza mecánica y excitante a la vez. Ante el espectador pasan sin descanso unos fotogramas-baile de un gran impacto visual y espacial.
Forsythe despliega con Workwithinwork (1998) todo un tratado sobre el movimiento en una caja escénica con el fondo en penumbra. Es una obra difícil, muy exigente técnicamente. Se necesitan unos intérpretes con muchos fundamentos para llevarla a buen puerto. Quizás a los chicos de la CND les hubiera venido bien una pasada por la sabia mano del autor para sacar más partido a una creación larga y desigual.
Duato crea un clímax conmovedor en White darkness (2001) -blanca oscuridad, en castellano-. Un ambiente de tristeza llena la sala; un sentimiento hondo encoge al espectador. La muerte de un familiar por culpa de las drogas inspiró al coreógrafo. Un polvo que atrapa, blanco, luminoso, cae sobre la protagonista, Yolanda Martín, que protagonizó el momento más intenso de la noche. La destruye y, a la vez, la redime. Ésa es la metáfora: en lo más oscuro, en lo más profundo, en lo más terrorífico también hay luz. Y Duato, en una de sus piezas más interesantes de los últimos tiempos, propone volar hacia ella.
Las tres obras tienen su mérito. Pero hay que ampliar horizontes. Nadie quiere comer marisco todos los días ni escuchar a Bach a todas horas.
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