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Columna
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Boda en Tirana

Josep Ramoneda

Un grupo de jóvenes mujeres vestidas virginalmente de novias y al grito de "yo también quiero ser primera dama" se manifestaron, el pasado viernes, en la avenida de los Caídos de Tirana, un amplísimo bulevar que fue construido durante la dominación italiana y que ha sido, desde entonces, el eje referencial de la ciudad. Fue Ilya Ehrenburg el que dijo que había visto muchas ciudades sin grandes avenidas pero que en Tirana había visto por primera vez una gran avenida sin ciudad. Hoy, Ehrenburg no podría decir esto, porque Tirana ha crecido enormemente (desde el tiempo del comunismo ha triplicado su población, de 200.000 a 600.000 habitantes) y porque tiene la vida activa propia de toda aglomeración digna del nombre de ciudad. Las novias estaban frente a la entrada del consejo de ministros albanés, un edificio, situado frente al antiguo Comité Central del PCUS, donde tenía despacho el dictador Enver Hoxja y que Kadaré describió en su novela El palacio de los sueños. Las novias interpretaban una perfomance organizada por un grupo alternativo que viene desarrollando diversas acciones pacíficas de protesta por la ciudad de Tirana. Una de las participantes, una chica holandesa que había venido expresamente para participar en el evento, dijo a la prensa que en su país se sabía que en Albania era muy fácil llegar a primera dama y que por eso había venido a probar suerte. Fatos Nano, el actual primer ministro albanés, dejó recientemente a su mujer por una joven de pasado dudoso, relacionada con el mundo de la prostitución, que ayer cumplió 31 años. Todo podría haber quedado en el terreno de las peripecias privadas y de los chascarrillos de conversación callejera si no fuera porque al primer ministro no se le ocurrió nada más que iniciar las reformas legales necesarias para que su joven compañera adquiriera el rango de primera dama, adelantando en el escalafón protocolario a la esposa del presidente de la república. Lo cual, además de una tormenta político, se convirtió en el hazmerreír popular. Por si fuera poco, la protagonista ha decidido ocupar su tiempo libre en un negocio de alquiler de helicópteros, que algunos periódicos han denunciado ya. Con todos estos ingredientes, no es de extrañar que las aventuras amorosas de Fatos Nano sean tema de conversación popular en Tirana. Se cuenta y no se acaba sobre la influencia de la joven esposa sobre el primer ministro, más pendiente, dicen, de ella que de las cuestiones de gobierno, sospecha a la que puedo aportar un dato empírico: eran las diez y media de la mañana cuando, yendo al aeropuerto, me he cruzado con una caravana policial en medio de la cual iba el mismísimo Fatos Nano, conduciendo un todo terreno con la joven señora al lado. Esta movida sentimental coincide con un momento en que Nano ha dado claros síntomas de regresión autoritaria. Este hombre, que, al modo de Adolfo Suárez, fue una figura emergente del régimen anterior que apareció cuando éste empezó a tambalearse, ganó las elecciones cuando los Estados Unidos comprendieron que había que parar los pies al líder de la derecha Berisha, al que habían apoyado inicialmente. Berisha manipuló unas elecciones y entró en un fase de populismo salvaje que puso a Albania al borde del precipicio. Ahora, Nano, que, apareció como la posibilidad de encauzar, por fin, la democracia albanesa, parece estar ya atrapado en la espiral de un poder en el que las pulsiones autoritarias y los círculos concéntricos de la corrupción son muy grandes. El asunto de Fatos Nano y su joven compañera es el enganche popular que concentra unas críticas que vienen de un malestar más profundo. Tirana es una viva expresión de las contradicciones en medio de las que Albania avanza. La antigua ciudad prohibida, donde residía la nomenclatura y no podía acceder la ciudadanía, es hoy una zona abierta de comercios y bares, que acaba de estrenar horario peatonal. Por todas partes, crecen en edificios nuevos, que cambian el paisaje de una ciudad de casas bajas porque el pésimo material de construcción que usaba el comunismo no permitía subir más pisos. El control del crecimiento y de la construcción se hace imposible en un terreno donde se mueven con habilidad las mafias y las conexiones del terrorismo internacional. Los ajustes de cuentas entre grupos mafiosos y la violencia doméstica (no sólo de los hombres contra las mujeres sino también entre padres e hijos) son los principales factores de criminalidad, me decía el alcalde Edi Rama. Una buena imagen del estado de este país: un crecimiento que las instituciones políticas no pueden o no quieren controlar y un desconcierto cultural y moral entre los ciudadanos que pasaron de golpe del más hermético y cruel de los comunismos al sálvese quien pueda que, en momentos de Berisha, llegó a ser puro caos y anarquía. "Ha pasado el emperador", ha dicho con sorna el chófer que nos llevaba al aeropuerto al cruzarnos con Fatos Nano y señora. De la otra boda, en Albania, sólo supe por la CNN. Los albaneses me preguntaron mucho más por la crisis del Real Madrid que por la boda real. Y ayer la televisión retransmitió como cada domingo la Liga española de la que se sabe todo. Si la CNN habla del cuento de hadas de doña Letizia, los albaneses están pendientes del de la señora de Fatos Nano. Moraleja: en las repúblicas también son importantes las cuestiones de matrimonio. La única diferencia es que en una república dejan de serlo cuando el ciudadano decide con su voto echar al interfecto del poder, mientras que en una monarquía son para toda la vida. Salvo que se demuestre lo contrario.

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