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Tribuna:DEBATE | Las relaciones entre España y Marruecos
Tribuna
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El vecino necesario

La vecindad es un hecho; la necesidad, una circunstancia que conviene tener presente. El término más adecuado para definir una política de buena vecindad es cooperación, y cooperación de igual a igual.

Cooperación sincera, enraizada en las convicciones y sustentada sobre bases reales. Así, la cooperación en la lucha común, y no unilateral, contra el terrorismo. O la cooperación económica entre ambas orillas de un mismo mercado. Y la cooperación solidaria, generosa, descentralizada de las comunidades autónomas españolas o de las ciudades de este lado del mar común; o de la Administración General del Estado con el nuevo MAEC y el tándem Moratinos-Pajín.

Cooperación transparente para abordar los prejuicios y desmontarlos, o para encarar los problemas comunes, aun los más arduamente sentimentales si se quiere, como el derivado del Sáhara. Vecinos, pues, que hablan, dialogan, discuten o discrepan, y negocian siempre con el objetivo común de cooperar.

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Vecinos que dialogan, discuten o discrepan y negocian con el objetivo común de cooperar
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Estabilidad en el Magreb

Importa el pasado. El memoricidio, de seguir a Juan Goytisolo, acarrea más desgracias y no aporta solución alguna. El pasado más alejado, pero también el más inmediato de desencuentros y provocaciones por quienes debieran haber aportado la cordura de la razón y atendido a la lógica de los hechos y los intereses de ambas partes. Importa, y mucho, el conocimiento sin prevenciones del "otro", que lo es cada vez menos en la medida que forma parte de nosotros, para comprender sus problemas y atender a las soluciones que propone.

Así, el islam plural y sus fundamentalismos. Acaso sus raíces no se encuentren en casa del vecino, sino en otros lugares, igualmente del vecindario, en el Machrek. En el Magreb lo saben, ¿lo aceptamos nosotros? Tal la modernización de la economía, su liberalización y su homologación con la Unión Europea, ¿estamos dispuestos a discutir, y llegado el caso a acordar, modificaciones en nuestras barreras en agricultura o en el textil? O la aportación generosa para la consolidación de una sociedad civil que pugna por la igualdad de género, el buen gobierno, las prácticas democráticas o la erradicación de cultivos perniciosos, ¿son prioridades para este lado del Estrecho?

Y las migraciones. Este lado fue emisor de población a lo largo de decenios hacia el Magreb, y no sólo hacia Marruecos. Era el destino más próximo cuando la necesidad o la violencia acuciaban a nuestros paisanos. Hoy el flujo se ha invertido. Vienen ellos, en parte por los mismos motivos que impulsaron a los nuestros a instalarse en Orán o en Larache. Y el tiempo histórico no sólo cambió, sino que se aceleró. Hoy hablamos de la multiculturalidad y menos de integración, sobre todo si entendemos ésta como asimilación, como aculturación. Sobre la base de unos valores que podemos establecer como comunes, esto es, la libertad, la solidaridad, la igualdad. Una integración social que preserva las convicciones, las costumbres y las identidades, desde el respeto y la asunción de aquellos valores comunes que permiten la convivencia en la tolerancia.

La sociedad española dio el paso a mediados de los setenta. La marroquí empuja con fuerza a las instituciones y a las organizaciones sociales en un sentido de progreso en todos los órdenes, económico, social, político en suma. El retroceso en las relaciones gubernamentales de los últimos años se ha visto interrumpido, por fortuna para nuestros pueblos, a partir del 14 de marzo y el nuevo Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. No es cuestión de talante, que también; es cuestión de convicciones profundas, y de propuestas de largo alcance que se plasman en acciones concretas, cotidianas. La sociedad civil de ambas partes, por fortuna, no siguió la senda de rupturas, todo hay que decirlo.

Es también la tenacidad y el propósito de la Junta de Andalucía y el Acuerdo de Intenciones suscrito por el presidente Chaves y el ministro Benaissa, en medio del esperpento de las acciones perpetradas por el último Gobierno de Aznar. Es el sentido de la presencia de Pasqual Maragall y la Generalitat de Cataluña. Respuestas necesarias ante el vecino necesario, cuando las relaciones económicas, los flujos de población, la solidaridad y la política se unen para exigir soluciones.

Decenas de miles de marroquíes habitan nuestras ciudades, contribuyen a la prosperidad propia y a la de los residentes. Necesitan expresar su propia condición, ejercer los derechos que les corresponden en el ámbito en que nos sentimos orgullosos de poder practicarlos.

Ignorar la dimensión del problema implica propiciar la infiltración de agentes extraños, abonar el terreno a la intransigencia, y, llegado el caso, incitar y practicar la violencia. Abordar el tema con transparencia y sin amenazas, e incluir en la agenda política una nueva relación con el islam instalado en España, incluida la financiación de los imames, lo que necesita de nuevas perspectivas, de interlocutores reconocidos, tarea en la que Marruecos, y su experiencia, puede resultar de enorme utilidad... para ambas partes.

Todo ello sin la pretensión de recetas mágicas, y menos aún de soluciones finales, policiales o ingenuamente sociales. Desde el realismo más estricto y la confianza mutua. Para concertar una comunidad de inteligencia, para atacar las bases sociales, económicas y políticas de los problemas. Para que las migraciones, también, tengan su marco regulador.

A esta tarea de reconstrucción de la confianza, a la normalización de las relaciones, están convocadas las instituciones políticas, pero también las organizaciones sociales. Como es sabido, el Mediterráneo es parte del conflicto, pero también de la solución. Y el papel de estos dos vecinos es clave para consolidar la dimensión mediterránea de una Unión Europea ampliada al Este.

Ricard Pérez Casado es doctor en Historia y presidente de la Comisión Delegada del Instituto Europeo del Mediterráneo en Barcelona.

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