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El tráfico se redujo al 50% a causa de los cortes impuestos por la boda real

El Ayuntamiento afirma que la ciudad volverá a la normalidad a las ocho de la tarde de hoy

Antonio Jiménez Barca

En la víspera de la boda del príncipe Felipe y Letizia Ortiz, las medidas de restricción al tráfico en el centro de Madrid redujeron ayer su intensidad a la mitad respecto a la de un viernes cualquiera. Sin embargo, miles de madrileños y forasteros, así como numerosos niños, se echaron a las calles para contemplar a pie los últimos preparativos del enlace. La posibilidad de que la de hoy resulte ser una jornada igualmente lluviosa cobró carta de naturaleza ayer poco antes de las 13.30, cuando la lluvia comenzó a descargar en el Palacio Real. El tráfico recobrará la normalidad a las ocho de la tarde de hoy.

El día se presentaba peliagudo. Las previsiones apuntaban que la víspera de la boda del siglo Madrid sufriría el atasco del siglo. Pero la alarma funcionó como método disuasivo, y el tráfico fue más fluido que ningún otro día laborable del mes. A las cuatro de la tarde, un autobús de la Empresa Municipal de Transportes, concretamente de la línea 15, que atraviesa el corazón de la ciudad, tardaba menos de 20 minutos en recorrer la distancia que separa la calle del Doctor Esquerdo de la Puerta del Sol, pasando por Goya, la plaza de la Independencia y la plaza de la Cibeles. Menos que cualquier otro día. A las cuatro de la tarde fue cortada la circulación en la Gran Vía mientras todo el mundo aguardaba una hecatombe circulatoria. Pero no. Sucedió lo contrario. No hubo pitidos, ni gritos, ni prisas, ni nervios rotos. El Ayuntamiento calculaba a las seis de la tarde que la circulación era un 50% menos que un día normal.

Por la mañana, las emisoras de radio prevenían contra el colapso. Algunos colegios cerraron horas antes para eludir problemas a los padres que iban a buscar a sus hijos al colegio. Juan Hermoso, un taxista de 35 años, a la una de la tarde, señalaba: "Yo bajo la bandera ahora mismo y me voy a casa. Porque la que se va armar va ser buena...".

Pero tampoco fue así. Otro taxista señalaba a eso de las siete de la tarde que hacía días que no se veía una tarde de viernes así, "y eso que está lloviendo", precisaba. Añadió que por la mañana sí que se registraron embotellamientos en zonas cercanas a las calles del Príncipe de Vergara y Velázquez, pero que después de comer "la cosa cambió".

El centro de la ciudad, tomado por operarios, periodistas y curiosos, respiraba un aire de fiesta que sólo la lluvia empañó. Por la Gran Vía o el paseo del Prado, quien no llevaba una acreditación de prensa o de la organización de la boda llevaba una cámara de fotos. "Ha venido mucha gente de fuera de Madrid, del resto de España, para la boda", señalaba un policía municipal, encantado de que hubiera tan poco tráfico en Cibeles. La escasa circulación de vehículos animaba a los visitantes a ir andando por uno de los carriles del paseo del Prado, mientras que uno de los empleados en los preparativos ponía en marcha los altavoces gigantes que funcionarán hoy. Algunos miembros del departamento municipal de Parques y Jardines colocaban flores y césped a última hora; otros, recubrían las vallas que delimitan el perímetro del recorrido con telas o serigrafías, rosas y plateadas, respectivamente, con el anagrama M-Mayo 2004 de la boda. Otro explicaba que hasta última hora había que arreglar detalles.

Casi todos los vehículos que cruzaban por el centro eran taxis (algunos hicieron su particular agosto), automóviles de la policía o coches de lujo negros que, acompañados de agentes motorizados, trasladaban velozmente a las personalidades llegadas de las cuatro esquinas del mundo para asistir al enlace real. Muchos de ellos recalaban en los hoteles Ritz y Palace, donde sí se registraban embotellamientos, pese a la lluvia; pero no de coches, sino de personas al acecho de famosos. A eso de las cinco y media de la tarde llegó Carolina de Mónaco al Ritz y el delirio cundió entre los curiosos.

La ciudad "parecía un pueblo grande", según expresión de un tercer taxista, Juan Ramón Marco, que se lamentaba, sobre todo, de la lluvia y del mal tiempo. "Porque la gente tiene muchas ganas de fiesta. Ya se ha visto estas noches. Yo he hecho hoy [por ayer] muchas carreras Gran Vía arriba y abajo sólo para enseñar la calle a turistas llegados de provincia. Hoy más que taxista he sido cochero", añadía. La calle de la Montera aparecía, sin prostitutas, tomada por la Policía Nacional. La Gran Vía, sin coches en el centro, era un hervidero de paseantes que se hacían fotografías enfrente de las farolas adornadas para la boda. Hasta las estatuas de Cibeles y Neptuno, con guirnaldas al cuello, participaban de esa tarde extraña, en la que se pronosticaba el caos, y que acabó siendo inopinadamente tranquila. Por primera vez, y a pesar de la lluvia, el paseo del Prado fue eso: un paseo.

La ciudad, más limpia que nunca

Un total de 222 operarios y 68 vehículos son los encargados de limpiar las calles incluidas en el recorrido nupcial, según el plan de la Concejalía de Medio Ambiente de Madrid. Estos operarios prolongarán su jornada laboral para realizar una actuación intensiva en todas las calles y vías adyacentes del recorrido nupcial, de donde retirarán los embalajes, muebles y enseres que pudieran ser depositados en la vía pública.

Procederán a la limpieza de pintadas, carteles y pegatinas, se realizará un baldeo mixto en todo el recorrido y su entorno y se llevará a cabo una limpieza especial de las papeleras, según informó ayer el Ayuntamiento de Madrid.

Otras 246 personas y 85 vehículos se encargarán de la recogida de residuos sólidos urbanos en la zona de influencia del enlace. Hoy no podrán colocarse cubos de residuos sólidos en la vía pública. Todos los vehículos abandonados, sanecanes y contenedores de obra instalados en las calles por las que pasará la comitiva nupcial serán también retirados.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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