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Tribuna:LA BODA REAL
Tribuna
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Madrid-Las Vegas

Desde luego fue premonitorio el título que Robert Venturi dio en 1972 a uno de sus libros más conocidos, Aprendiendo de Las Vegas. El autor reflexionaba sobre la popularización banal de una arquitectura que perseguía la recompensa inmediata de los espectadores: preferibles los elementos "híbridos" a los "puros", los "ambiguos" a los "articulados", escribía. Aprender de Las Vegas terminaba por simbolizar el fin del movimiento moderno -se suele decir- y desembocaba en la apuesta por esa cultura de parque temático que hoy gobierna Occidente.

Y es que Las Vegas es el más perfecto parque temático que jamás nadie haya podido imaginar, allí, perdido en medio de ninguna parte, con patios de hoteles presididos por volcanes humeantes que se ponen en marcha a cada rato, mientras dos hombres serios cierran un trato limpio frente a una montaña suiza o una rubia de bote, con un pantalón muy ceñido, apura el último sorbo de ese gin tonic -que es siempre corto en Vegas-. Las Vegas es el puro artificio, un lugar suspendido en el tiempo y el espacio, sin entidad real de ciudad, parodia, travestismo, imitación; es, como cada buen parque temático, un eterno domingo; tenerlo todo a mano, aunque sea falsificado y degradado.

Ramas de almendro adornan las farolas. La percepción es unánime, parecen de plástico
Da un poco de vértigo verla endomingada, sus monumentos iluminados de rosa chicle y lila
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Quizás por eso muchas ciudades en Occidente se empeñan hoy en convertirse en parques temáticos, ofreciendo a los visitantes felicidad manufacturada, belleza sobreactuada sobre la belleza de origen; banalización para turistas con poco tiempo y un programa apretado. Y, aun así, hay ciudades que por su misma idiosincrasia no se prestan al juego. Suelen ser las más destartaladas y peor conservadas, las menos canónicas, aquellas de dudosa belleza incluso; ciudades que han sufrido tantos irremediables abusos arquitectónicos que han aprendido a diseñar sus propias leyes del juego al margen de la ley.

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Madrid es una de esas ciudades: basta con detenerse una tarde en medio de Colón, antigua ubicación de un edificio soberbio y hoy explanada con bandera grandísima. Madrid, de tan desperdigada, obstinada en su eclecticismo, bonita si acaso a trozos, pone las cosas difíciles a la posibilidad de convertirla en el parque temático eficaz y compacto que exige la etiqueta: socarrona y pícara como aquellos que ya lo han visto todo, tiene costumbre de buscarse la vida.

Por eso da un poco de vértigo verla endomingada, disfrazada de una Vegas pazguata, sus monumentos emblemáticos iluminados de rosa chicle y lila, con algo de escenografía para un anuncio de nueva fragancia y bastante de esfuerzo absurdo por convertir en monumento de cartón piedra lo que era monumental de partida.

Los madrileños se echan a la calle, cámara en ristre y sacan fotos de su ciudad como si de un parque temático se tratara, sin pararse a pensar si es real o no, bonito o no. Es suficiente con que entretenga y haga pasar el rato: eso es un parque temático. O salen porque las noticias se crean y los medios llevan días convenciéndoles de que ése es el sitio donde hay que estar. O porque no se lo acaban de creer, porque este Madrid engalanado exige regresar para comprobar si lo que se vio estaba en realidad. Y hasta tal vez salgan, sencillamente, porque eso tiene y siempre ha tenido lo efímero: la fascinación de lo que no va a durar, el interés de lo excepcional.

Pues, sin duda, excepcional está Madrid tras la operación de estucado. Sobre la Almudena resulta imposible hablar finalizada la visita, como les sucede a los testigos de un evento traumático que se quedan sin palabras. Tremenda como es de partida la construcción, ha dejado claro que las cosas siempre pueden ir a peor. Aunque el esfuerzo por convertir en neobarroco el clasicismo de ciertas partes de la ciudad parece encomiable, como demuestran no sólo la duplicatoria decoración floral de la fachada del Prado, sino los estandartes plateados y fucsia y esa sucesión de artefactos que invaden la ecléctica Gran Vía, auténtica voluntad de estilo.

Se trata de un recorrido imposible de adornos con delirios medievalizantes centroitalianos que terminan por parecer -aprendiendo de Las Vegas, claro- un anuncio de heladería norteamericana de los años cincuenta. A éstos los siguen unas piezas literalmente inclasificables, en algunos casos rematadas por globos de los colores reiterados con un aire "superfashion" de fiesta seventies en la Factory de Warhol, todo ello salpicado con paneles fucsia en fachadas y ventanas y fragmentos de cuadros de los grandes maestros para tapar los andamios de los numerosas edificios en obras.

Sin embargo, lo más desconcertante es el último tramo. Ramas de almendro adornan las farolas. Personalmente he vuelto varias veces, incrédula, a ver el material sin llegar a precisar su naturaleza y he preguntado a taxistas y amigos: la percepción es unánime, parecen de plástico.

Pero basta con torcer por una calle, basta con situarse entre bastidores, tras el telón, para darse de bruces con las obras que siguen ahí -heridas abiertas en la ciudad- porque las visitas importantes no van a verlas.

Y luego, menos mal, el Retiro respira al margen de este conato de parque temático algo ñoño que Madrid, en su extrema sabiduría, expulsa incluso mientras la invade, ajenos miembros trasplantados que el cuerpo rechaza, y que no hacen sino enfatizar lo difícil que resulta vivir en esta ciudad sorteando vallas, socavones, contenedores y mal gusto.

Y es que para hacer verosímil un parque temático, incluso tan impecable como Vegas, es necesario meter un poquito de oxígeno extra en el aire acondicionado -como dicen que ocurre en la ciudad norteamericana-.

Lo demás, colores que imitan atardeceres, acaba por mostrarse como una máscara imperfecta: con levantar la vista por encima del cartón piedra se libera uno de la pesadilla. Ya lo dice el dicho popular: de Madrid al cielo.

Estrella de Diego es profesora de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid.

Varios operarios colocan vallas en la Gran Vía de Madrid.
Varios operarios colocan vallas en la Gran Vía de Madrid.JULIÁN ROJAS

Apagón de monumentos por seguridad

El Ayuntamiento de Madrid ha retirado ya la iluminación que esta semana decoraba los monumentos más emblemáticos del eje Prado-Recoletos, que ya no se pudo ver anoche, alegando motivos de seguridad. Según explicó el vicealcalde de Madrid, Manuel Cobo, esta iluminación (que se proyectaba sobre la Puerta de Alcalá, las fuentes de Cibeles y de Neptuno y el Museo del Prado) se ha sustituido por otra decoración con motivos florales. "Lo hacemos porque así nos lo ha pedido seguridad del Estado", indicó.

Además, detalló que ha sido necesario tomar esta decisión para poder acometer los últimos preparativos para la boda real, entre los que se encuentran la instalación de vallas o la creación de pasillos para los servicios de emergencia, unas labores que podrían haberse visto dificultadas por la gran cantidad de ciudadanos que en las últimas noches han salido a la calle para ver la iluminación proyectada sobre los edificios.

"Entendemos que la situación de cientos de personas en la calle hoy [por ayer], no sólo por seguridad, sino por el montaje de los preparativos, hace que no podamos tener esta iluminación", explicó Cobo, por lo que pidió disculpas a los madrileños por retirar las luces, que "han despertado gran interés entre los ciudadanos y los medios de comunicación". Señaló que "es una pena" que se haya tenido que tomar esta medida, porque los representantes municipales están "encantados" con la alegría con que, aseguró, han visto a los madrileños disfrutar estos días de su ciudad.

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