Los Borbones y la libertad
En uno de sus escritos,como de pasada, Josep Pla recuerda que en la Cataluña profunda "ir al Felipe V" equivalía a hacer las necesidades en el retrete. Por supuesto, el origen de la expresión derivaba del recuerdo de las instituciones catalanas perdidas. La implantación de los Borbones no supuso, sin embargo, tan sólo eso, ni siquiera la aparición de los primeros símbolos del Estado-nación, como la bandera, sino también la Ilustración y la modernización económica, en parte por impulso social pero también gubernamental.
La cita de Pla tiene su enjundia porque a veces se mantiene el lugar común de que los Borbones no sólo se identificaron con la desaparición de la España plural, sino también resistieron lo que pudieron a la difusión de la libertad contemporánea. Sería más justo y menos anacrónico afirmar, desde el punto de vista histórico, que el comportamiento de los monarcas españoles a lo largo del siglo XIX corrió en paralelo con la capacidad de la sociedad española para asumir las instituciones liberales. Si tomamos, por ejemplo, el caso del reinado de Isabel II comprobaremos que, en efecto, el régimen político tendió a ser en la práctica de un solo partido (el moderado) y que los relevos gubernamentales se produjeron gracias al intervencionismo militar (el "pronunciamiento"). Pero si no cabe exonerar a Isabel II de culpabilidad en ello hay que recordar que no toda ella tuvo el origen en su persona. La prueba es que durante el efímero reinado de Amadeo de Saboya hubo también incapacidad para establecer un turno entre los dos partidos del régimen y reiterada apelación a la fuerza militar.
El príncipe de Asturias ha desempeñado un protagonismo decisivo ante Iberoamérica y es consciente de su papel ante la pluralidad española
Los peligros para la Monarquía derivan de la sobreexposición ante los medios de comunicación, capaz de corroer a una institución multisecular
El Príncipe es muy consciente de su papel ante la pluralidad española, pero no vendría mal que manejara con más frecuencia las otras lenguas cooficiales
El régimen establecido a partir de 1876 hizo, por fin, posible que los militares vieran limitada su intervención a cuestiones y temas puntuales, aun siendo ésta inconcebible de acuerdo con criterios actuales. La Restauración, que proporcionó un conjunto de libertades amplias aunque limitadas a sólo una parte de la sociedad española, fue obra de Cánovas, pero también de Sagasta y, por supuesto, de Alfonso XII y doña María Cristina. El intervencionismo del Palacio Real cedió por razones variadas. Una de las principales fue el acuerdo de los partidos en turnarse sin apelar a la ayuda de un general. Esto, que limitaba la intervención real, sucedió en todo el mundo con la importante diferencia de que además en algunos países, como Gran Bretaña, las elecciones empezaron a ser veraces, es decir, a ofrecer un retrato aproximado de la realidad social. En España, no, y por eso el intervencionismo real fue mayor. El monarca, aun siendo un jefe de Estado liberal, era también un piloto sin brújula porque carecía de un indicador claro de a quién debía otorgar el poder. Las elecciones siempre las ganó quien estaba en él.
Así sucedió tambien durante todo el polémico reinado de Alfonso XIII. Sin duda éste intervino en materia de política exterior o militar como hubiera sido impensable en un monarca de una democracia, pero España no lo era ni desde el punto de vista social ni tampoco constitucional. Se puede pensar que el rey tenía que asumir la condición de factor decisivo en el cambio. Así lo pensaron en algún momento muchos intelectuales (como Ortega) o políticos de izquierda (Canalejas). Pero eso resulta tan fácil de afirmar como inimaginable desde el punto de vista histórico. La propia monarquía británica construyó su imagen ligada a la democracia a posteriori. La reina Victoria o su sucesor, Eduardo, eran probablemente más conservadores que Alfonso XIII. Pero antes de la Primera Guerra Mundial dos elecciones sucesivas con un electorado independiente impusieron el predominio definitivo de la representación popular. Aun así, el rey impidió que el Home Rule para Irlanda se aplicara hasta después del conflicto bélico. En España no se produjo la transición del liberalismo a la democracia, y en las tensiones inevitables del proceso se impuso una dictadura que, como en Italia, acabó contribuyendo a la destrucción del régimen secular. Alfonso XIII fue, no obstante, más autónomo que los Saboya respecto del fascismo, el cual además resultó mucho más totalitario.
La figura de don Juan ha sido también muy controvertida.No hay que presentarle como un liberal desde los años cuarenta ni como una especie de acróbata entre Franco y la oposición. Menos aún como una especie de marioneta en manos de Sainz Rodríguez, un mixto entre Supermán y Sócrates, en opinión de Anson. Don Juan fue un hombre de extrema derecha que evolucionó hacia el aperturismo desde 1942-1944. Si la Monarquía por él patrocinada hubiera llegado a convertirse en realidad, tal acontecimiento habría estado acompañado de alguna manera por un pacto con la izquierda y una reconciliación nacional. Su identificación con la democracia no fue definitiva sino en los años sesenta. Pero, siempre una alternativa a la dictadura, si mantuvo una doble estrategia de acercamiento sucesivo al régimen dictatorial y a la oposición fue porque las circunstancias le obligaban a ello. Pasó por amarguras, pero con su actitud hizo posible la operación histórica protagonizada por su hijo, con quien siempre tuvo un acuerdo de fondo.
Uno de los rasgos decisivos de la transición española a la democracia es el papel jugado por la Monarquía. Ésta no hizo la transición ni la legitimó. Fue más bien al contrario. El Rey dijo haber sido "legalizado" el día de la aprobación de la Constitución. Lo que don Juan Carlos hizo no fue ser motor ni piloto del cambio. Esas tareas es más propio otorgárselas al propio pueblo español y a la clase política,respectivamente. En cambio, cumplió un papel decisivo e irremplazable al desatar lo que se suponía atado (con los nombramientos de Fernández Miranda y Suárez) y al servir como escudo protector ante el intervencionismo militar. El 23-F reveló esta realidad, pero desde la muerte de Franco había ejercido ese papel.
La identificación entre Monarquía y democracia fue entonces evidente incluso para la izquierda. Aun hoy, en medios culturales o periodísticos pervive una distinción entre juancarlismo y monarquismo. Aunque sólo sea por discrepar de la mayoría, el autor de estas líneas se declara inscrito en el segundo.Pero en el fondo todos estamos de acuerdo en la funcionalidad la Monarquía. Eso es lo que explica que goce en España de buena salud. Las encuestas sitúan su aceptación por encima de cuanto sucede en Gran Bretaña o Suecia. A los españoles nos gusta que haya dado resultado y además apreciamos mucho su estilo. A veces tenemos la sospecha de que la minoría que está en contra no encuentra otro medio de hacerse notar que esa discrepancia. Es bueno que exista porque compensa a los monárquicos profesionales que siempre están administrando la figura del Rey no se sabe bien por qué.
Los peligros para la Monarquía derivan, en primer lugar,de la sobreexposición ante los medios de comunicación, capaz de corroer a una institución multisecular. El mismo hecho de una boda real provoca interés desmesurado y rechazo. Ante ella nunca estará de más pedir austeridad, pero es imposible solicitar discreción. Pero existe otra realidad que se debe tener muy presente. El Rey ha dicho que la Monarquía hay que ganársela día a día, y eso es cierto. Incluso hay que reinventarla. En parte ya se ha hecho. El príncipe de Asturias no tendrá que actuar en un 23-F. Su sucesor ya no tendrá que ser un varón. Ha demostrado interés por la nueva sensibilidad (la ecología) y ha jugado un papel decisivo ante Iberoamérica. Es muy consciente de su papel ante la pluralidad española, pero no vendría mal que manejara con más frecuencia las otras lenguas cooficiales. Está preparado para asumir el papel que un día le tocará, y ahora, en los años venideros, nos dará la prueba definitiva.
Todo eso es mucho más importante que los ecos sociales del evento. Por más que se celebren en un edificio lamentable, todavía más afeado en los últimos tiempos (y eso que parece haberse prescindido de unos confesionarios que parecían propios del boudoir de Sarita Montiel).
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