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Columna
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Malas y malísimas

Así como algunos hombres del modelo Zapatero alivian su mala conciencia institucional rodeándose de ministras, otras mujeres de responsabilidad prefieren trabajar con hombres. Podrían escoger a colaboradoras de su sexo y contribuir a una propagación de su poder lateral pero no lo hacen. No se fían. Una notable proporción de directoras ejecutivas se comporta siguiendo las leyes de la empresa y considera que sus pares se implican menos en el quehacer, rebajan su rendimiento en los periodos que rodean a la maternidad y que, en fin, para ser vicepresidenta es preciso no tener hijos. De esta manera, un estudio llevado a cabo bajo el nombre de Sondage Monster, descubre la monstruosidad de la situación: un 88% de las mujeres prefiere trabajar con hombres si se trata, en verdad, de rendir en el puesto laboral. De rendir y, también, de trabajar sin más enredos.

Siguiendo el diagnóstico de Carmen Alborch, que calificó a muchas de su género de malas y misóginas, la rivalidad entre mujeres parece más acentuada que la competitividad financiera, industrial o comercial. De Freud es una teoría relacionada con la rivalidad madre/hija que explicaría la actitud de las mujeres respecto a la autoridad de otra. En el diario Liberation, donde se publicó hace poco un reportaje sobre este asunto, una empleada de 30 años confesaba que nunca sería ascendida por su jefa de cincuenta y tantos a causa de la envidia. A causa de la envidia de la figura, la flexibilidad y la tersura del cutis. ¿El eterno femenino, no desaparece ni con la homosexualidad global?

Otra razón para un caso semejante es que las mujeres hoy jefas de cincuenta y tantos años consideran, a partir de su durísima experiencia, que las jóvenes de ahora no poseen el coraje para batallar en la oficina, el transporte, la compra y el hogar simultáneamente, tales como ellas han podido afrontar imbuidas de espíritu revolucionario. De una parte, por tanto, deploran la falta de disposición para el sacrificio suplementario, de otra desconfían de su calidad de madres, de otra, en fin, delatan su inevitable asunción del patriarcado y se muestran como la general Karpinski dirigiendo la cárcel de Abu Ghraib.

Es todo menos sencillo la cuestión femenina, todavía con la "la habitación propia" en trabajos de construcción. A no pocas mujeres les gustaría ser promocionadas antes por mujeres que por hombres para evitar dudas sobre su legitimidad, en el sentido de las ridículas mujeres florero o mujeres cuota. Pero, de otra, la asunción de las valoraciones patriarcales, las induce a verse más sólidamente reconocidas si las elige un jefe. En esta tesitura, en fin, resulta que hasta un 90% de las labores de secretaría y funciones de asistencia, las desempeñan las señoras y las chicas.

Así pues, como el enfermero es al médico, esta ecuación de dos niveles cruza gran parte de las actividades profesionales donde, de una u otra manera, la mujer desarrolla un papel todavía ancilar. ¿Un techo de cristal irrompible? Depende, sin duda, del modelo de edificación social que se elija. A menudo, en la observación de lo femenino, sólo intervienen ojos masculinos y masculinizados. Lo decisivo, sin embargo, sería hoy una visión integradora o mix mediante la cual el observatorio empleara lentes bifocales o bicéfalas. Análisis que trataran de seguir diseñando, como en otros ámbitos, una sociedad híbrida donde no fuera habitualmente necesario retorcer el brazo a la mujer para rendirla al modelo ajeno, supuestamente superior. Ni tampoco, hacer perder valor a la masculinidad a través de la demagogia (políticamente correcta) de su descrédito. El mundo multiplica y no reduce su complejidad y, si en algún momento se creyó que lo fundamental ya se había alcanzado (en la ciencia, en el arte, en la política, en la economía) aquí aparece tan pendiente como candente, tan palpitante como patente, el clamante asunto de los sexos.

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