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James Rosenquist se plantea volver a una pintura política y antibelicista

El Museo Guggenheim Bilbao dedica una retrospectiva al artista pop estadounidense

James Rosenquist (Grand Forks, Dakota del Norte, 1933) pintó en los años sesenta imágenes contra la guerra de Vietnam y la industria del armamento, y en los noventa, otras inspiradas por el fin de la amenaza nuclear. Ahora, su postura crítica a la intervención de Estados Unidos en la guerra de Irak le ha llevado a pensar en retomar las pinturas antibelicistas. El Museo Guggenheim Bilbao inaugura mañana una exposición retrospectiva de Rosenquist, una figura fundamental del pop art estadounidense, junto a Andy Warhol, Roy Lichtenstein y Claes Oldenburg.

Rosenquist se sentía ayer en las salas del Museo Guggenheim donde se montaba la exposición -patrocinada por el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA) y abierta hasta el 17 de octubre- como en "una montaña rusa emocional, arriba y abajo". Frente a cada pintura, recordaba el momento en el que salió de su estudio, las dificultades económicas de sus comienzos, el terrible accidente de tráfico que interrumpió temporalmente su carrera en 1971, la subida de la cotización de sus pinturas y los años de crítica contra la guerra de Vietnam o la destrucción del medio ambiente.

El artista conserva el aspecto del hijo de granjero pobre que llegó al arte desde su trabajo de pintor de vallas publicitarias. Partidario de los demócratas desde que de niño vio al presidente Roosevelt, advirtió que cuando viaja fuera de Estados Unidos nunca critica su política, antes de señalar que la situación generada por la guerra de Irak le he llevado a meditar la vuelta a las pinturas antibelicistas. El mejor ejemplo es la obra F-111 (1964-1965), en la que muestra un cazabombardero, el detonador de una bomba y un secador de pelo que parece la cabeza de un misil nuclear. "No voy a venir a Europa para decir que odio a Estados Unidos, pero estoy pensando en volver a llevar mis ideas políticas a la pintura. Será despacio, porque parece simple y muy fácil, pero no lo es".

Sus preocupaciones sociales han estado siempre en sus pinturas. "Ahora sólo quiero un mundo mejor para mi hija y mi hijo", afirmó. "Lo que realmente me disgusta es la gente que construye armas de guerra sólo para ganar dinero. Es terrible".

La retrospectiva reúne 150 obras entre pinturas, esculturas, dibujos, grabados y collages, realizados a lo largo de más de 40 años. Siguiendo un orden cronológico, se suceden las obras de gran formato horizontal, compuestas por imágenes fragmentadas, tan características de toda la carrera de Rosenquist. Las series de flores, pistolas o muñecas, de los años ochenta y noventa, se han agrupado de forma temática, como las pinturas inspiradas por la tecnología, el espacio y el cosmos, también recurrentes a lo largo de 30 años en la primera fila del mercado del arte neoyorquino.

El recorrido por la creación de Rosenquist acaba con la obra The swimmer in the econo-mist (título traducido por el Guggenheim como El nadador en la a-bruma-dora economía), un encargo del Guggenheim Berlín realizado a finales de los años noventa, que se presenta dentro de una exposición colectiva del pop art que reúne obras de Jim Dine, Warhol, Oldenburg y Robert Rauschenberg, entre otros. Rosenquist no se siente, sin embargo, un artista pop, ni se identifica con la clasificación de "surrealista americano" que le han atribuido. "Creo que nadie puede sentirse un artista pop, ni Lichtenstein", explica. "El público piensa en el nombre para identificar una energía; es lo que pasó con los expresionistas abstractos. El tiempo ha pasado; yo, afortunadamente, sigo vivo, y se puede comprobar que los trabajos que hemos realizado cada uno son muy diferentes". También le han puesto la etiqueta de "poeta visual", que, simplemente, le hace gracia.

Rosenquist sigue en plena actividad creativa, vive a caballo entre Nueva York y Florida, donde ha empezado a aprender palabras en español y a admirar el baile cubano, que practica, aseguró, con sus amigos Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones. Sigue trabajando fiel al gran formato horizontal que heredó de su etapa de pintor de vallas publicitarias, a la fragmentación de imágenes en cada lienzo y a la experiencia física de pintar. "El arte conceptual está en la mente y depende de la forma en la que tú sientas y lo aprecies", explicó. "Está bien, pero yo prefiero hacer algo físico, que yo pueda hacer cuando me siento bien o mal y que permanece. Gracias a eso, a que hago un trabajo, creo que puedo ver más lejos. El concepto es sólo el comienzo del proceso". Sobre los nuevos medios tecnológicos, ni siquiera ha pensado. "Hay muchos artistas usando Internet y computadoras, aunque no tienen demasiada imaginación. Estoy abierto a las nuevas herramientas, pero yo prefiero los medios mecánicos, como los que se usaban hace años en Hollywood para crear efectos especiales. Yo amo la simplicidad".

James Rosenquist, ayer, en el Museo Guggenheim Bilbao.
James Rosenquist, ayer, en el Museo Guggenheim Bilbao.LUIS ALBERTO GARCÍA

Un bocadillo de colores

La retrospectiva que presenta el Museo Guggenheim Bilbao muestra todas las técnicas que ha practicado James Rosenquist. Además de las pinturas se muestran grabados, dibujos, collages y esculturas, menos frecuentes en su trayectoria. La producción de grabados ha sido limitada por la impaciencia del artista, incapaz de soportar los largos procesos de impresión y las limitaciones de tamaño de las planchas. Aun así, Rosenquist ha realizado cerca de 175 ediciones.

El artista reconoce que el grabado le ha atraído por las posibilidades de experimentar que ofrece. "Cada vez que se te ocurre hacer algo, siempre existe la posibilidad de hacerlo como nunca antes se había hecho", señala. Ha tratado de obtener "lo máximo con lo mínimo". Su teoría, dice, es realizar una litografía superponiendo siete u ocho colores en distintas combinaciones para conseguir una gran variedad de tonos. "Es como un sándwich de beicon, lechuga y tomate: vas poniendo una capa sobre la otra, y ésta produce su propia chispa sobre el blanco del papel".

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