El rastro de una sonrisa alargada
"Me he divertido bastante. Gracias y hasta la vista", puso por escrito Romain Gary algún tiempo antes de pegarse un tiro el 2 de diciembre de 1980 en París. Dejaba atrás novelas triunfales, películas prohibidas y una obsesiva tendencia a cambiar de identidad. Había sido piloto de guerra, diplomático en América y también el hombre que se casó con Jean Seberg. Además del único escritor que ha ganado el Premio Goncourt dos veces. Su prodigiosa capacidad de invención, que él acabó al final por llenar de realidad, hace sospechar que tenía el raro talento de conjugar el arte de vivir con el arte de escribir.
Lady L., una novela de 1963, se publica ahora por primera vez en España justo cuando en Francia dos magnas biografías (la última, las 800 páginas de Myriam Anissimov, Romain Gary, le caméléon) intentan acercarse a su leyenda y discernir quién era de veras ese hombre nacido en Moscú con el apellido Kacew, ese seductor impaciente por dejar de lado la ternura para volcarse en la violencia suave de sus manuscritos y sus puestas en escena. La fama le llegó a Gary con Las raíces del cielo, que recibe el premio literario más prestigioso de Francia. Con 59 años, Gary ya ha publicado 19 novelas y se aburre de su éxito y de su figura. Nace entonces Emile Ajar, su heterónimo, con un relato en el que un estadista se enamora de una pitón. Dos años después Gary decide dar juego a su doble clandestino y gana de nuevo el Gouncourt, galardón que no puede ser atribuido dos veces al mismo autor, presentando a su primo como Emile Ajar. La vida delante de él vende más de un millón de ejemplares. Aún escribiría Ajar otro libro, Vie et mort d'Emile Ajar, que anticipa el final premeditado del propio Romain.
LADY L.
Romain Gary
Traducción de Gema Moral Bartolomé
El Cobre. Barcelona, 2004
203 páginas. 16 euros
Si nuestro hombre se diver
tía bastante escribiendo, más aún se divirtió con esta novela, Lady L., que llevaría al cine un festivo Peter Ustinov con nada menos que Paul Newman, Sofía Loren y David Niven en el repart
o. Fílmica o no, la novela contiene lo mejor de la inteligencia y la sensibilidad de su autor. De principio a fin Lady L. está dominada por una especie en vías de extinción, el gran estilo francés de hacer novelas. Podríamos hablar en voz queda de Stendhal en cuanto a la precisión, de Flaubert en cuanto al gusto y de Balzac en cuanto a las agudas dotes de observación. ¿Cóctel explosivo? Casi un milagro. Y ello con un planteamiento peligroso: las batallas que la gran dama de la aristocracia inglesa cuenta a su amigo, el Poeta Laureado, el día de su ochenta cumpleaños en el pabellón de los secretos de una nihilista profesional. Un tema así en manos de un francés podría resultar un lastimoso pastiche, y sin embargo Gary lo convierte en un sutil instrumento de ironía y de clarividencia.
Gran estilo significa citar sin parecer pedante el verso Tiger, tiger, de William Blake, para fijar para siempre el brillo abismal que anima a alucinados y asesinos, y a la vez trazar un vívido y delicioso panorama del anarquismo idealista de finales del XIX con personajes inmensos como Armand Denis, Alphonse Lecoeur y el yóquey Sopper. Romain disecciona el alma de esa prostituta francesa y su lucha contra su rival, la "belle dame sans merci", la humanidad (además de contra los bigotudos gendarmes Igualdad, Libertad y Fraternidad), por el amor del romántico Denis. Y esa lucha individual lleva implícita "la revuelta de las mujeres contra los templos de lo abstracto, donde se adora la inteligencia entre cabezas cortadas y donde los más nobles impulsos del alma se convierten únicamente en los últimos estertores de la agonía...". Príncipes asesinados, bombas rusas que explotan cuando no deben, filigranas con el subjuntivo y, sobre todo, la impostura, no ser lo que uno parece y acabar pareciéndose a lo que se es. Un incendio en una novela de cámara, pues como dice Denis refiriéndose sin duda al porvenir "la noche sólo puede acabar con los grandes incendios". En fin, gracias, monsieur Gary, por la diversión, y au revoir.
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