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Reportaje:FÓRUM 2004

La cohabitación de la diversidad

Tomàs Delclós

Dominique Wolton es director de investigación en el Centre National de Recherche Scientifique de París. Sus libros acostumbran a ser claros, apasionados y polémicos. Al trabajo de investigación le añade una toma de posición diáfana muy lejos de la clásica pomada académica que busca sólo el cortés aplauso de toda el aula.

En Elogio del gran público y Internet ¿y después? (ambos en Gedisa) defiende la televisión generalista como uno de los pocos factores de sociabilización que quedan en la sociedad contemporánea. Para Wolton, la televisión, con todas sus limitaciones, da acceso a lo que dice el otro. Por el contrario, en Internet no se busca esta alteridad, se busca la comunión de intereses o ideas. Internet, sostiene, es una revolución técnica, pero no cultural. Una tesis en abierto desacuerdo con las que sostienen notables teóricos de la sociedad en red como, por ejemplo, Manuel Catells.

"La mundialización de la información vuelve el mundo pequeñito pero peligroso"

Mundo pequeñito

Ahora publica en España La otra mundialización (Gedisa), subtitulado: Los desafíos de la cohabitación cultural. Ahí vuelve a hallarse una de sus ideas nucleares, la primacía de la política. Contra una izquierda que ve emparejada con Bill Gates, una izquierda que niega el Estado, Wolton lo reivindica porque es el que organiza y transmite la democracia.

Wolton viajaba esta semana a Barcelona para participar en el Fórum. En su libro, desencadena la reflexión a partir de una frase contundente. "La mundialización de la información vuelve el mundo pequeñito pero muy peligroso". Nos hace muy visibles pero también nos hace ver que somos diferentes y hay que aprender a cohabitar con la diferencia. "No hay que confundir transmisión con comunicación", dice telefónicamente. "En el primer caso no se tienen en cuenta las maneras distintas que los muy distintos receptores tienen de recibir el mensaje. Hay que tener en cuenta la reacción del receptor. Para saber comunicar hay que estar más interesados en el receptor que no acepta, y cada vez menos, de forma natural el mensaje que recibe, negocia con él". Y Wolton regresa a su mensaje primordial. "La capacidad técnica no resuelve el diálogo entre las culturas. Confundimos industria cultural globalizada y cultura mundial. La información no es un problema técnico o económico, es político. Lo primero que hay que aprender es a admitir la existencia de un otro diferente, y tolerar esta diferencia. A partir de ahí se puede intentar abrir el diálogo".

Para entablar este diálogo, prosigue Wolton, no hay que pedir a nadie que renuncie a su identidad. "A pesar de lo que hemos vivido en el siglo XX no soy hostil a la identidad cultural. Es una condición para la comunicación. Es más, reconocer la diversidad es una condición para la paz mundial". Ahora bien, prosigue, una cosa es la identidad cultural-refugio y otra la que llama "relacional". La primera es una identidad agresiva, que se afirma contra el peligro de la pérdida de referentes. La otra, aunque busque preservar la identidad, pone en juego la cooperación.

Laicismo

El terreno del diálogo es la política democrática y Wolton destaca una condición: el laicismo. "Hay que separar política y religión. No es fácil y no hay un solo modelo. Cuando lo propongo no estoy hablando de exportar el modelo francés, pero instalar el laicismo es una de las condiciones para la diversidad cultural. Tenemos necesidad de la política y de la religión, pero cada uno en su lugar".

Hace una excursión terminológica por tres términos que se usan indistintamente pero que, para el autor, ocultan conceptos dispares. La "mundialización" remite a las técnicas de comunicación que han creado la sensación de una aldea global. La "globalización" es un término más cercano a la economía y al sueño capitalista de 6.500 millones de consumidores. La palabra preferida para Wolton es "universalismo" que apunta a la comunidad que simboliza la ONU. Detrás de las dos primeras está la supresión de fronteras. El universalismo las preserva pues, como dice en el libro, "la idea de comunidad internacional supone el respeto de las identidades lingüísticas y culturales". Unas identidades que Wolton no jerarquiza en función de su peso demográfico. "La identidad cultural colectiva", prosigue en la charla, "no es un problema de números. Es un tema de lenguas, patrimonio, memoria... y todas son igual de importantes".

Su libro concluye con un análisis más centrado en la vieja Europa, donde ve oportunidades para que fructifique el diálogo cultural. "Las derrotas coloniales que ha sufrido nos han hecho comprender que las culturas no se pueden dominar, vencer. Es una lección que debe aprender Estados Unidos. Lo que sucedió en Vietnam y va a suceder en Irak puede servir para que entienda que la primera potencia no puede nada contra la potencia cultural y tendrá que organizar la cohabitación pacífica". Para Wolton, la cohabitación cultural es clave. Se trata de pensar un universalismo político, como apunta la Carta de la ONU, basado en el respeto de civilizaciones, de religiones... de la diferencia. "Creer en la existencia de una cultura mundial única es estúpido y peligroso".

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