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Columna
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Desplazamientos

¿Cómo se analizan los cambios de la luz, de sus tonalidades, su intensidad, su tacto, esa capacidad sensitiva suya que responde quizá a la emoción del observador? Ningún análisis objetivo resultará suficiente como vía de explicación de un fenómeno que sólo es percibido como anomalía, que no requiere nuestra atención si previamente no ha incidido en nuestro ánimo. A fenómenos así no les basta con el análisis, sino que precisan también de la expresión: esa luz tendrá sus causas, pero sólo me interesa como causa ella misma de mi percepción extraordinaria, en cuyo acontecer ha adquirido presencia. Y bien, valga este excurso como preludio para hablar de algo más prosaico, pero que también ha acontecido al modo de las transformaciones del día. Me refiero, claro está, a lo ocurrido estas últimas semanas en la situación política española.

Hay algo muy tangible en el cambio político español, que desmenuzarán a la perfección los analistas políticos, y hay también algo intangible, que no sé si se presta al análisis, ya que tiene todas las características de lo milagroso, es una especie de metarrealidad. Se habla mucho del talante estos días. Unos lo hacen de forma elogiosa para referirse al que se le atribuye al nuevo presidente del Gobierno. Con el mismo objetivo, otros lo dejan caer como gota final de su sarcasmo, no sin haber trazado antes un cuadro casi apocalíptico de los males presentes y por venir. Y es cierto que el nuevo presidente ofrece un talante muy diferente al de su predecesor, pero, con ser importante, el talante no explica gran cosa de esto de lo que intento hablarles con tanta dificultad. Cuando se produce un cambio de gobierno, en principio sólo cambian las caras que lo constituyen y se abre un periodo de expectativas que únicamente el tiempo las irá confirmando o desmintiendo. Admitamos que lo inmediato sólo ofrece terreno a la esperanza y que nuestra realidad, y los problemas que nos plantea, siguen siendo los mismos que los de meses atrás. Nada ha cambiado, pues, todavía, y no obstante, insisto en que se ha producido ya un cambio considerable.

La manifestación más evidente de ese cambio se hace palpable en el estado de ánimo de la ciudadanía, un cambio perceptible hacia cierto sosiego. La modificación es paradójica, ya que tras lo ocurrido en Madrid el 11-M habría un motivo más, y gravísimo, para la inquietud, un motivo añadido a los que ya pudieran existir anteriormente. Los datos de la realidad, por lo tanto, no ofrecen argumentos para el apaciguamiento, para ese estado de ánimo de la ciudadanía que, sin embargo, sólo puede corresponder a un cambio de percepción de esa realidad que continúa siendo problemática. Algo similar al tacto de la luz ha acariciado a aquélla, otorgándole una cualidad nueva a ojos del ciudadano. Pero más que el tacto de la luz, es la amplitud de su origen la causante de esa percepción nueva y del estado de ánimo que se le asocia. Pues lo que se ha producido es una apertura de la realidad, se ha ampliado su ámbito. Frente a su focalización reductiva en la etapa anterior, la realidad multiplica sus posibilidades -por complejas y problemáticas que sean- y eso se hace perceptible en el desplazamiento que afecta al protagonismo de viejos problemas. El más señalado es el que se refiere al problema vasco, del que hoy no quiero hablar, aunque ese no es el único.

Los problemas de los ciudadanos, que pueden ser muy diversos, no admiten su reducción a un asunto trascendental que de alguna forma los ensombrece y los minimiza. Si mis problemas han de ser vistos a la luz de ese único asunto, tal vez haya de olvidarme de ellos con el fin de exonerarme de culpa. Si protesto contra la guerra, o por el chapapote, o por lo que sea, se me reprochará que no estoy protestando contra lo fundamental, es más, que estoy poniendo obstáculos para que se resuelva. Algo así ocurrió durante los últimos años del anterior Gobierno, con el consiguiente clima de culpabilidad, confusión, renuncia y rabia. Y es ese reduccionismo agobiante de la realidad el que parece haberse superado, y al que tal vez responda el sosiego de la ciudadanía: sus problemas existen y son reconocidos como tales. Naturalmente, algo tiene que ver la actuación del nuevo Gobierno con esto de lo que hablo.

Al margen de los aciertos o de los desaciertos, su actividad frenética de entrada ha servido para manifestar esa apertura de la realidad. Tendrá que sosegarse, de acuerdo, pero mal hará la oposición si pretende volver a cerrar el foco, o si se entrega a ahogar con premuras la complejidad desvelada que ha sido recibida por el ciudadano como una liberación.

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