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Columna
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Un obispo de armas tomar

El ministro de Interior, José Antonio Alonso, postula el control de la actividad religiosa para prevenir los excesos de imanes fanáticos, curas montaraces y exaltados de similar ralea. De momento tan solo es una declaración no muy afortunada de intenciones. Sin embargo, el obispo de Segorbe-Castellón, Juan Antonio Reig Pla, ha debido ver en ello un riesgo inminente de censura previa y ha querido soltarse la lengua antes de que se la traben. La oportunidad le vino propiciada por la misa pontifical del domingo último con motivo de la Mare de Déu del Lledó y la presencia de Canal 9. Y así, pendiente de la televisión más que de la festividad, el prelado se descolgó con una homilía belicosa, desmedida y agraviante, propia de una cruzada más que de un ejercicio pastoral.

Sumariamente dicho, el obispo condensó su desahogo en la modificación legal que convierte la religión en una asignatura optativa no evaluable para pasar de curso, en el aborto y aspectos de la homosexualidad. Nada habríamos que objetar si el dignatario, aún hiperbolizando los recursos retóricos, se hubiese limitado a exponer y defender los criterios de la Iglesia en torno a tales asuntos. Pero se pasó de revoluciones, tanto en los reiterados insultos al Gobierno como a cuantos creen que éste es un estado laico que no debe privilegiar a confesión religiosa alguna. "Bárbaros", como les reputó, es una imputación que concierne a quienes se obstinan en actitudes atávicas y hasta inconstitucionales. Apelar al concordato y acuerdos posteriores con el Vaticano ruboriza a cualquier demócrata de buena fe.

Pero el enfado del obispo por el recorte relativo del chollo docente le induce a proferir jeremiadas. "Los cristianos no matan a sus hijos", afirma, como si los agnósticos y otros profesos fuesen unos parricidas perseguibles de oficio. O la peregrina idea de que "se quieren borrar las huellas de la civilización que han sido propulsoras de la libertad", delirio éste que invita a un debate sobre los fundamentos de esa civilización occidental que nadie puede monopolizar. Y en punto a la homofobia que transpira monseñor Reig sólo hay que constatar cuán mal se compadece con el signo de los tiempos y cuán triste exponente es de cierta iglesia jerárquica que él representa con denodada aplicación y que carece de rigor, coraje y humildad para afrontar la realidad homosexual.

Y lo curioso es que este santo varón tuvo veleidades juveniles digamos que progresistas dentro de un orden. De haber cuajado el Concilio Vaticano II, a lo mejor nuestro obispo sería hoy un abanderado de la liberación de la mujer y otras liberaciones, además de un martillo implacable contra la violencia de género. Pero al pairo de los vientos teológicos que se impusieron, el insigne prelado se siente espada del inmovilismo y docto panfletario, aunque abuse -como es el caso- del momento y la circunstancia. Él se ocupa de la familia, como debe ser en tiempos tan movedizos para la misma, pero lo hace desde la subcomisión correspondiente de la Conferencia Episcopal, lo que quizá explique que no haya dicho todavía una palabra notable y reivindicativa en torno a aquella. En cambio, la emprende contra todo quisque por el pecado de ser coherentes con la democracia y el laicismo. Bárbaros, decía, pero como gozan de buena salud política, la asignatura de religión vuelve a ser una "maría".

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