Cánovas en Marzana
Me gusta visitar la sala de arte Marzana, justo frente a la trasera de la plaza del Mercado de la Ribera bilbaíno, no sólo por su aire parisino, sino por su forma sencilla, pero contundente, de presentar la obra de los autores con que trabaja. El acceso a lo que enseñan sus paredes es directo. No se precisa pasar delante de ese fielato que supone una mesa junto a la entrada desde la que mucho propietario fiscalizador, ansioso de cerrar una venta o mostrarse como guía artístico de incuestionable erudición, antes de que se le pregunte nada aturulla y espanta, con resabiados comentarios fuera de lugar, al tranquilo visitante, quizás un comprador, que sencillamente busca intimidad para concentrarse y disfrutar de lo expuesto.
Las blancas paredes de la sala, con su recatado despacho al fondo, enseñan estos días un trabajo de Carlos Cánovas (Hellín, 1951). Se presenta con el título A través del muro. Son una serie de fotografías en blanco y negro, reveladas y positivadas por el mismo autor (un magnífico especialista del laboratorio), que nos remiten al paisaje urbano. Son piezas de tirada limitada a tres ejemplares, en tres formatos diferentes.
Este autor, que afirma participar directamente en todo el proceso realizador de su obra, desde el momento del encuadre hasta que se cuelga en la galería, quizás también hasta el momento de plasmarla en las páginas de un libro, parece querer guardar las costumbres más estrictas de los primeros fotógrafos, al menos en lo que respecta a la ortodoxia técnica. Con ello trata de diferenciarse de aquellos que utilizan la fotografía como una disciplina de expresión más, sin llegar a profundizar en su propia esencia.
No cabe duda de que cada cual elige las formulas más deseadas para resolver sus inquietudes artísticas. No obstante, los absolutos tecnológicos, en cualquier medida una opción legitima, no siempre son amigos de la creatividad y la innovación. Y así lo comprobamos por lo que nos presenta el autor. Si bien la técnica es impecable, el contenido es el mismo que presentó en abril de 2002 en la sala Zapatería de Pamplona bajo el título Paisaje anónimo. Puede justificar el hecho amparándose en sus prácticas recurrentes, pero resultaría más del agrado de público y seguidores, en este caso los de Bilbao, presentar nuevas singladuras artísticas que descubran su auténtico ingenio, bien se trate de temas diferentes, nuevos puntos de vista sobre nuestras urbes o incluso, si no desea ir más lejos, una renovación sustancial de la serie que presenta, porque desde ella se pueden abordar infinitos matices.
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