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Columna
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La amada 'maría'

El consumo del hachís no es marginal. Los fumadores de marihuana o hachís no son drogadictos colgados que dilapidan las tardes en los bancos de los parques o matan el mono de otras sustancias más fuertes, al menos no la gran mayoría. Otras drogas crean efectos tan alienantes o adicciones tan brutales que condenan a sus consumidores, pero el hachís está presente en la vida normal de muchísimos jóvenes que lo fuman en fiestas, conciertos, en los recreos, el campo, el salón de sus casas o los locales de ensayo, sin sentir que pagan ninguna factura física o psicológica. Los fumadores de cáñamo piensan que sus únicos problemas con esta sustancia están provocados precisamente por la ilegalización, que les obliga a acudir a un incontrolado mercado negro donde obtienen el producto adulterado y a precios elevados.

Ya, prácticamente, nadie se esconde para fumar un porro. Su aceptación social va en aumento y no porque la Fundación Anti-Droga haya bajado la guardia sobre el hachís, sino porque la experiencia de los que lo consumen y de la gente de su alrededor declara que no es perjudicial. Casi todo el mundo conoce a alguien que fuma marihuana o hachís regularmente y no lo considera un drogadicto, una persona con las facultades sociales o laborales mermadas.

El próximo domingo partirá de la Puerta del Sol la Marcha del Millón de Porros, que el año pasado reunió a unas 5.000 personas. Esta manifestación es convocada, desde hace casi una década, por la Asociación Madrileña de Estudios sobre el Cannabis (AMEC), un colectivo que se dedica a dar información sobre el hachís o la marihuana y procura amparo legal a los que sufren multas de 450 euros por consumo o tenencia de un canuto, según la ley Corcuera de 1992. Esta asociación, que cuenta con unas 400 personas, reivindica el derecho al autocultivo y pide la legalización a través de, entre otras cosas, la Copa de la Marihuana. Este evento reúne anualmente a unos 140 socios de diferentes organizaciones similares a la madrileña que aportan sus cosechas y, entre todos, votan la mejor.

Tanto la AMEC como muchos de los consumidores de hachís, más allá de una voluntad por disfrutar de una planta que les proporciona un beneficio lúdico y terapéutico, reclaman una cultura hoy proscrita. Disfrutan con la actividad botánica de su cultivo, del contacto con la naturaleza que para ellos supone inhalar chocolate como lo es para otros comerse un puerro. Su idilio con el cáñamo lo comparan al de otras personas con el vino, alrededor del cual también existe una ancestral filosofía de vida.

Los fumadores de hachís sienten violado su derecho a intimar a su manera con una planta que, argumentan, no crea adicción ni supone necesariamente un paso a drogas más peligrosas y adictivas. Defienden que es precisamente su prohibición lo que dota al hachís de igual consideración que la cocaína o la heroína, relegándola peligrosamente al mismo punto de venta: el mercado negro. También alegan que su proscripción incita al adolescente a su consumo, pues el joven se siente excitado y desafiado ante cualquier restricción.

La AMEC considera que el eslogan del Plan Nacional Sobre Drogas, "Drogas no", tiene en el punto final su mayor error. La asociación madrileña argumenta que no todas las drogas son iguales y que es nefasto dictar una sentencia tajante y censora sin dar pie al diálogo. También considera que tachar al hachís de perjudicial provoca que el joven, al probarlo y descubrir sus beneficios, desconfíe de la advertencia para las drogas, que sí encierran serios riesgos.

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Lo cierto es que está aumentando entre la juventud la pasión por el cáñamo y el sentimiento de injusticia por una prohibición que no parece nítidamente argumentada. Pero, en cualquier caso, es defendible el derecho individual a elegir qué se desea consumir, y siempre será más valiosa la información que la prohibición categórica. Prohibición que, de otra parte, logra resultados paradójicos porque ahora más que nunca proliferan las publicaciones sobre la cultura del cáñamo, e incluso el próximo octubre Barcelona acogerá por primera vez en España Hihglife, la feria cannábica más grande del mundo. Estando así las cosas, ¿qué costaría escuchar tanto a la Fundación Anti-Droga como a los colectivos que aportan coherentes y experimentadas razones para reivindicar su castigado amor por la maría?

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