Boda forzosa y asunto de Estado
El Gobierno francés inaugura el "nacionalismo industrial" contra las deslocalizaciones forzando la fusión de Sanofi y Aventis que va a alumbrar el tercer grupo farmacéutico del mundo
El Gobierno francés ha sido la celestina de un casamiento industrial convertido en asunto de Estado. Se trata de la boda entre los conglomerados farmacéuticos Sanofi y Aventis, de la que se espera el nacimiento de un grupo unificado a principios de 2005, una vez terminada la integración de estructuras para la que trabajan 102.000 empleados (69.000 en el caso de Aventis, 33.000 en el de Sanofi).
La fusión ha sido pactada a un precio elevado, 55.000 millones de euros, frente a los 47.500 ofrecidos inicialmente por Sanofi para absorber a Aventis, lo cual abre algún interrogante sobre la solidez financiera de lo que será la tercera empresa farmacéutica del mundo.
Dejar que la "industria de la salud" saliera de manos galas habría sido el golpe de gracia a la archidenunciada fuga de cerebros en Francia
Lo llamativo de esta historia es que, tras la cantidad de años que llevan soplando los vientos neoliberales, un Gobierno de derechas abre paso a una versión renovada del "nacionalismo industrial". Lo explica el ministro francés de Economía, Nicolas Sarkozy: "Un Gobierno no puede quedarse cruzado de brazos, so pretexto de que se encuentra ante una economía de mercado". Parco en palabras y claro en el fondo, lo que viene a destacar es la primacía del interés nacional.
Nueva / vieja filosofía
La industria farmacéutica es uno de los asuntos a los que Sarkozy aplica la nueva / vieja filosofía. Se trata de crear o consolidar, según los casos, grupos industriales capaces de detener la pendiente psicológica de las "deslocalizaciones" e intentar que su país siga siendo fuerte en la Europa de 25 socios, nacida ayer. Cuando la empresa canadiense Alcan se planteó "comerse" a la francesa Pechiney, el Gobierno de París dejó hacer; meses después, los poderes públicos han preferido aplicar consejos amistosos y amenazas inconfesables para fusionar al consorcio franco-alemán Aventis con la pequeña Sanofi-Synthélabo, genuinamente francesa.
La operación no habría sido posible sin la iniciativa de un empresario audaz y de fuerte personalidad, Jean-François Dehecq, presidente de Sanofi y hombre fuerte del futuro conjunto fusionado. Avalado por 30 años de amistad con el jefe del Estado, Jacques Chirac, el presidente de Sanofi "vendió" su proyecto de absorción de Aventis a la cúpula del poder y lanzó una oferta pública de adquisición de acciones (OPA) valorando a esa empresa en un precio relativamente bajo. La dirección de Aventis respondió con una campaña de publicidad en la que, parafraseando las advertencias insertas en las cajetillas de tabaco, consideraba la OPA de Sanofi como un medicamento "peligroso para la salud".
Aventis resistió los tres primeros meses de asedio y se buscó un aliado exterior que le ayudara a deshacerse de la novia no deseada. Dio la impresión de haberlo encontrado en el grupo suizo Novartis, que anunció una contraoferta por Aventis, amenazando con dejar a Sanofi compuesta y sin novio. Nunca se supo pública y oficialmente hasta qué punto Novartis estaba dispuesto a pujar por Aventis, pero una oportuna filtración al diario Wall Street Journal anticipó la cifra de 56.000 millones de euros.
La concentración de Aventis y Novartis podría haber sido un proyecto serio: habría creado una empresa con una cifra de negocio de 39.300 millones de euros (17.800 en el caso de Aventis, 21.500 en el de Novartis) y la capitalización bursátil del grupo suizo, 101.000 millones de euros -prácticamente el doble que la de Aventis-, da idea de la potencia de medios que podría haber colocado al servicio de su proyecto matrimonial.
Entonces, Nicolas Sarkozy decidió entrar en escena. El impetuoso ex ministro del Interior, reconvertido en un no menos sísmico ministro de Economía, presionó como sólo él sabe hacerlo a los presidentes de Aventis y de Sanofi para que se tomaran en serio la fusión entre los dos: al de Sanofi no le quedó otro remedio que elevar su oferta y aceptar un futuro órgano de administración "paritario" con ejecutivos procedentes de las dos formaciones.
Se llega así a la segunda parte de esta extraordinaria historia: al contrario de lo que sucede en otros terrenos, en este cuento el pez pequeño (Sanofi) se come al grande (Aventis), gracias a su mayor rentabilidad y a su apuesta decidida por la investigación. El medicamento estrella de Sanofi es Plavix, un anticoagulante utilizado en la prevención del infarto y de los accidentes vasculares del cerebro, del que se fabrican 1.200 millones de comprimidos por año y es el responsable, por sí solo, de unas ventas de 1.325 millones de euros en 2003. La facturación total de Sanofis en ese ejercicio superó ligeramente los 8.000 millones de euros, lo cual dejó un beneficio próximo a los 2.000 millones. Se trata de una empresa mucho más rentable que Aventis, pese al mayor tamaño de ésta, a su vez fruto de la unión entre la antigua sociedad francesa Rhône-Poulenc y la alemana Hoechst.
Tras un fin de semana de acoso, Aventis hubo de pronunciar el "sí, quiero" a la vista de la dote con que venía la novia y del peso de los padrinos que la rodeaban. La suma de las cifras de negocio de ambas empresas se aproxima a los 26.000 millones de euros. El presidente de Aventis, Igor Landau, conductor de la resistencia finalmente vencida, tiró la toalla hace una semana. No seguirá en la nueva empresa, a cambio de unas indemnizaciones estimadas en unos 12,2 millones de euros, que podrían duplicarse en caso de ejercer sus opciones sobre acciones, según La lettre de l´Expansion.
Un golpe de gracia
Dejar que la "industria de la salud" saliera de manos galas habría sido el golpe de gracia a la archidenunciada fuga de cerebros en Francia, que ha provocado un movimiento de protesta de gran impacto en las recientes elecciones regionales, perdidas por la derecha. El riesgo de que los centros de investigación de la farmacia europea fueran trasladados a Estados Unidos habría sido una noticia desastrosa para una derecha gravemente afectada en sus expectativas de mantenerse en el poder.
Adicionalmente habría sido también una mala noticia para Europa, que no tiene con qué sustituir la potencia francesa en este terreno: de ahí las facilidades dadas por la Comisión Europea para autorizar la fusión, en este caso con condiciones de tono menor.
"Lo que deseamos es que se construya una verdadera política industrial europea, en la que Francia pueda jugar un papel fuerte, de manera que podamos luchar contra las deslocalizaciones que amenazan terriblemente las economías por toda Europa". Firmado: Jean-Pierre Raffarin, actual primer ministro de Francia... y ex vicepresidente del Partido Liberal de ese país.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.