Bebo Valdés vuelca toda su sabiduría en las dos obras orquestales de su nuevo álbum
El pianista compone, interpreta y dirige su último trabajo grabado en Nueva York
Cuando el músico Bebo Valdés llegó por primera vez a Madrid, las verbenas de la Paloma las amenizaba Lucho Gatica y en las calles del centro de la ciudad la gente se sentaba en la calle a tomar el fresco. "Me recordaban las calles de La Habana. ¿Cómo han consentido que eso se acabe?", pregunta mientras posa para el fotógrafo, sorprendido por el ruido del tráfico y las prisas de la gente. Madrid es una de las muchas ciudades del mundo donde el pianista se siente "como en casa".
Su agenda de trabajo se desborda pero él se toma su tiempo. Bebo de Cuba representa el trabajo de muchos años. Consta de dos grandes composiciones: Suite
cubana, una obra para 21 músicos, y El solar de
Bebo, compuesta, arreglada y dirigida para 11 músicos. "Tuve que rebuscar en todo mi archivo para buscar algunas composiciones de mi primera época; en España he encontrado muchas cosas y he podido recuperar algunas de las muchas partituras que dejé en La Habana", cuenta el pianista. Escribió Suite cubana en Estocolmo, entre 1992 y 1997, y es su manera particular de presentar los ritmos cubanos: mambo, guajira, guaracha, son o bembé. En El solar de Bebo predominan las baladas y descargas como las que hace medio siglo grabó para Norman Granz.
El disco, producido por Nat Chediak y Fernando Trueba, se grabó en Nueva York el pasado año, arropado por grandes colaboradores como Paquito d'Rivera, Gerry Mulligan, Ray Barreto o Willie Colón. "Ha sido un placer tan grande grabarlo que no siento el trabajo porque es trabajo de amor. Hoy el dinero no vale, lo que vale son las ideas", cuenta el músico, que empezó a tocar el piano a los nueve años y nunca lo ha dejado. "A veces me duele mucho la espalda, pero cuando salgo al escenario y me paso dos horas tocando, salgo como entré. Y yo me digo: tiene que ser el espíritu".
Y algo del espíritu debe ser. Apenas hace unas semanas que dejó Salvador de Bahía, donde ha participado en el rodaje de El milagro de Candeal, la nueva película de Fernando Trueba, con Carlinhos Brown, y está encantado. Allí conoció a Angelina, una mujer que guarda un parecido enorme con su madre -"la mujer que más quiero del mundo"- y le hizo una limpieza espiritual.
Caballón, como le llaman sus amigos, fue pionero junto a su amigo Cachao -"Nos conocimos cuando los dos íbamos con pantalón corto"- en buscar nuevas formas y ritmos en los años cuarenta. De esos años pasados en la sala Tropicana empieza a hablar y no acaba. Allí vivió el triunfo de la revolución y la llegada al poder de Fidel Castro. Con los barbudos empezaron los problemas para el pianista: "Caí en desgracia. Nunca he sido amante de las peleas, aunque era grande, duro, y sabía hacerlo pero siempre he esperado a que me tiren el primer golpe", cuenta. "Empezaron insinuando que trabajaba para los gánsteres, y en todos los casinos los había, pero si no te metías con ellos o les quitabas la chica, no pasaba nada; luego que si tocaba piezas americanas, ¿y cómo no las iba a tocar si la mayor parte del público de Tropicana procedía de Estados Unidos o Canadá? y, finalmente, me hicieron la vida imposible. Me botaban de todos los trabajos. Así que el 26 de octubre de 1960 me marché firmando un papel que decía 'viva la revolución' y dejando atrás mujer, hijos, padre y madre".
No soporta la palabra "compañero". Le recuerda antiguas humillaciones, pero no se arrepiente de nada: "La música no tiene partido y todo lo que tenía que pasar, en el camino estaba", comenta ahora sin asomo de nostalgia. Lo que sucedió después tampoco fue fácil. "Gusano es la palabra con la que se refieren a los tipos como yo", dice antes de abrocharse su chaqueta azul marino con botones dorados y calarse un plumas para perderse por las calles de Madrid.
Babelia
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