Mandan las iglesias
La capital de Lituania (600.000 habitantes) es sobre todo la ciudad de las iglesias. Más de 40, católicas, ortodoxas, incluso uniatas, en su mayoría barrocas, se amontonan en su ciudad vieja, cada una con su leyenda -la de San Casimiro que fue convertida en Museo del Ateísmo por los soviéticos; la de Santa Ana, de la que dijo Napoléon que se la llevaría a Francia en la palma de su mano...- sin dar un segundo de tregua al viajero.
Por ironías de la historia, el país europeo de cristianización más tardía -convertido en masa a fines del siglo XIV- se convirtió en bastión del catolicismo durante la Contrarreforma -jesuitas polacos fundaron aquí la primera universidad del Báltico en 1579- y en uno de los principales centros de la cultura judía europea hasta el Holocausto.
Tal vez ese sustrato católico explique, en contraste con sus vecinos de Estonia y Letonia, el carácter pasional, contradictorio y abierto de sus habitantes, fanáticos del jazz y, sobre todo, del baloncesto. Vilnius, declarada en 1994 Patrimonio Artístico de la Humanidad por la Unesco, ofrece, además de una magnífica cerveza, el humor y el coraje de los supervivientes.
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