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Reportaje:

La música a sus pies

Pascal Kleiman, que nació sin brazos, se ha hecho un hueco entre los 'disc jockeys' de Valencia

Pascal Kleiman va siempre descalzo porque, como dice este francés de 35 años, sus pies son sus manos y con ellos se gana la vida. Lo mismo los usa para acercarse un pitillo a la boca, que para pinchar vinilos, su pasión.

Kleiman nació sin brazos, lo que no le ha impedido llevar una vida relativamente normal. Llegó a Valencia para trabajar hace algo más de una década y ha conseguido hacerse un hueco en el mundo del techno. Al principio, las discotecas lo anunciaban como "el único disc jockey que pincha con los pies". Pero su discapacidad es algo anecdótico: "Me contratan sólo por mi música", afirma.

Se puede decir que este pinchadiscos es un hijo del acid house, movimiento techno que tuvo su boom a finales de los ochenta y que muchos recordarán por la sonrisa burlona de su icono en forma de círculo fluorescente. Por aquel entonces, era un joven estudiante de Derecho en Toulouse, su ciudad natal. Pero quedó tan fascinado por la música electrónica del smiley que se compró unos platos y un mezclador, y se puso a practicar. Kleiman había aprendido a utilizar sus pies "instintivamente" -con ellos come, bebe o escribe- y a convivir con su discapacidad de manera natural, así que no halló mayor dificultad que la de cualquier otro principiante. "Para pinchar sólo necesito sentarme en una superficie alta y grande para tener los pies a la altura de los platos", afirma. La elasticidad y habilidad con que maneja sus extremidades inferiores, le permiten alcanzar un disco, ponerlo y quitarlo, o controlar la mesa de mezclas. Y así, aupado a un bidón, Kleiman empezó a animar las raves del sur de Francia.

El disc jockey se define como un tipo "impulsivo" al que le seducen los retos. Por eso, en 1991, cuando encontró la escena musical francesa caduca y limitada, decidió venirse a España y sus afterhours, no sin antes dar un pequeño disgusto a sus padres por haber abandonado la carrera de Derecho a los 22 años.

Debutó en Madrid, en el legendario club Áttica, pero pronto lo llamó un agente valenciano para que pinchara en la discoteca N.O.D. Se vino a la ciudad con la única compañía de un amigo y de sus discos, pero los inicios no fueron fáciles y estuvo a punto de regresar a Francia por falta de ofertas laborales. "Teníamos el coche y las maletas preparadas y justo me llamó el mismo agente para darme trabajo", recuerda. Desde entonces su carrera ha tenido altibajos, aunque siempre se ha mantenido en la escena y ha actuado en las principales salas de la provincia, como Chocolate, ACTV, Puzzle o Barraca.

El techno es la droga de Kleiman; no sólo vive de él, sino que también le dedica todo su tiempo. Cuando no pincha, se pasa el día buscando nuevos sonidos y tendencias en su tienda de discos, Love Sonico, del pasaje del Doctor Serra de Valencia. Abrió el negocio en 1997, una época en la que la escena valenciana "se había quedado estancada, había un desierto cultural enorme y regía la dictadura del bakalao". Así que durante tres o cuatro años se volcó por completo en la tienda, concebida "como un laboratorio musical". "No soy de los que ponen la misma música durante cinco años, necesito innovar; para mí, lo mejor siempre es el presente y el futuro", afirma.

Kleiman pincha dos veces por semana, ha actuado en el festival Sónar de Barcelona y ha compartido cabina con algunos de los gurús de la música electrónica como Laurent Garnier, Dj Garth, Maurice Fullton o John Cutler. Pero cuando se le pregunta si ha triunfado asegura, de forma modesta, que no: "Estoy bien situado, pero todavía me queda mucho por aprender y hacer".

Forma parte de un colectivo de cinco disc jockeys llamado Ganesh Garden que organiza los viernes sesiones de techno progresivo y psicodélico, en el Ke House. Su estilo es "underground y no tiene demasiadas salidas comerciales", pero le resulta mucho más gratificante: "En estos ámbitos estoy seguro de que la gente aprecia la música que pongo".

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