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Columna
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Azuzador

Enrique Gil Calvo

La legislatura se inicia bajo la advocación del consenso como mágico elixir capaz de cerrar nuestras heridas políticas. Pero creo que conviene ser escépticos al respecto. El consenso debe limitarse a pactar sólo las reglas de juego, pues si se extiende a pactar los resultados se convierte en espurio pasteleo. Conviene recordarlo porque el mandato de Zapatero va a estar presidido por la reforma de las reglas de juego, precisamente: Constitución, Senado, Estatutos catalán y vasco... Para llevar a cabo tales reformas, se necesitará un amplio consenso mayoritario. Pero para poder obtenerlo se corre un doble peligro. De un lado están los nacionalistas catalanes y vascos, que pondrán un precio al consenso en forma de reivindicaciones soberanistas o confederales, contrarias al espíritu de la Constitución. Y pagar un precio semejante en aras del consenso sería ceder al espurio pasteleo. Pero es que, en el otro cuerno del dilema, acecha la feroz oposición de Acebes y Rajoy, siempre azuzados desde la sombra por su patrón Aznar, que les instigará a que ejerzan sin complejos su fáctico poder de veto.

Es inútil esperar ningún patriotismo del Partido Popular, pues hará todo cuanto esté en su mano para cobrarse la deshonrosa derrota sufrida el 14-M. Y para ello cuenta con un arma infalible, que es su capacidad de vetar cualquier posible reforma constitucional que exija su explícito consenso. Zapatero confía mucho en el poder del diálogo para convencer a la oposición de que, por puro patriotismo, debería consentir unas reformas tan prudentes. Pero ya puede imaginarse lo que le responderán. Esta semana hemos podido ver la respuesta de Acebes ante el fracaso europeo de la ministra de Agricultura como prueba de que el PP no le dará al Gobierno ni un día de tregua, hurtándole los cien que por cortesía le eran debidos. De modo que ya empiezan avisando de que su estilo de oposición será tal como fue la ejecutoria de Aznar: al enemigo ni agua, aunque le asista la razón.

En Acebes era de temer, dada su condición de secuaz de Aznar. Pero Rajoy es otra cosa, y cabría esperar de él mayor patriotismo y sobre todo mayor sentido de la responsabilidad, dada su probada trayectoria de gobernante ecuánime. ¿Será capaz de acceder al imprescindible consenso que se necesita de él? Cuando Zapatero se lo preguntó en el debate de investidura dio la callada por respuesta. Y cabe dudar de que lo haga, si se sigue comportando como un mandado de Aznar. Pues aquí está el problema, precisamente: en que Aznar no se ha ido, sino que se queda entre nosotros, azuzando a los suyos desde la sombra para enconar los conflictos hasta hacerlos insolubles. Acaba de verse también ahora, con su patriótica llamada a Bush para seguir erosionando la política exterior española. Lo mismo hará desde la FAES (siglas que recuerdan a Falange Española), desde su tribuna en Georgetown University o desde sus colaboraciones en The Wall Street Journal. Y con Aznar azuzando no hay consenso que valga.

Curiosa carrera la de Aznar, el azuzador, hasta ahora presidida por la obsesión de medirse con su envidiado predecesor para tratar de superarle. Y finalmente ha conseguido un éxito completo, en un caso chocante de vidas paralelas. Primero le suplantó con malas artes, manipulado la opinión pública. Luego intentó enmendar su obra con regresivas contrarreformas, invirtiendo el signo de la política exterior. Después abusó de su mayoría absoluta en una medida muy superior a la de su predecesor. Y por último, ha perdido el poder con mayor deshonor todavía, tras una derrota no tan dulce como la de aquél, sino mucho más amarga. Por eso ahora, una vez jubilado anticipadamente, también parece obsesionado por imitarle, dedicando su vida a tratar de justificarse a través de la venganza contra su sucesor. Triste destino, el de la Presidencia del Gobierno en la democracia española, institución saturnal que, como sucedía con la revolución, devora a sus propios hijos, a juzgar por los precedentes de Suárez, de González y de Aznar. ¿Sabrá escapar Zapatero a tan trágica maldición?

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