El dilema de san Jorge
Ahí viene una sombra vestida de blanco: es el Madrid, aquel equipo de demolición que empieza a oler a equipo quirúrgico.
De pronto, Zinedine Zidane ha sufrido un colapso místico: ya no levita sobre el balón como en la primera vuelta. Alguien le ha cambiado las zapatillas de baile por las botas de plomo y el retorno de la gravedad le ha conducido a un preocupante estado de tristeza franciscana. Sin embargo, su postración no parece un desmayo circunstancial, ni mucho menos un caso aislado: es el cuadro clínico de una epidemia.
A fecha de hoy, los efectos de la peste blanca son variados. Guti, pongamos por caso, tenía cuello de cisne y tiene cuello de pavo. Ya no trata a la pelota con aquella autoridad de billarista; ahora ha caído en una desazón de chico insurrecto que le predispone a pegar en vez de tocar. Jugaba con tensión y juega con hipertensión.
Junto a él, su socio David Beckham ha vuelto a interpretar la historia invertida: es el príncipe que se transforma en rana. ¿Dónde perdieron comba sus tiros libres? Es cierto que el muchacho conserva la tenacidad atlética que siempre distinguió a los fondistas británicos. Pero, inopinadamente, se le nubla la vista y cae en un inexplicable estado de confusión. Entonces se convierte en la mediocridad con moño.
Roberto Carlos, en cambio, arrastra un problema de carburador. No hay un motor con más caballos que el suyo, pero algo impide que la sangre le llegue el corazón.
En cuanto a Raúl, la impresión es que alguien le ha quitado de una vez el disco duro y la batería: corre y corre, pero carece de chispa y de memoria. Puesto que mantiene su codicia de ganador, sólo precisaría recuperar los mejores lances, disposiciones y minutos de su propia biografía; el manejo alternativo de la prisa y la pausa, el uso de los espacios libres y, si hace falta, la triquiñuela que pueda valer el gol de la victoria. En resumen, esa probada capacidad suya para descifrar todas las claves del fútbol.
Luego, está Ronaldo, la mina de goles más rica del fútbol mundial. Dicen que tiene las mismas limitaciones que todos los potentados de nacimiento; lleva puesta una fortuna, pero no demuestra mucho interés en conservarla. A sabiendas de su valor natural, la hinchada ni siquiera le pide que se esfuerce en los días laborables: se conforma con que imite al gato callejero. Que duerma o que cace.
Mañana, cuando el Barça lo zarandee y la Liga esté en juego, zanjaremos todas las dudas sobre este Madrid inmóvil.
Resolveremos de una vez y para siempre el viejo dilema del dragón dormido o el dragón muerto.
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