La insoportable levedad del tema vasco
Estábamos acostumbrados a ser el centro de la Tierra. Durante años, desde luego durante toda la andadura democrática de estos últimos veinte o treinta años, los vascos, el terrorismo, el problema o el conflicto vasco, el nacionalismo, llámenle como quieran, han ocupado un incuestionable protagonismo en la política española. Es más, en los últimos años parecía constituir el gran tema del país, el único gran problema de España, incluso la única asignatura pendiente de la exitosa transición democrática española. No había día sin que las tertulias radiofónicas, los medios escritos y los telediarios se ocuparan de alguno de los innumerables asuntos que conforman esta noria de tragedias y esperanzas que llamamos problema vasco.
Pero de un tiempo a esta parte nadie se ocupa de nosotros. Algunos dirán que una nube oculta la montaña y que la persistencia y la densidad de una niebla coyuntural generan la sensación de que ya no existen esos peñascos abruptos y peligrosos con los que nos topábamos cada mañana al mirar la luz.
O quizás simplemente ocurre que otros temas acaparan la atención de los españoles. Desde luego que así es, pero me pregunto si no se ha empezado a aplicar también una nueva política al tema vasco. Una política suave, de sonrisa y mano tendida, pero de firme decisión a no engancharse en una pelea inacabable. Una nueva diplomacia que no nos concede la primera página, porque mira a otros muchos horizontes y relativiza nuestras pretensiones. Una actitud dialogante y respetuosa, pero exigente, para que seamos nosotros mismos, los vascos, los que nos pongamos de acuerdo, antes de golpear bruscamente la aldaba de puertas ajenas.
No puedo asegurar que ésta es la estrategia secreta de Zapatero porque no alcanzo a conocer con tanta intimidad su pensamiento. Pero intuyo de sus gestos y decisiones una apuesta consciente por rebajar la tensión y la temperatura de los diferentes frentes políticos en los que se desarrolla la política vasca y por relativizar la dimensión de este viejo contencioso en el marco de la política española. Hay bastantes razones para ello.
En primer lugar, porque otro terrorismo ha conmovido nuestros sentimientos y nuestras reflexiones políticas. Y siendo cierto que la violencia terrorista es igual de ciega y de fanática, igual de injusta y de cruel para con los mismos inocentes, es lo cierto que se trata de otros autores, de otros problemas, de otras causas y orígenes, de otras investigaciones hacia otras organizaciones y hacia otros mundos. Todo lo cual, unido a la esperanzadora desarticulación policial de ETA, está colocando este elemento central de impacto que tenía el País Vasco en España en unos niveles afortunadamente mínimos. No me hago ilusiones, porque sé que volverán a matar o a intentarlo, pero han ocurrido ya muchas cosas después del 11-S y del 11-M como para que el terrorismo vasco pueda mantener su lógica anterior. No se trata sólo de que ya nadie soporta un nuevo muerto, después de lo que ha ocurrido en Madrid. No es sólo que la propia izquierda abertzale tendría muy difícil callar en Euskadi después de haber condenado en Madrid. Es que, además, el mundo internacional, la política europea, la colaboración de las inteligencias policiales y el grado de conocimiento y de actuación policial contra la banda no permitirán la persistencia de su infraestructura operativa.
Pero a la población española le han llegado también otras urgencias, otras prioridades. Desde hace un año, desde la guerra de Irak, la respuesta ciudadana a la invasión de aquel país, la controversia sobre el papel de España en ese conflicto y la apuesta atlantista del Gobierno de Aznar han provocado unas movilizaciones y un nivel de debate político nacional desconocidos. El impacto internacional del compromiso socialista de retirarse de Irak, avalado en las elecciones y ejecutado al minuto siguiente de tomar posesión del Gobierno, ha devuelto a la política española una fuerza democrática enorme y naturalmente ha colocado en el centro del escenario de nuestros debates la política internacional, que verá reforzada su hegemonía con las elecciones europeas y la próxima Constitución de la Unión.
En la política interior, también es patente que las miradas políticas han girado hacia otras latitudes. El Parlamento volverá a ser el gran protagonista de unas sesiones cargadas de negociación y de resoluciones forzosamente consensuadas. El Gobierno tripartito catalán, la alianza de izquierda catalanista, ha reclamado la atención de la política española con una fuerza extraordinaria. Son muchos los problemas que habrá que afrontar, pero no son menos las expectativas y las esperanzas que suscita una nueva vía de hacer Cataluña y España. Tanto allí, en Cataluña, como en Andalucía, o en Canarias, y pronto en Galicia o en Valencia, se han puesto en marcha profundas y serias reflexiones sobre la adaptación de sus respectivos estatutos de autonomía. Paralelamente, Zapatero anuncia su disponibilidad a tramitar esas reformas estatutarias y propone otras reformas constitucionales, incluyendo la del Senado. Y mientras este intenso debate protagoniza la política española, Euskadi sigue anclada en el viejo e imposible debate del Estado Libre Asociado. Nadie nos llamará la atención. No habrá palabras gruesas. Simplemente seguirán avanzando, construyendo un nuevo espacio territorial de avance autonómico y de convivencia plural, mientras nosotros nos enroscamos en la hojarasca de la soberanía.
Hay como una sensación de cansancio con lo vasco y es natural. De infinita decepción con las posibilidades de que un acuerdo razonable sea posible. De que un acuerdo, mínimo en contenidos, pero amplio en los apoyos en el interior de la comunidad vasca, permita una interlocución razonable y una negociación política posible con el resto de España, en la Constitución. Y no es que miren para otro lado, sino que la política española ha decidido recorrer su propio camino, cumplimentar su propia agenda y dejarnos a los vascos la tarea de reconstruir nuestro propio consenso hasta que sepamos todos y de verdad qué queremos ser mañana.
Comprendo que puede resultar frívolo, pero entiendo que no lo es. Hay una estrategia política de fondo en esa mano tendida con sonrisa, al mismo tiempo que se demanda una rectificación. No hay amenaza, ni Código Penal, pero no es menos firme decir que si se incumplen las reglas, simplemente se aplicará la democracia. Todo esto lo hemos visto estos días en el debate de investidura y lo hemos intuido en declaraciones y gestos no exentos de significación política, como lo ha sido, por ejemplo, la naturalidad con la que se ha decidido prescindir de representantes vascos en el nuevo Gobierno.
De manera que todos estos cambios que analizamos están provocando una readaptación del tema vasco en la política española y todos, especialmente los nacionalistas (tantos y tan divididos), tendrán que irse haciendo a la idea de este nuevo escenario, en el que, como diría Kundera, tendremos que asumir nuestra insoportable levedad. Bienvenida sea.
Ramón Jáuregui es diputado del PSOE por Álava.
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