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Retorno del discurso inteligible

Nuevos aires, más frescos, recorren los pueblos de España. Se percibe ilusión ante los cambios inmediatos. Las conversaciones se han hecho más vivas, se siguen con mayor interés las noticias, son más reflexivas las críticas. José Luis Rodríguez Zapatero transmite serenidad, también convicción, algo necesario para afrontar los difíciles momentos históricos que nos toca vivir. Desde que fue elegido secretario general del PSOE se las ha visto en situaciones de inmensa dificultad -el fiasco de los resultados de las pasadas elecciones municipales y autonómicas, la traición de dos diputados de la Comunidad de Madrid, la insensata entrevista a hurtadillas de Carod-Rovira, socio en el gobierno catalán, con ETA, la innoble oposición interna de algunos de los barones históricos socialistas, el desdén insultante del gobierno- y siempre ha dado la cara, con esa actitud tranquila tan envidiable, y también explicaciones para justificar sus palabras, aún conociendo el riesgo de la sistemática tergiversación del lenguaje practicada por el PP, una cuestión que al final se les ha vuelto en contra. Entre sobresalto y sobresalto ha tenido ocasión de curtirse para la tarea que le espera, enorme y difícil, pues hereda un escenario complejo, por decirlo con la mayor suavidad.

Cuando Rajoy y Aznar se parapetan e insisten, juntos y por separado, en esa idea de que los terrorismos son todos iguales, para evitar así entrar en mayores profundidades, algo en mi interior me dice que se está intentando hurtar el pensamiento. Son idénticos, ciertamente, en los resultados de muerte indiscriminada, crueldad e injusticia, pero no en sus causas, ni en los métodos adecuados para combatirlos. Resulta obligado identificar unas y otros, porque sólo así podrán neutralizarse y acabar con esta maldición del siglo XXI. Algo obvio que me recuerda la estrategia del héroe de los cuentos infantiles para enfrentarse al monstruo de mil cabezas y vencerlo. Pero que, sin embargo, algunos parecen empeñarse en olvidarlo. Hay que exigir a los políticos análisis más sutiles de la realidad si pretenden enderezarla con éxito, aún a costa de sus intereses electorales.

¿Acaso no se puede calificar de terrorismo la política de asesinatos selectivos del gobierno israelí, subvencionada por los EE UU? ¿Cómo llamar a un bombardeo sistemático sobre la población civil de Bagdad, que ha provocado diez mil muertos y muchísimos más heridos, cuando ni siquiera existían esas armas de destrucción masiva que sirvieron de argumento para declarar una guerra ilegal? ¿No será terrorismo también, tal vez, una guerra como la de Irak justificada con documentos amañados y mentiras? ¿Qué respuesta cabe esperar a semejante embestida? ¿Ira, obediencia, aplauso, resignación? ¿Cómo no temblar ante el desatino que preside la política internacional de confrontación extrema con el islamismo? Referirse a tres países musulmanes como el Eje del Mal, no es sólo una provocación estúpida sino, además, una idea estúpida en sí misma, por parte de quién defiende las guerras preventivas.

Numerosas preguntas que nos llenan de desconcierto, porque hemos llegado a no comprender, lejos está el compartir, la lógica que sustenta la toma de esas grandes decisiones políticas cuyas consecuencias llueven luego sobre nosotros. Nos vemos obligados a atribuirlas a inconfesadas ambiciones. Por eso sentimos miedo. Se tiene la impresión de que esa amenaza perversa del terrorismo la están alentando aquellos que con más ardor dicen querer combatirlo, con su torpeza y arrogancia. Muchas cosas han de cambiar si se quiere terminar con esta espiral de violencia que se ha desatado en el mundo. Pero, sin duda, lo primero que debería cambiar son las personas que rigen los destinos de algunos países. Aznar ya nos ha dicho adiós, y su errática política exterior suponemos que se va con él. Pero España es sólo un pequeño eslabón en un mundo en el que las consecuencias de la paz y de la guerra están, más que nunca, globalizadas. Otros deberían seguirle. No podremos estar seguros mientras Bush y Sharon, por ejemplo, sigan gobernando en sus respectivos países, con sus estilos incendiarios y de doble rasero, y el apoyo del condescendiente Blair. Machacar de manera sistemática a los palestinos no es ninguna hoja de ruta para la concordia. La humillación permanente produce odio, y el odio provoca más muertes.

Por eso la llegada de Rodríguez Zapatero a la Presidencia del gobierno español se concibe como una gran esperanza. Ojalá mantenga su talante -no me lo imagino, y es de agradecer, tratando a Rajoy de insolvente ante alguna propuesta de interés, como se ha hartado de hacer Aznar- y acierte para recomponer un discurso cuya lógica sea legible y podamos compartirla. El retorno al lenguaje sin doblez es una necesidad interna perentoria, al igual que el restablecimiento de la legalidad internacional surge como una cuestión impostergable, por el bienestar de todos los pueblos.

María García-Lliberós es escritora.

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