El malestar al alcance de todos
Durante los últimos 12 meses, el precio de la mayor parte de los activos (inmobiliarios, renta variable, emergentes, materias primas o bonos de elevada rentabilidad) ha estado subiendo casi sin interrupción. Todavía en algunos casos sigue haciéndolo. Pero cada vez se detectan más signos de desasosiego, sobre todo en los mercados de renta fija y en los fondos que invierten en ésta. Es como si se temiera que la misma uniformidad en la subida de los precios se pudiera producir en la bajada: los mercados, como diría Mercedes Cebrián en su Malestar al alcance de todos, a veces tienen abierto al mismo tiempo el catálogo de las alteraciones por todos los capítulos.
Y aunque nada es, por ahora, excesivamente preocupante, en cuestión de pocos días hemos pasado de una situación de bonanza a otra de mucha tensión: los tipos de interés han empezado a tomar un aspecto amenazador. No tanto por la evolución que han tenido como por lo que, en la imaginación de los mercados, podrían tener en el futuro. Hay gente que se pone siempre en lo peor. Y más desde que a mediados de semana se hiciera público que el IPC de Estados Unidos subió en marzo un 0,5% (el español tampoco se ha quedado atrás).
Los tipos de interés han estado bajando desde hace más de nueve años. Para ilustrarlo, baste recordar que los de la deuda pública española para el plazo de 10 años pasaron entre 1994 y 2003 del 12,50% al 3,50%, una reducción espectacular con la que, al comienzo de ese periodo, nadie hubiera soñado.
Eso no quiere decir que durante esos nueve años no se vivieran situaciones, algunas de fuerte dramatismo, en las que parecía que iba a invertirse bruscamente la tendencia. De hecho, desde los niveles mínimos que alcanzaron los tipos de interés de medio y largo plazo a mediados del año pasado, se han producido tres o cuatro intentos de reacción alcista de los tipos. Ahora, por fin, parece haber llegado el momento de la verdad en el que, tras varios intentos fallidos, podrían comenzar a subir de nuevo. Aunque no hay que descartar el que, una vez más, se trate de una falsa alarma.
Los dos elementos clave van a ser, por una parte, saber si el mal dato de inflación es un hecho aislado o no y, por otra, la evolución de la cotización del dólar a lo largo de los próximos meses. Una evolución que, probablemente, será de reforzamiento a corto plazo de la divisa norteamericana, lo que aliviaría las condiciones monetarias en Europa y haría menos necesario una reducción de tipos de interés por parte del Banco Central Europeo (a la vez que las endurecería en EE UU, proporcionando algo de margen de maniobra a la Reserva Federal).
En cualquier caso, hay una convicción creciente de que los tipos de interés han pasado ya sus mejores momentos y que, salvo que las economías de todo el mundo entraran en una fase de claro retroceso, lo más que puede esperarse de ellos es que no suban mucho. Si esa subida es paulatina, los fondos de renta fija a largo plazo irán proporcionando rentabilidades no muy atractivas pero razonables.
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