Desafortunada odisea
Como es de sobra conocido, tras desplazarse, al concluir la segunda contienda mundial, el foco central del debate creativo de Europa a Estados Unidos, la escena plástica norteamericana concentrará a lo largo de algo más de tres décadas, desde mediados de los años cuarenta hasta la crisis del modelo de modernidad en los ochenta, si no todo lo esencial sí al menos, y nunca mejor dicho, la parte del león de los episodios dominantes en el arte de la segunda mitad del pasado siglo.
Ante la idea de revisar ese panorama tan vasto, complejo e intenso en el marco de una exposición, cualquier gran museo contemporáneo sentiría un más que justificado vértigo, pues no ya una reconstrucción exhaustiva sino una mera síntesis suficientemente rigurosa e inteligible de dicho periodo plantea todo un reto a sus capacidades, recursos y potencial negociador. Pues bien, anunciando con ello el inicio de una etapa de mayor ambición en sus propuestas, justo ese mismo proyecto es el que ha impulsado sin complejos el Círculo de Bellas Artes, de Madrid, en coproducción con otras tres instituciones de perfil análogo (Domus Artium de Salamanca, Kiosco Alfonso de A Coruña y la Queensborough Community College Art Gallery) que acogerán la itinerancia de esta muestra que ha sido comisariada por Stephen C. Foster.
LA ODISEA AMERICANA, 1945-1980
Círculo de Bellas Artes
Marqués de Casa Riera, 2
Madrid
Hasta el 30 de mayo
Debo admitir de entrada, dada
la dificultad de la empresa, que sorprende sin duda lo conseguido, tanto por el número de obras como por su envergadura en determinados casos. Pero eso no significa que el resultado alcanzado sea, en modo alguno, un logro suficiente. Dentro de un espectro que abarca desde piezas de indudable talla hasta otras que rozan lo insignificante, uno saca la impresión de que el nivel, en cada caso, responde menos a lo dictado por el discurso de la exposición que a los avatares de la divina providencia.
Una tendencia habitual, en consecuencia, es que a menudo la significación de las piezas resulte inversamente proporcional a la importancia del autor -y la dificultad, por tanto, del préstamo-, con lo que artistas clave quedan representados por trabajos incluso muy menores y mientras nombres de segundo rango cobran el mayor protagonismo.
El caso más evidente se da sin duda en la primera gran generación abstracta, donde figuras como Jackson Pollock, Arshile Gorky, Willem de Kooning, Franz Kline, Robert Motherwell, Philip Guston o Mark Rothko cuentan con obras muy modestas, mientras el mayor impacto escénico queda reservado, con formatos más generosos, para los Bradley Walker Tomlin, Lee Krasner, Norman Bluhm, Milton Resnick, Theodoros Stamos o nuestros José Guerrero y Esteban Vicente. En otros apartados el desajuste no es tan general, pero no se libran de esa lacra.
En la esfera del pop, por ejemplo, Claes Oldenburg, Jasper Johns o incluso Andy Warhol, pese a sus cinco piezas, tienen una presencia mucho más débil que un Mel Ramos o Alan d'Arcangelo. Y en los realismos, las obras de menor rango corresponden nada menos que a Alex Katz y Chuck Close. Cierto es que la intensidad nada tiene que ver con el tamaño de la obra, y eso actúa a menudo como mecanismo corrector. Como poco hay que objetar a la defensa que el comisario hace de la presencia figuras de segundo orden, en el sentido que contribuyen a restituir el paisaje original. Pero el desequilibrio es tan extremo, tan arbitrarias las descompensaciones y agravios que el conjunto se muestra incapaz de articular una jerarquización coherente y esclarecedora de la odisea que pretende narrarnos.
Por si fuera poco, hay que sumar el inconveniente añadido por un espacio expositivo que resulta manifiestamente insuficiente para albergar, con el decoro preciso, el centenar largo de obras que acumula la muestra. Y no sólo por el agobio general de las piezas, que se hace más grave en la escultura y alcanza el punto crítico, como es lógico, con el minimal, donde la interacción con el espacio es decisiva, sino porque la escasez obliga a ubicar las obras donde buenamente se pueda, desordenando por entero la lógica del itinerario expositivo y entremezclando confusamente sus distintos apartados. En fin, un esforzado empeño, cuya ambición excesiva se ve desbordada por el alcance de sus limitaciones.
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