_
_
_
_
OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Adiós a Valderrama

Ha muerto feliz. Tras degustar un descafeinado y unos dulces, con todos los honores merecidos sobre los anaqueles del mueble del salón. Valderrama respetado, admirado, amado siempre. Pero fue necesario un largo trayecto, cargado también de silencios, galas mal pagadas, programadores culturales despreciativos, intelectuales superados por sus propios prejuicios. No fue hasta que los niñatos de la nouvelle vague dieron su aprobación, que los cineastas clásicos americanos fueron considerados como tales. Y así nos va.

Yo recuerdo al Valderrama de los ochenta, en un momento delicado para todo lo que sonara tradicional, sinónimo para muchos de franquista, reaccionario y pueril. Y lo recuerdo en un símil de camerino, sin espejo, sin calefacción, con el aseo al otro lado del pasillo. Yo, actor adolescente de provincias, lo que aún sigo siendo -adolescentes no, claro está-, profané aquel espacio, no por triste menos sagrado, y descubrí al cantaor aterido de frío junto a una Dolores Abril cubierta por un kimono floreado detenida en la pared desnuda y a la espera de salir a un improvisado escenario, bajo el que aguardaba un público de la tercera edad, ellos oliendo fuertemente a colonia y pañuelo recién planchado, ellas de luto festivo, adornadas de medallas y pulseras con el horóscopo de los hijos.

Les llevamos entonces -éramos jóvenes, actores e imprudentes- una pequeña estufa de dos resistencias -tal vez una de ellas no funcionaba- y el espejo sustraído de un aseo tan descuidado como lejano.

Él sonrió apenas, ella, como una gran diva, nos dio un beso presuroso. La música les anunciaba el principio de la función.

Él, parsimonioso, como eje de un rito en el que no cabía el tiempo, se ajustó el sombrero de medio lado. Ella se abrió el kimono falsamente japonés, dejando al descubierto un estallido de color y lentejuelas.

Y salieron al escenario, que ya no era una caseta de feria, sino el Carnegie Hall. Ese día aprendí -aprendimos los jóvenes e imprudentes actores- lo que era el amor al escenario. El respeto al público. La pasión. Nunca olvidaremos la lección. Descanse en paz.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_