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Un mes después

Josep Ramoneda

Ha pasado un mes desde el atentado de Madrid, y sería absurdo pensar que con la catarsis electoral del 14-M ya podemos pasar página. Una de las habilidades del terrorismo es la capacidad de culpabilizar a sus víctimas. Al sacar a Aznar y al PP del Gobierno, la sociedad española se habría aliviado de cualquier culpabilidad. Al fin y al cabo, fueron ellos los que nos metieron en la guerra de Irak contra la voluntad de la inmensa mayoría. Sería lamentable que se impusiera la idea de que con Aznar fuera y las tropas españolas en Irak de regreso estamos libres de culpa -que no tenemos ninguna- y de responsabilidades de futuro -que tenemos muchas. Como sería lamentable que cundiera cierta tendencia a la mitificación del verdugo. La contaminación religiosa del pensamiento político hace que todavía alguna gente considere la autoinmolación de los terroristas islamistas como una prueba de autenticidad. Creen tanto en su causa, dicen, que están dispuestos a entregar su vida. La creencia -religiosa o laica, que también la hay- rompe la noción de límite cuando asume el principio de que en nombre de Dios (o de la verdad) todo está permitido y se convierte en barbarie totalitaria. Dichosos los ciudadanos descreídos que tenemos aprecio a la vida.

Aznar se equivocó metiendo a España en la guerra de Irak en nombre de la lucha contra el terrorismo porque esta guerra no tenía nada que ver con este objetivo, sino que formaba parte de una estrategia, que el tiempo confirmará como errónea, de refuerzo de la hegemonía norteamericana. Parafraseando a Romano Prodi, "si se quiere ser un líder mundial, hay que saber cómo cuidar de todo el planeta y no sólo de los intereses norteamericanos". La guerra de Irak no ha hecho el mundo más seguro y, probablemente, ni siquiera habrá mejorado la posición estratégica de Estados Unidos, con lo cual, además de ser un disparate moral, es un error político. Ni por interés nacional, ni por interés global, ni por egoísmo, ni por solidaridad se justifica la presencia de España en este conflicto: es una guerra ideológica que sólo ha servido para dar mayor carta de naturaleza al delirio del conflicto entre el Occidente cristiano y el mundo musulmán.

Pero el error de Aznar ni es explicación suficiente ni es coartada de la acción terrorista del 11-M. Por tanto, el cambio de Gobierno no modifica la situación de amenaza. Supone, eso sí, el final de una estrategia que ha sido humillante porque la sociedad española nunca quiso entrar en esta guerra. Pero Irak es una historia y el 11-M otra, por más que los terroristas utilicen Irak como señuelo en la medida en que se les ha regalado un argumento -la ocupación neoimperialista de Irak- para ir ganando adeptos y causando estragos.

Con o sin las tropas en Irak estamos en el punto de mira del terrorismo islámico, que detectó en España un eslabón débil en la relación entre el Occidente cristiano y el mundo árabe. Por proximidad geográfica con el Magreb, por desatención policial y por los importantes movimientos migratorios que llegan desde el Sur, España era un país de fácil acceso y movilidad y con muchas posibilidades de crear las redes de cobertura necesarias. Por el lugar que ocupa en el mapa geopolítico -y por los conflictos de intereses en esta zona de frontera entre mares y continentes- era un interesante objetivo de la acción terrorista, con grandes posibilidades de contaminación y multiplicación..

Entre las obsesiones ideológicas del presidente Aznar está la afirmación de que todos los terrorismos son lo mismo y distinguir entre terrorismos conduce inevitablemente por el camino equivocado. No se sabe si por inercia o por obediencia debida, Mariano Rajoy sigue repitiendo machaconamente este argumento, que si antes era disparatado, después de todo lo visto es además absurdo.

La autoinmolación de seis terroristas en Leganés ha venido a aportar la prueba definitiva de la necedad de la amalgama entre terrorismos. Que los grupos terroristas tengan como arma principal la violencia política contra civiles y no uniformados y que parte de su actividad navega a través de redes subterráneas por las que circula también el narcotráfico, el tráfico de armas y el dinero negro, con sórdidas alianzas entre estos criminales actores, no significa que sean la misma cosa. Y la primera responsabilidad del político es aportar análisis adecuados de la realidad, porque los malos análisis pueden provocar horrendas catástrofes, aunque sea de buena fe.

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Tampoco sirve el discurso que relaciona el terrorismo con las enormes desigualdades que la globalización ha hecho más evidentes si cabe. Trabajar por un mundo más justo era exigible antes del terrorismo y sigue siendo exigible ahora. Pero pensar que venciendo a la pobreza y reduciendo las desigualdades se resolverían los problemas de violencia política supone dar por bueno el mito rousseauniano de que las relaciones sociales son las que pervierten al bondadoso ser humano. Un argumento que choca con la evidencia de las pulsiones violentas que el hombre ha llevado siempre puestas.

Aunque los medios siempre determinan los fines, en ETA los medios y los fines son distintos, mientras que en el terrorismo islamista, en cierto sentido, son la misma cosa. De ETA sabemos el dónde, el quién y el por qué. Del terrorismo islamista sabemos poco, porque incluso el organigrama y la forma de relación entre las distintas franquicias de esta marca llamada Al Qaeda están muy poco claros. Para empezar, no sabemos hasta dónde alcanzan los vínculos del grupo que hizo el atentado de Madrid: ¿el sistema de toma de decisiones era autónomo o la última palabra estaba en algún nodo referencial de la red? No lo sabemos. Y puede que sea relativamente irrelevante porque la estructura difusa de Al Qaeda permite a cualquier nodo o punto atribuirse la dirección o coger el relevo del grupo que ahora ha sido desmantelado.

Todos estos problemas existían antes del 11-M, y no éramos conscientes de ello porque en España terrorismo se conjugaba con ETA, y existen después del 14-M, independientemente de lo que haga Zapatero en Irak, donde, no hay que engañarse, la situación ha empeorado durante el último mes, con lo cual la decisión de retirar las tropas adquiere mayor relieve todavía. Un mes después es importante no perder de vista la complejidad del escenario. La ciudadanía debe ser consciente de que estamos en zona de peligro, de modo que actuar con normalidad, porque los terroristas no tienen derecho a condicionar nuestra vida, no quiere decir inconsciencia ni desentendimiento. Y, sobre todo, que cualquier política, por local que sea, hoy sólo tiene sentido si se piensa en términos globales. Algo que hay dudas fundadas de que se tenga claro en Cataluña porque a menudo la clase política da muestras de ensimismamiento manifiesto.

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