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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Anacrónica ETA

Desde el 30 de mayo del pasado año ETA no ha logrado matar, aunque lo ha intentado. Y ha seguido sufriendo continuos reveses; el más reciente incluye la captura de dirigentes y el desmantelamiento de su principal arsenal y fábrica de armamento. La conjunción entre esa debilidad operativa y la toma de distancias frente al terrorismo islamista ha hecho pensar en la posibilidad de que, ahora sí, ETA se plantee la retirada. La idea es que si el brazo político ha condenado los atentados "indiscriminados contra la población civil" del 11-M, difícilmente podrían no condenar cualquier otro de los que suele realizar ETA. De sus más de 800 víctimas, 288 han sido civiles desarmados, el 35%, y tan sólo en los últimos 15 años ETA ha hecho estallar 114 coches bomba: un método indiscriminado por definición.

En realidad, hace muchos años que sigue en activo por pura inercia. Tras los acuedos de Viernes Santo de 1998 en Irlanda, ETA es el único grupo terrorista de los aparecidos treinta años antes que se resiste a retirarse. Pudo haberlo hecho con la llegada de la democracia, pero el final quedó aplazado indefinidamente por la influencia de sectores que, sin correr los riesgos de los activistas, permitieron a éstos convencerse de que era imprescindible seguir matando para "acelerar las contradicciones". La irrupción a escala global del terrorismo islamista tampoco parece haber suscitado una reflexión interna, aunque la banda ha sufrido los efectos de una mayor presión policial, judicial y política sobre sus activistas y organizaciones satélites, y ha hecho esfumarse sus esperanzas en una "internacionalización del conflicto". A juzgar por las bombas que tenían preparadas, su desmarque del 11-M tampoco parece haber inspirado el cuestionamiento de lo que comparte con Al Qaeda: el fanatismo de creerse con derecho a matar.

La posibilidad de convencerles mediante concesiones políticas quedó definitivamente arrumbada tras el fracaso de Lizarra: si ni siquiera las concesiones desorbitadas que entonces hizo el nacionalismo sirvieron para que desistiera, ninguna otra que no sea darles el poder les persuadirá de que su tiempo ya pasó; pero ya pasó. Puede seguir generando violencia, pero ya no al servicio de una estrategia: la de la negociación está clausurada hace años, y ya se sabe que un cambio de Gobierno no va a reabrirla; y la del frente nacionalista de imposición por vía de hecho no interesa ya al nacionalismo, que prefiere absorber sus votos que pactar con ellos.

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La decisión es suya. Pero la experiencia indica que sin armas ni explosivos, con más activistas encarcelados que libres, los terroristas suelen ser más receptivos a comprender que lo más urgente es emprender la retirada: precisamente porque no son islamistas suicidas.

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