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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Nuestra abuela Zohra

Si mi abuela Josepa Antoni conoció a los nihilistas de finales del siglo XIX, a sus abuelas les cogió la invasión napoleónica. De esas ya no conozco ni sus nombres. Pero puedo imaginármelas con sólo saltar de abuela en abuela hacia atrás en el tiempo. No harían falta muchos saltos, apenas una docena, para llegar hasta el año de la caída del soberano nazarita, 897 de la hégira.

Aunque más difícil será dirigirme a las más de mil de mis abuelas que coincidieron en aquel año. ¿Dónde vivieron? Casi no habría suficiente población en Vizcaya ni en Guipúzcoa, ni en el reino de Navarra para acoger a todas mis ancestros. Para mis abuelas banderizas, el verme llegar desde detrás de los montes que veo recortarse desde mi ventana no iba a resultar una buena tarjeta de visita, aunque me dirigiera a ellas en la lingua navarrorum.

Y ¿si lo intentara un poco más al sur, en la misma Granada?. Allí, otra de mis históricas abuelas asistía perpleja al inicio del nuevo tiempo en el que, siguiendo los designios de un rey cruzado, la ciudad de las mezquitas iba a convertirse en la ciudad de las iglesias. Es mi amona Zhora, conocida como "la bella", la hija del constructor Abú Zuwaila. Escribía los números como yo y quizás jugaba al ajedrez y conocía el álgebra mucho mejor que yo. Y al escucharle cantar sus poemas preferidos acompañándose del laúd, le entendería todo con sólo mirarle a los ojos.

Hay tantas maneras de que una nieta se entienda con su abuela, ¡sobre todo cuando ambas son de la misma edad! Imagino a mi abuela arabiya vestida con muchos velos semitransparentes como es la moda de esta primavera: con un discreto gesto de complicidad me haría entender que ya entonces los hombres jóvenes se ensimismaban en las estelas marinas del futuro, confiados en la cordura terrenal de sus esposas.

Estos musulmanes del siglo XV eran más civilizados y tolerantes que los cristianos. Y si no lo eran todos, por lo menos sí lo fue mi abuela. Lo cierto es que su padre tuvo que acabar huyendo con toda su familia a tierras de infieles, es decir de cristianos. Y cambiar de religión, aunque se consolaron pensando que era el mismo Dios. Entonces les llamaron mozárabes (y también cosas peores).

Por mis venas corre todavía la sangre de aquellos poemas de mis abuelas musulmanas y cristianas, y seguramente de más de una judía. Sigo siendo más fiel a ellas que a sus dioses, sean los que sean.

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Estos días en que unas gentes pretenden descuartizarnos en nombre de su religión, creo recordar que en los tiempos de mis mil abuelas también había bandidos que mataban utilizando el nombre de Dios. Y gentes de distintas confesiones se unían para defenderse. Pero aún si no lo hubieran hecho, nosotros deberemos aprender a hacerlo.

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