Los insensibles
Nadie puede tener la certeza de que los atentados de Madrid se hubieran producido igualmente sin implicación en la guerra de Irak, pero afirmarlo taxativamente es una manera de tranquilizar la propia conciencia. Tanto el Sr. Aznar como su Gobierno, como quienes votaron unánimemente por la guerra, saben que la relación entre los muertos de las estaciones madrileñas y los miles de muertos iraquíes no puede ofrecer excesivas dudas. Las tradicionales buenas relaciones con los países árabes parecían asegurar que la rabia integrista no iba con nosotros. Que los activistas que preparaban atentados pasaran o residieran por estas tierras, antes de la invasión de Irak, no nos convertía en objetivo. Ahora, todo indica que el apoyo y colaboración de España en la ocupación del país más machacado por las bombas occidentales y más dispuesto a matar a mansalva, fuera y dentro de sus fronteras, está directamente relacionado con los atentados. Los dirigentes de los terroristas, organizadores de la matanza, han comunicado en más de una ocasión que España se había situado en el punto de mira de sus acciones a partir de la guerra, por su participación y beligerancia. Es más, su último mensaje iba dirigido concretamente al Gobierno español, anunciando la interrupción de hostilidades en razón al cambió político debido a las elecciones. La relación entre participación en la guerra y atentado en Madrid, a pesar de las incógnitas que suscite el fanatismo terrorista, parece algo tan evidente, tan visible, tan en la conciencia de la gente, que ha desencadenado una ola de indignación ciudadana y generalizado el descrédito del gobierno, ahora en funciones. Cuya principal función, dicho sea de paso, parece consistir en eludir sus responsabilidades y el más mínimo asomo de autocrítica. Acebes y Zaplana fueron los encargados de liar a los ciudadanos con argumentos inaceptables. Quizá por eso han sido propuestos por Rajoy para dirigir el PP en la oposición. Un panorama (más de lo mismo) muy poco estimulante.
Se ha considerado injusto culpabilizar a Aznar, como directamente hizo el pariente de unas víctimas en el acto religioso oficial. Puede que sea excesivo, pero alguna responsabilidad no reconocida tendrá su política sobre la situación creada. Los intentos de manejar la indignación que ha producido el atentado de Madrid hacia otros culpables, con retrasos y engaños sobre la autoría, muestra hasta qué punto el gobierno era consciente de ser el objeto de aquella indignación. Conocía perfectamente la parte de responsabilidad que se le podía achacar y trataba de desviarla. Sus reacciones y actitudes, opuestas a las opiniones más fiables del exterior y más generalizadas en el interior, confirman, por más que pretendan lo contrario, que el Gobierno en funciones y su partido no se sienten inocentes de la escalada terrorista que evidencia el terrible atentado de Madrid. Tampoco parece que las matanzas que se produjeron en Irak y los muertos que sigue causando la ocupación, alteren el sueño de los partidarios de la guerra. La cosa no va con ellos. Las intenciones del PP en el sentido de persistir en no reconocer sus errores y no calcular los riesgos que para los ciudadanos tiene alinearse con los criterios de los líderes más belicistas, revelan la escasa importancia que dan todos ellos a las víctimas, según de qué acciones criminales se trate. Nadie ha dicho una palabra sobre los centenares de familias destrozadas que hubo y hay en Irak, los miles de soldados iraquíes muertos, a los que parece no haya que tener en cuenta. Ni se deban relacionar semejantes atrocidades con los atentados. Las víctimas, en su gran mayoría inocentes, de las políticas de los Estados, no conmueven la conciencia de los mandatarios. Ni siquiera las víctimas propias. Bush, Blair, Aznar, fabricantes de terrorismo y mandatarios mayores en el drama de Irak, al parecer no se arrepienten de nada, no se sienten responsables de las masacres y de la extensión universal del terrorismo. Al menos los dos que quedan de las Azores deberían dejar de mandar en el mundo. Por inexplicable que parezca, su crueldad les permite dormir tranquilos. Son gente insensible.
Doro Balaguer es escritor.
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