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Tribuna:MADRID EN LA MENTE | LA OFENSIVA TERRORISTA | Las víctimas
Tribuna
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Los rituales colectivos

Toda catástrofe colectiva suele vivirse por las comunidades afectadas como una tragedia que se desenvuelve en dos espacios distintos -aunque vinculados por rasgos comunes-: el espacio público, hoy tremendamente ampliado por la abundancia de medios audiovisuales, y el espacio privado de aquellas personas que han perdido a sus familiares, o a otros seres queridos, o que sufren graves alteraciones de su integridad física o emocional. Ambos espacios trágicos se rigen por reglas, quizás sólo escritas en el acervo cultural de todo colectivo humano, pero cuya observación precisa puede facilitar la recuperación, a su tiempo, de los daños sufridos en la catástrofe colectiva.

Cabe poca duda, de hecho está ya recogido en encuestas estimativas del estado de ánimo global realizadas por científicos de la Universidad Complutense, que tras el 11 de marzo más de la mitad de los madrileños manifestaban síntomas depresivos (tristeza, apatía, insomnio) o cuadros de estrés. Es previsible que la gran mayoría de estos síntomas desaparezcan o disminuyan significativamente en los próximos días o semanas dejando paso a reflexiones -más o menos compartidas- sobre el don precioso de la vida, su fragilidad y la necesidad de reanclar nuestros proyectos vitales en valores considerados como esenciales.

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Tanto el colectivo comunitario como las víctimas individuales han de abordar las mismas cuatro tareas de cara a la recuperación de su integridad: 1) afrontar y aceptar (con dolor moderado y duelo tolerable) la naturaleza y extensión de la pérdida; 2) reparar, en lo posible, el daño sufrido; 3) realizar el duelo por las pérdidas no recuperables, y 4) dotar a toda la experiencia de sentido, sea éste personal, social o trascendental.

La orquestación de los rituales necesarios para la recuperación colectiva nos compete a todos. Muchos de estos rituales fluyen espontáneamente de la onda emocional que nos conmociona a todos en los primeros momentos de tragedias como las del 11-M: de ahí la proliferación de manifestaciones de solidaridad y duelo representadas por la acumulación de ofrendas de flores, velas y otros objetos representativos. Muchos otros han de ser estimulados por iniciativas que proceden de líderes de la sociedad civil, de los medios de comunicación y de organismos de gobierno. Es importante a este fin que se busque la participación de todas las víctimas y que se luche por lograr que éstas se sientan valoradas y representadas en su singularidad étnica, religiosa o de cualquier otro tipo. Así en Nueva York, en la catástrofe del 11-S, el liderazgo del entonces alcalde y la participación de una rica sociedad civil permitió mantener la atención colectiva más tiempo del que se hubiese mantenido por sí sola, esforzándose por proponer y facilitar rituales colectivos donde todos, incluso grupos denostados por la animadversión crónica, pudieron sentirse representados. Sólo la muy emocionante conmemoración del primer aniversario y la promesa (escrupulosamente cumplida) de abierta participación ciudadana en el diseño del espacio y monumentos conmemorativos, hizo posible al ciudadano normal pasar página del drama colectivo.

Compete, por tanto, al liderazgo colectivo administrar sabia y juiciosamente los tiempos sin dejar que las víctimas sean prematuramente abandonadas por la atención colectiva. Tampoco cabe duda de que la óptima implementación de estas tareas en el espacio colectivo facilita la realización de las mismas por las víctimas individuales y familiares. Así, por ejemplo, la decisión de algunos medios de publicar las fotografías y biografías resumidas de la mayoría de las víctimas mortales probablemente llena de consuelo a sus familias y a sus amigos y ayuda a todos los ciudadanos a mantener una vinculación personal con la tragedia colectiva.

Tanto nuestra experiencia en Nueva York como la recogida en la literatura psicológica en las grandes tragedias colectivas del siglo XX nos enseñan que, desgraciadamente, en los próximos meses aparecerán víctimas de estrés postraumático en diversos grupos de riesgo: entre los familiares de las víctimas mortales, entre los heridos y lesionados -sobre todo con lesiones permanentes-, entre personas vulnerables (niños, sobre todo, por encontrarse en proceso de desarrollo) y, quizás en menor medida, entre los miembros de los equipos de rescate.

También hemos aprendido que una atención psiquiátrica y psicológica, prestada con espíritu preventivo, de fácil acceso, integrada junto a otras prestaciones médicas y sociales y envuelta en el calor del apoyo comunitario, puede facilitar a las víctimas individuales la recuperación de su integridad emocional sin muchas de las secuelas y cicatrices que han marcado el destino de tantas otras víctimas de catástrofes colectivas. Éste es el segundo gran reto del sistema madrileño de salud, que tan brillantemente ha resuelto el difícil capítulo de la atención médica y psiquiátrica inmediata a todas las víctimas.

Manuel Trujillo es director del Servicio de Psiquiatría del hospital Bellevue de Nueva York.

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