_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Alergia al polen

"Alguna certeza debe existir- escribió Dylan Thomas-, si no de amar, al menos de no amar". Y de ese verso va a partir hoy esta firme convicción de que la larga lista negra de las discriminaciones, vejaciones y violencias que padece la condición femenina en todo el mundo, sí en todo el mundo, es, de una manera tensa, profunda y significativa, la crónica de un enorme, colosal, desamor.

Desamor no sólo a las mujeres sino además a las nociones de libertad, igualdad, justicia y humanismo. El último y escalofriante informe de Amnistía Internacional retrata esa espeluznante tragedia no solo a escala occidental, sino a escala planetaria. Aquí, los frios datos estadísticos más recientes reconfirman lo archisabido: en todo, se mire por donde se mire, allí donde se compare, las mujeres lo tenemos peor. Lo seguimos teniendo peor, a pesar de tantos avances, logros y cambios evidentes.

A pesar de la formación, de la incorporación a la vida activa, de la presencia cultural, del cambio y de la apertura de las costumbres, lo seguimos teniendo tadavía peor, el hueso de la discriminación sigue en el centro del fruto social; o, si se prefiere, el disco duro de nuestra sociedad sigue incluyendo demasiados programas de machismo clásico.

Y está claro que las cosas no van a cambiar a menos que subamos drasticamente el volumen del rechazo contra esta situación rechazable, inaceptable, y cambiemos y renovemos los enfoques y las estrategias para combatirla.

Uno de los primeros actos anunciados del nuevo gobierno socialista va a ser el impulsar una ley integral contra la violencia de género. Y el adjetivo permite esperar un abordaje frontal, radical del problema, quiero decir, un profundo tratamiento desde la raíz.

Alguna certeza hay que tener y la mía, en esta semana también trágica, es que el sexismo no se corrige acolchando o parcheando sus efectos (nunca habrá órdenes de alejamiento ni centros o casas de acogida suficientes), sino revelando, informando, denunciando y eliminando sus causas. Y mirando además esas causas de cerca y con lupa, en sus detalles mínimos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

En las aparentes pequeñeces que son, sin embargo, como granos de polen del machismo que el aire mediático, publicitario, lingüístico o convivencial se encargan de esparcir ampliamante y luego de posar. Y así florece en las mentalidades y en los hábitos.

Siempre me ha parecido un mal presagio, una forma insidiosa de violencia de género -puro polen sexista- el empezar cada año con unas uvas retransmitidas, a bajo cero, por un presentador forrado de ropa y una presentadora en tirantes.

Y de polen machista calificaré también el hecho de que el affaire de los jugadores del equipo del Leicester, por ejemplo, se haya recogido en las páginas de deportes de algunos periódicos. ¿Qué tiene de deportivo una agresión sexual a tres mujeres? O ¿es que la noticia importante la constituye la detención de unos futbolistas?

Muchos anuncios de juguetes contribuyen de un modo particularmente grave y significativo a esa polinización, difundiendo imágenes de niñas que son mamaítas o princesitas o enfermeritas, o amitas de su casa; mientras los niños, pobrecitos, juegan a batallas, a guerras o a vehículos. Un reciente informe del Consejo Audiovisual de Cataluña señala que casi la mitad de los anuncios de juguetes emitidos las últimas Navidades reproducía roles sexistas.

Concluyo con este grano, recogido hace poco en Everwood, una serie de Televisión Española, es decir, emitida al amparo de lo público (ojalá el nuevo gobierno socialista nos devuelva la posibilidad de ver con cierto interés la televisión). Una niña se queja ante su padre (protagonista de la serie) del trato "desconcertante" que le dedica un compañerito en la escuela: en privado le muestra afecto, en público todo lo contrario.

Y entonces el padre le da (el resumido es mío) la siguiente explicación: los niños y las niñas son diferentes y no sólo por fuera. Si una niña quiere decirle a un niño que le gusta puede, por ejemplo, hacerle unas galletas.

Un niño, para mostrarle a una niña que le gusta, puede hacer cosas raras. "Puede incluso pegarte", responde el padre. De un nuevo gobierno, y además paritario, espero desde luego otra respuesta. Una respuesta profundamente alérgica a esta clase de polen.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_