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Reportaje:EL CUENTO, UN GÉNERO VIVO

Cuentas pendientes

Cualquier tentativa de plantear el estado de la cuestión en relación al cuento, en España o fuera de ella, pasa por la previa consideración de su autonomía en cuanto género. El problema, por mejor decirlo, no es tanto dirimir si se escriben buenos o malos cuentos como preguntarse si los cuentos que se escriben, mejores o peores, "cuentan" algo en la común percepción que se obtiene de una determinada tradición literaria.

Es en este punto donde la situación del cuento en España revela una persistente precariedad: con independencia de que se publiquen más o menos cuentos, con independencia de que los cuentos que se publican sean mejores o peores, el balance que año tras año arroja el conjunto no alcanza a dotar al género de la vitalidad y de la significación que tiene en otras literaturas.

El cuento es un género anfibio que precisa tanto de un medio fungible, como las revistas, cuanto de otro estable, como los libros
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No se trata ahora -o al menos no principalmente- de si los libros de cuentos se venden más o menos (más bien menos), de si obtienen mayor o menor reconocimiento por parte de la crítica o del público (más bien poca). Se trata de que la salud de cualquier género literario, por minoritario que sea, la determina la existencia de una comunidad lectora interesada, partícipe: de una comunidad "abonada", por así decirlo, a los problemas y a los retos a que se enfrenta el desarrollo del género como tal. Y es este tipo de comunidad el que, fuera de circuitos muy cerrados o estrictamente académicos, le falta en España al cuento. Al menos al cuento que se escribe en español (en catalán, por ejemplo, la situación es bien distinta, y no carecería de interés explorar las razones).

La fortuna que el cuento ha alcanzado modernamente en países como Argentina o como México tiene que ver, entre otras muchas cosas, con la existencia de una red de producción y de difusión del género independiente de la industria editorial; una red que se alimenta de la prosperidad de que en países como éstos gozan la institución de los talleres literarios, por un lado, y por el otro las revistas y toda suerte de publicaciones en que el cuento halla su hábitat natural. Pues hay que decir que el cuento -género proteico y experimental por naturaleza, género que fomenta el "chispazo" del talento, y que a ese chispazo arranca tan a menudo nuevos impulsos y conquistas- es un género anfibio, que para desarrollarse convenientemente precisa tanto de un medio elástico y fungible cual es el de las revistas, como de otro más filtrador y estable como es el de los libros.

Sin considerar esto, resulta tan voluntarista afirmar que en España, contrariamente a lo que dicta el tópico dominante, hay una tradición cuentística secular que se ha mantenido incólume a las modas o los intereses de la industria editorial, como pretender que los años de la transición coincidieron con un renacimiento del género en las literaturas peninsulares.

Como ya se dijo en una ocasión desde este mismo lugar, el supuesto auge del cuento español durante las dos últimas décadas tiene mucho que ver con la circunstancia de haberse consolidado éste como un género oportunista y mercenario, ligado a necesidades de promoción y de mantenimiento de escritores que se postulan fundamentalmente como novelistas y que en demasiadas ocasiones manifiestan tener del cuento una concepción utilitaria. Demasiado a menudo, se ha confundido el difícil arte de la ficción breve con la postalería de los suplementos dominicales o veraniegos, con los reportajes turísticos y sentimentales que nutren las revistas y magazines, con las muestras gratuitas de perfumería narrativa con que publicaciones de toda laya obsequian al consumidor.

El del cuento ha derivado así, en no escasa medida, en un género de muestrario, como se desprende de la infinidad de antologías de todo tipo que, bajo cualquier pretexto, y empleando los más extravagantes criterios, no cesan de publicarse por doquier. Títulos como Cuentos de ciclismo (Edaf, 2000) o Cuentos eróticos de Navidad (Tusquets, 1999) dan buena prueba de ello. Entre las últimas de estas antologías -panoramas, más bien- realizadas con cierto ánimo de representatividad y de consagración, se cuenta la muy voluminosa Relato español actual, seleccionada por Raúl Hernández Viveros y publicada primero en México y más recientemente en España por el Fondo de Cultura Económica (2002 y 2003). La lectura del prólogo escrito por el mismo Hernández Rivero arroja el ya casi convencional saldo de ripios bienintencionados con que se suele defender en estas ocasiones la "causa" del cuento, llamando a su ejercicio y a su consumo, y apelando para ello al "amor por el relato" y "el interés por el desarrollo del género cuentístico" presentes "en la mayor parte de los escritores españoles contemporáneos".

¿Viene a ser cierto esto último? El caso es que muy pocos entre estos "escritores españoles contemporáneos" pueden definirse netamente como cuentistas, y si se acogen a la etiqueta más amplia de narradores es desde el presupuesto de que en el campo acotado por el muy vago concepto de narrativa la novela ha cobrado una hegemonía indiscutible, en relación a la cual el cuento tiende a desempeñar un papel subordinado.

Ya se sabe: al autor de un puñado de cuentos más o menos interesantes se le anima a escribir una novela, y por lo común sólo a condición de ésta se resuelve la publicación de los primeros. La mayoría de veces, el cuento actúa así como instrumento detectador de novelistas en ciernes.

Nada de todo esto tendría por qué resultar alarmante ni mucho menos entristecedor si no se albergara la idea de que "el cuento, el relato breve, viene a ser, en lo que pudiera llamarse el ecosistema literario, uno de los especímenes fundamentales, y su existencia vigorosa es indicio de la buena salud del conjunto de la ficción". Así lo manifiesta José María Merino, uno de los más conspicuos valedores del cuento en España y también uno de sus más apreciables cultivadores (véase cuanto dice al respecto en su reciente Ficción continua, Seix Barral, 2004). El mismo Merino concluye que "no es aventurado decir que el cuento tiene una flexibilidad mayor que la novela para las nuevas tentativas de carácter estético y temático". Y en la medida en que esto es cierto, se comprende mejor la militancia de quienes, a propósito precisamente de dos antologías del cuento español, una de ellas debida a José María Merino (Cien años de cuentos, 1898-1998, Alfaguara, 1998), fueron calificados en su día de "ecologistas literarios", en alusión a su empeño por vindicar el género.

Seguramente es consecuencia de esa militancia no sólo la ya mencionada proliferación de antologías sino también el surgimiento de iniciativas editoriales como la de Páginas de Espuma, que se suman a la imperturbable labor de revistas ya veteranas como Barcarola o Lucanor. Pero no cabe ser demasiado optimistas, al menos no todavía, pues falta avanzar aún bastante en esta dirección para que la ampliación de la comunidad lectora que se interesa hoy por el cuento de un modo no solamente ocasional tenga en España peso bastante como para promover la determinación, por parte de los editores sobre todo (pero no exclusivamente, ni mucho menos), de prestarle al género una mayor atención.

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