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Columna
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Discursos previos

Hace unos días, Josu Jon Imaz le pedía al PSE que no volviera a los discursos previos al 14-M. Esos discursos se resumen en el rechazo al plan Ibarretxe y en la conveniencia de construir un nuevo consenso entre las fuerzas democráticas para elaborar un nuevo Estatuto. El discurso, que yo sepa, no es previo, sino novedoso, al menos planteado de forma oficial como lo hizo Jesús Eguiguren. Pero aunque el PSE hubiera formulado un discurso previo al 14-M, no veo por qué tendría que modificarlo tras la validación que sus propuestas han alcanzado en las urnas. Es verdad que lo que seguramente han convalidado las últimas elecciones ha sido más un estilo que propuestas concretas, pero lo planteado por el PSE con posterioridad no contradice ese estilo, sino que lo confirma. El que sí es un discurso previo, mal que le pese, es el de Josu Jon Imaz, con su inamovible plan de marras, claro que no es fácil precisar el sentido de la temporalidad en los nacionalistas. Da la impresión de que para ellos el tiempo no se mueve, que sólo lo hace, o debe hacerlo, para los demás.

Los nacionalistas andan crecidos tras el 14-M. Y la verdad es que no veo motivo para ello, salvo que se temieran un batacazo. Es cierto que la polarización que se suele dar en las elecciones generales entre los dos grandes partidos nacionales, y que en éstas se ha dado de forma especial, no suele favorecerlos de cara a los resultados, pero si lo que esperaban del 14-M era un reforzamiento de las expectativas de éxito de su famoso plan, lo conseguido es bastante decepcionante. Estas elecciones han movido, y sancionado, bastantes cosas incluso en Euskadi, pero no para los nacionalistas. Estos son conscientes de que algo ha cambiado a su alrededor, aunque sólo a su alrededor, y se dedican a cacarear a conveniencia: autoerigidos en árbitros del cambio, fijan la validez de éste en que se les dé la razón, ya que antes no se les daba. Si realmente les interesara Euskadi como dicen -y no la consolidación de su hegemonía política y su indebida apropiación de Euskadi-, seguramente también su actuación política cambiaría ante estos resultados que les parecen tan gloriosos. Mas no nos engañemos, el horizonte de los nacionalistas se acaba en el nacionalismo y no parece razonable esperar de ellos una actitud favorable a la concordia.

Si nos fijamos en los resultados de las dos últimas elecciones generales y de las últimas autonómicas, lo que llama la atención es la solidez del voto constitucionalista (PP, PSE). Sean cuales sean las fluctuaciones del índice de participación, su ratio se mantiene sólidamente invariable. Sus resultados, siempre sobre el censo electoral y no sobre el número de votantes, son un 32, 5% en 2000, un 31,9% en 2001 y un 32,2% en las recientes elecciones, resultados que contrastan con los que obtiene el nacionalismo democrático, mucho más variables: 23,9% en 2000, 33,3% en 2001 y 30,4 % en las últimas si incluimos en él los resultados de Aralar -28,1% en caso contrario-. La constancia del voto constitucionalista denota una virtud, pero señala también una carencia, como es su incapacidad para recoger el voto nuevo, el voto inconstante, y eso sólo puede ser atribuible a un fallo de estrategia y de programa. Su voto fiel impresiona, ya que se mantiene invariable con índices de participación del 63%, del 76% y del 80%, si bien esa misma invariabilidad denuncia las fallas, bien marcadas por el hecho de que sus resultados más bajos, los del 2001, los obtuviera con el mayor índice de participación y cuando se propuso dar el salto. Para quienes aún discuten sobre la eficacia de los planteamientos de Jaime Mayor, estos datos pueden resultar elocuentes.

El exultante optimismo de los nacionalistas no encuentra fundamento, por lo tanto, en los últimos resultados electorales, ya que no ganan adeptos para su plan, sino que más bien los pierden. Y este país no puede seguir paralizado pendiente de un proyecto que sólo tiene la aquiescencia del 30,4% del censo, un 37,5% si incluimos los posibles votos nulos adscribibles a Batasuna. Aun en el caso de que sólo sirviera para remover las aguas de esta charca de Narciso, el PSE está obligado a erigirse en alternativa, aunque con modos e inteligencia distintos a otras alternativas de época reciente. Difícil tarea, mas de las dificultades para articular una alternativa con posibilidades de prosperar hablaremos la semana que viene.

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