Moratín, hoy
En su Arte de las putas, Nicolás Fernández de Moratín clasifica, entre otras, a las "puñeteras". Eran éstas, según el castellano dieciochesco del autor, las que por viejas y poco atractivas, o por no disponer de un lugar de solaz apropiado, se dedicaban al comercio de tocamientos masturbatorios: "puñetas", por aquello de que el movimiento rítmico de muñecas en tal oficio hacía ondear más de lo conveniente los encajes de sus puños. Y parece que el Ayuntamiento de Madrid ha decidido mandar a las prostitutas de la calle de la Montera a eso precisamente, a "hacer puñetas" a algún otro sitio, a no ser que las bíblicas (¿quijotescas?) ambiciones del nuevo plan acometido con saña estos días sean las de erradicar del todo la prostitución.
"Ojos que no ven, corazón que no siente", y por ello los vecinos y comerciantes de la citada calle deben andar satisfechos ahora. Pero las prostitutas aparecerán en otro lugar, si no lo han hecho ya. Es el único efecto posible de las medidas, tal y como se han tomado. Ahora, al pasear por la calle de la Montera, no se ven putas, sino policías, muchos de ellos. Muchos menos de los que se veían por Lavapiés hace un mes, y de los que se volverán a ver por el barrio cuando pasen otros dos y se vuelva a la normalidad.
Las razones de la redada son obvias: no se puede tener al turistaje fotografiándose con el oso y el madroño, mientras a la vista se alquilan las hetairas, como si España no fuera bien. Quedan feo, y por eso es mejor empujarlas a sitios más a la sombra de las cámaras.
Otras son las que se aducen: el proxenetismo, lacra social que se aprovecha del trabajo ajeno, la aparición de mafias que financian traslados en patera a cambio de la dignidad, y un largo etcétera de razones de peso social. Pero si tales atentados contra los derechos laborales de las trabajadoras del sexo fueran la razón verdadera detrás de la actuación policial, cabría preguntarse entonces por qué no se mete la misma mano legal a tantísimos otros negocios que, sin obligar al empleado a acostarse con nadie, se aprovechan indecentemente del tiempo y el trabajo de trabajadores desprotegidos.
Si se prohíbe a las prostitutas cambalachear en Montera los favores no puñeteriles de su labor, ¿por qué no se le mete también mano (casta y legal) a tantísimas escuelas, academias, empresas de construcción, de restauración, de casi todo, que emplean sin asegurar, pagan sin declarar y obligan a trabajar a destiempo?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.