La rama marroquí de Al Qaeda
La policía busca a Abdelkarim Mejjati, supuesto jefe del Grupo Islámico Combatiente
"Sigo llevando a mis hijos al colegio y acudo a la mezquita. No tengo nada que esconder". Mohamed el Garbuzi, considerado durante años como el jefe del Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), concedió la semana pasada una entrevista al diario londinense The Guardian para intentar demostrar que es inocente y colabora incluso con los servicios de seguridad. ¿Quién manda entonces en este movimiento al que el ministro del Interior, Ángel Acebes, relaciona, desde el martes, con el 11-M?
Concebido, en 1998, como un grupo de apoyo a Bin Laden, el GICM golpea en 2003
Pese a procesar a más de 1.500 personas por terrorismo, Rabat no ha eliminado al GICM
Con más de 1.500 procesados por terrorismo desde los atentados de Casablanca, hace 11 meses, que causaron 45 muertos, Rabat creía haber desmantelado al GICM y a la corriente salafista combatiente, una versión extremista del islam que se practica en Arabia Saudí, en la que se enmarca.
De las masivas redadas primaverales de las fuerzas de seguridad marroquíes se libraron, sin embargo, un buen número de activistas empezando por Abdelkarim Mejjati y su amigo Saad el Husseini. "Existen fundadas sospechas de que Mejjati es el coordinador del GICM y no Garbuzi, que estaría colaborando con los servicios secretos", afirma Mohamed Darif, experto en islamismo marroquí.
A finales de mayo pasado murió Abdelhalak Bentasser, el terrorista operativo de mayor rango apresado por la policía marroquí. Antes de expirar -las organizaciones de derechos humanos pidieron en vano una investigación sobre las circunstancias de su fallecimiento- pronunció un nombre: Mejjati.
La policía marroquí sospecha que Mejjati, de 36 años, estuvo en Madrid días antes de que fuesen volados los trenes de cercanías. Por eso, según la prensa de Casablanca, tomó a su padre, que reside en Mohamedia, muestras de ADN para poder compararlas con cabellos o restos de piel que la policía científica encontró en la casucha de Morata de Tajuña donde se prepararon las mochilas con explosivos.
Desde septiembre pasado, Mejjati era ya buscado por el FBI, por ser una "posible amenaza contra EE UU", y, desde diciembre, por las autoridades saudíes, que le vinculan la explosión de un coche-bomba, en noviembre, en la periferia de Riad. Su fotografía ha estado pegada en las paredes de calles del reino como uno de los terroristas más buscados.
El perfil de Mejjati no es, sin embargo, el de un terrorista. Hijo de una francesa -posee también la nacionalidad de su madre- y de un marroquí, pertenece a una familia acomodada que le costeó sus estudios en el Liceo Francés de Casablanca, de donde emigró a Francia para empezar la carrera de Medicina. "Hablaba mejor francés que árabe", afirma un periodista que le conoció. Su primera mujer fue norteamericana -visitó EE UU en 1997 y 1999- y la segunda es marroquí.
Su radicalización se produjo a finales de la década pasada y le dio tiempo a pasar por Bosnia y, sobre todo, Afganistán, antes de regresar a Casablanca, donde residía con su mujer y dos hijos, todos ellos vestidos al estilo afgano, en el elegante barrio de Gauthier. Horas después de que la ciudad fuese sacudida por cinco grandes explosiones, el 16 de mayo, desapareció.
Aunque procedía de una familia más modesta, Mejjati mantuvo siempre una gran amistad con Saad el Husseini, originario de Meknes, con el que pudo coordinar los atentados de Casablanca. Husseini, de 35 años, que también está huido, empezó a estudiar en Barcelona antes de dejarse deslumbrar por el Afganistán de los talibanes.
Curiosamente, Mejjati sigue sin ser considerado por la policía española como integrante del GICM. No así su ad
latere, Husseini, al que le relaciona con la matanza de Madrid y al que la policía española ya detuvo en 1996 por falsificación de documentos.
Entre encarcelados en Marruecos y en España, exiliados en Europa y huidos de la justicia, la policía española tiene identificados a 37 supuestos miembros del GICM, pero algunos, como
Mohamed el Garbuzi, de 47 años, dan la impresión de haberse retirado. En su entrevista con The Guardian, Garbuzi, condenado a 20 años en Marruecos, narra sus reuniones, en Londres, con los servicios secretos británico y marroquí.
Los primeros marroquíes se trasladaron a Afganistán en 1982 para sumarse a la resistencia antisoviética. Eran musulmanes de rito malekita, pero también había entre ellos seguidores del wahabismo saudí que había prendido en Marruecos. Las últimas generaciones de marroquíes no llegaron a luchar en las montañas, pero sí se entrenaron en los campamentos de Bagram, Jalalabad o Madafat.
Hubo que esperar a 1998 para que estos ex combatientes, que hasta entonces trabajaban codo con codo con sus correligionarios libios, se independizaran y fundaran el GICM con el propósito de proporcionar un apoyo logístico a Al Qaeda. Casi en el mismo momento aparecen facciones islamistas autóctonas en Yemen y en Argelia. Cuatro años más tarde la dirección del movimiento terrorista les ordenó que pasaran a la acción en su propio país y, en mayo, se estrenaron en Casablanca.
Desde aquella sangría sólo se ha registrado en Marruecos un terrorismo de muy baja intensidad -apuñalamiento de algún extranjero o de bebedores de alcohol-, pero el gran enfretamiento de finales de enero entre activistas y fuerzas del orden cerca de Meknes ilustra la persistencia del fenómeno que, además, ha cruzado el Estrecho.
En Madrid, el GICM ha golpeado por encargo de la dirección de Al Qaeda, según sospecha Darif. El cerebro que puso en movimiento a los marroquíes es, según él, el jordano Abu Mussab Zarkaui, que desde su refugió iraquí planea muchos atentados.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.