Vuelta a lo de siempre
Demasiada política sobre nuestras frágiles espaldas. Resulta difícil imaginar Euskadi sin semejante sobredosis. No hemos salido del tremendo vuelco electoral en el Congreso cuando el Parlamento vasco afronta el debate del Plan Ibarretxe. ¿Habrá ocasión alguna vez para que la vida, la verdadera vida, se abra un hueco entre la niebla partidista? Hay que temer lo peor. La contienda de las elecciones generales nos ha sumido durante unas cuantas semanas en la dialéctica izquierda-derecha. Pero ahora, apenas repartidos los escaños, vuelve nuestro derbi particular: nacionalistas-constitucionalistas.
Puede que esa sea nuestra única y verdadera guerra. Los sentimientos nacionales son mucho más profundos que los otros. No hay más que ver cuánto ex marxista, considerándose todavía de izquierdas, se ha echado en brazos de Aznar (por compatriotas). Del mismo modo, mucho ex marxista oferta sus consejas a Ibarretxe (de puro vascos). Esperemos que esto no nos lleve a la peor de las conclusiones: que al final este sea un juego entre ex marxistas, antiguos camaradas que ahora dirimen sus diferencias sobre el modelo constitucional o estatutario como en otro tiempo las dirimían sobre el modelo soviético o maoísta. Ni mucho menos lleguemos a imaginar, como conjeturó una vez, en voz muy baja, un notorio escritor euskaldún, que la controversia de fondo de este país se soporta en sus niveles subterráneos por la antigua pugna de milis y polimilis, dos viejas sectas que proyectan su secular disenso, década tras década, sin alcanzar jamás la paz.
Perdón por todo esto. Divagaciones. Política-ficción. Surrealismo. O quizás la posibilidad de que el psicoanálisis también pueda funcionar en términos ideológicos. Esto último no parece tan descabellado. Sea cual sea la razón profunda de nuestro conflicto, no hay modo de resolverlo. Vuelve el paisito a sus atávicos problemas. La obsesión de la derecha con el tripartito catalán apenas fue un espejismo. Carod Rovira sólo hizo de diablo por un día. En cuanto a la contienda de las elecciones generales, parece haber sido un paréntesis, un brevísimo regreso a la retórica de las dos Españas. Después de la campaña retornamos a lo nuestro: de las dos Españas a los cinco o seis paisitos, cinco o seis o siete concepciones radicalmente encontradas sobre el mismo territorio, cinco o seis cosmovisiones gobernadas incluso por distinta terminología: Vascongadas, País Vasco, Euskadi, Euzkadi, Euskal Herria (con sus versiones transpirenaicas: Pays-Basque, Iparralde, Eskual Herria), y cualesquiera otras actualizaciones, recuperaciones, reinvenciones o remakes de la misma confusión terminológica (Vasconia, Euskaria, País Vasco-navarro), siempre recuperables en función de nuestra fantástica capacidad de recreación, de reinterpretación, de recomposición.
En este regreso a los problemas de siempre, las aproximaciones doctrinales chocan con la metodología. Ahora el socialismo acepta emprender la reforma del Estatuto, pero el nacionalismo no se apea del Plan Ibarretxe. No parece criticable, si se puede reformar el Estatuto, que el Gobierno vasco establezca un punto de partida; pero, del mismo modo, si el Gobierno asume que toda su propuesta es negociable, ¿por qué no negociar desde el principio?
Tras varios años de bloqueo, parecía asomar una luz por allá al fondo. Pero lo que asoman de verdad son los problemas de procedimiento. Lo cierto es que el avance en el autogobierno tiene unos límites muy claros: el espectro político. Hay una matemática electoral que debería trasladarse al consenso estatutario, y en ese sentido tan legítima es la cuota de población radicalmente independentista como la cuota de seguidores del Partido Popular. Y si éstos, en un extremo del espectro, son los únicos satisfechos con la actual versión estatutaria parece claro que el punto medio debe encontrarse en un lugar más avanzado. El problema es concretar ese lugar. Y no hay ninguna demagogia en repetir que desentrañar esa ecuación corresponde a los políticos, que son ellos los que adquieren sus naipes en virtud de nuestro voto y que a partir de entonces su obligación es jugar. Sobre el tapete.
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