De la suplantación y otras desgracias
CON DIVERSOS tratamientos, ángulos distintos, aprovechamiento y resultados desiguales, las tres novelas de las que aquí se habla coinciden en abordar la suplantación y los efectos desastrosos que se derivan de una identidad falsificada, ya sea por necesidades de sobrevivencia, por trastornos de la vejez o para desafiar con la simulación un opresivo régimen político.
Celda 211, de Francisco Pérez Gandul (Sevilla, 1956), es una novela que cabe calificar de carcelaria, pero se ve a las claras que el autor ha buscado un tema novelesco, sin reparar en que un asunto así no se puede despachar sencillamente con el procedimiento de hacer hablar a los reclusos con muchas palabrotas, mierda cada dos palabras, participios terminados en ío y ao, y mucho joé, bofetás, verdá, y tantas otras del mismo jaez. La pretensión de reflejar el argot deviene aquí en disparate; la novela misma es un modelo de incongruencia y desatino. Arranca con la visita de un funcionario de prisiones que, en su inspección al centro penitenciario el día antes de su entrada en servicio, sufre un desmayo, a la vez que se produce un motín de presos, y él se queda dentro, confundido con los internos, que lo creen uno de los suyos. Ese desmayo, que indica apocamiento o debilidad de carácter, no le impide al autor, en un alarde inusitado de inverosimilitud, pocas veces logrado, que este hombre no sólo se adapte, con imprevista habilidad, a una situación de extrema violencia, sino que se convierta prácticamente en guía de la rebelión. Para que esto ocurra, claro está, Pérez Gandul inserta motivos fortuitos en la acción para que el aparatoso engranaje no chirríe. Pero chirría mucho, hasta el punto de agradecer el blanco de la última página.
José Morella (Ibiza, 1972) se inicia como novelista con La fatiga del vampiro, una novela que comienza adscrita al costumbrismo que podríamos llamar laboral -el narrador y protagonista trabaja en una editorial- para enseguida derivar a una reflexión metafísica de la suplantación, usando siempre un estilo, impregnado de modismos y coloquialismos, que pretende pasar por lenguaje natural lo que no es más que pereza mental. Una tendencia actualmente en alza, donde el habla sustituye a la expresión literaria. Aquí a un personaje amenazador se le denomina "el Hijo de Puta", y la novela abunda en expresiones del tipo: "Me importaba un huevo que me matara". Así, en todo caso, no se juega a favor de la credibilidad. Simplemente se juega. Morella juega a escribir, y se divierte. Sirviéndose de la figura de Cortázar, o más bien prestigiando la trama con la sombra del autor de Rayuela, la novela desarrolla lo que debían ser las confesiones de un conocido escritor argentino, a punto de morir, que decide contar la impostura en que ha consistido su vida. El viaje a Buenos Aires, los encuentros con el escritor, sumen al narrador en la extrañeza de que tal vez ese autor "estuviera muerto desde hacía mucho tiempo". El interesante planteamiento, sin embargo, no se ha visto refrendado por un talento adecuado, y La fatiga del vampiro se desmigaja con baratos sustos de novela gótica a medida que avanza.
La novela de Gabriel Ramírez Lozano (Toledo, 1964), La edad de los protagonistas, ha recogido magníficamente las maneras literarias y la textura moral de la obra de Camus, y aunque debe mucho al autor de El extranjero posee una solidez nada habitual en una primera novela. Situada en pleno franquismo, narra el caso de un policía de la Brigada Política Social, Pepe Tocornal, colocado en el lugar equivocado, en los límites de la autodestrucción y el asco, que se esfuerza por dar a su existencia, al colaborar en una organización clandestina, una dignidad secreta que nunca podrá ser recompensada, ni siquiera comprendida. Tocornal es brutal y sanguinario, y simultáneamente se opone al sistema al que sirve. Más moral que política, más reflexiva que narrativa, muy bien contada, con una sequedad hiriente y un sentido muy preciso del tempo, con personajes episódicos bien trazados, La edad de los protagonistas se emparenta, en valor literario, con La buena letra, de Chirbes, y no desmerece al lado de nuestra novelística más celebrada. Su tema es la desintegración del yo en una época en que el yo era una soflama. Su apariencia de thriller deja paso al diario, y éste se cierra para abrir, en la última parte, una impugnación de la justicia. Novelas así nos reconcilian otra vez con la literatura.
Celda 211. Francisco Pérez Gandul. Lengua de Trapo. Madrid, 2004. 221 páginas. 16 euros. La fatiga del vampiro. José Morella. Bassarai. Vitoria-Gasteiz, 2004. 189 páginas. 13,46 euros. La edad de los protagonistas. Gabriel Ramírez Lozano. Dilema. Madrid, 2004. 151 páginas. 9,50 euros.
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