Observando
¿Qué hubiera ocurrido si alguien en la etapa Aznar se hubiera atrevido a cuestionar la eficacia del CNI o de la policía? Recuerden cómo la propuesta socialista de unificar el mando de las Fuerzas de Seguridad fue arrastrada a los procelosos barrancos del patriotismo. ¡Cuantas matizaciones, circunloquios, incisos exculpatorios y fórmulas de intencionalidad han tenido que utilizar algunos, y con cuán galana llaneza han podido expresarse otros estos últimos años! Y he aquí que el dueño del lenguaje, el señor Aznar, nos abre ahora la válvula que él había cerrado bajo anatema. Se puede criticar al CNI, él lo ha hecho en una reciente entrevista en Tele 5, pero lo ha hecho sin renunciar a su condición de propietario de los dominios del lenguaje que él acotó, desde ese cielo en el que no rige la responsabilidad, ya que quien traza los cercados de las palabras no se siente concernido por ellas. Nadie alertó sobre el peligro del terrorismo islámico, y estábamos todos tan en Babia que nos costó mirar en la dirección correcta a la que apuntaban todos los indicios cuando ocurrió la masacre. ¿A qué se pudo deber esa obstinada incapacidad para ver lo evidente? ¿Sólo a la mayor o menor competencia del CNI? Podría resultar terrible un análisis de las causas de ese sopor en el que vivía la sociedad española respecto al peligro más inquietante de nuestro tiempo, y de él se desprenderían claras responsabilidades políticas.
El dueño del lenguaje nos definió el alcance del término terrorismo con su contundencia habitual, que no admitía réplica. Todos los terrorismos son iguales, pontificó; y suprimió el plural, asimilándolos todos a un fenómeno único. Y no, todos los terrorismos son repugnantes, pero no son iguales. Y no cabe desenfocar la mirada, centrándola en uno de ellos, para concluir que así se lucha contra todos. Cierto que en España han sido detenidos varios miembros de Al Qaeda, pero me temo que se había minimizado el peligro real que suponía esa organización para nuestro país y que se la ha podido considerar desde, digamos, una perspectiva exterior. En la lucha contra el terrorismo había un frente interior -ETA- y un frente exterior. Es el error derivado de considerar el terrorismo como un fenómeno único. En realidad, había dos terrorismos, uno local y otro global, pero igualmente incisivos ambos a efectos de política interior. Nuestro tardío despertar tras la matanza puede deberse a ese error de óptica, que es un error político, y no sólo a posibles cálculos electorales.
Todavía se discute, de una forma en verdad escandalosa, sobre la incidencia que pudo tener la sigla de los asesinos en los resultados electorales. Aun sin cuestionar la legitimidad de estos últimos, se habla con descaro de un voto sobrevenido, semilícito, añadido, cobarde, o de un voto diverso para los socialistas -en palabras del señor Rajoy-, como si el voto del PP lo fuera sólo de fieles comulgantes. Cabe preguntarse si se hubieran hecho estas mismas apreciaciones en caso de que la autora de la matanza hubiera sido ETA. Es un lugar común considerar que de haber sido así las elecciones las hubiera ganado el PP por rotunda mayoría, sin que se entre a apreciar el efecto distorsionador que se hubiera producido entonces sobre la voluntad de los electores. Es como si la autoría de Al Qaeda hubiera provocado un fenómeno contra natura, mientras que la autoría de ETA se hubiera inscrito en el curso natural de los acontecimientos, casi como si los hubiera refrendado. Nos hallaríamos otra vez ante un discurso fallido, aspecto en el que estas elecciones han sido de generosa enseñanza. El dueño del lenguaje contaba con un guión que no se ha cumplido; la realidad iba por otra parte y el guión la ignoraba.
El proceso electoral partió con un dato irrefutable: el PP tenía ganadas las elecciones y sólo cabía discutir los márgenes. Las posibles incidencias estaban previstas, e incluso estaba previsto el único horror verosímil. Los efectos que pudieran derivarse estaban también canalizados hacia el dato irrefutable. Esa era la naturaleza de las cosas, pero sólo lo era para el dueño del lenguaje. El horrible despertar lo desmintió todo e hizo aflorar una realidad que el lenguaje dictado ocultaba. Lo ocurrido, de lo que sólo los asesinos son responsables, señala falacias y errores políticos. Pero me pregunto cómo se puede asumir que la autoría de ETA hubiera refrendado el curso natural de los hechos, como si hubiera dado la razón al Gobierno. Esa autoría no hubiera señalado un error, sino un fracaso estrepitoso. Triste consuelo el del error cuando el dolor de las víctimas convierte en miserable todo cálculo de ganancias y de pérdidas en función de unas siglas.
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